#4 - Sueños

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     Era de noche, no sabía si ya eran pasadas las doce, solo caminaba por los pasillos de la casa, hace varias horas una criada lo había dejado en la cama, pero a Marco no le gustaba dormir, para nada.

     Bajó las escaleras dando a parar en el vestíbulo, se subió a uno de esos grandes sofás que había ahí, era negro, porque estaba de luto, igual que todo en esa casa. Se acostó apoyando la cabeza en uno de los cojines a juego, solo miraba la pared y todos los ornamentos que la decoraban, su mamá era fanática del estilo barroco, su casa era muy contrastante con las demás estructuras modernas de líneas rectas, minimalistas y sencillas que estaban ubicadas en esa zona residencial.

     Relajado sobre el cómodo sofá el niño poco a poco fue cayendo dentro de las garras del sueño, quedándose finalmente dormido rendido ante el cansancio de ya dos días sin cerrar un ojo.

     Inmediatamente después abrió sus ojos sentándose sobre el sofá exaltado. No, él no podía quedarse dormido, esa cosa iba a jugar con el si lo hacía, y él no podía dejarlo hacer eso. Respiro profundamente calmando sus nervios, se sentó propiamente en el sofá de nuevo mirando a la pared, sus ojos se dirigieron a uno de los pilares decorativos, siguió las líneas que subían hasta el techo y terminaban en un ostentoso arreglo de gerberas tallado en quien sabe que piedra.

     Su mirada se perdió en ellas, si se concentraba en algo no iba volver a sentir sueño otra vez. No tardo mucho hasta que todo empezó a salirse de su control, de los centros de las de yerberas comenzó a brotar un líquido brillante que se deslizaba por el pilar, no solo las flores, sino también de la unión de la pared con el techo, miro alrededor, todas las paredes y pilares chorreaban este líquido. Marco se levantó, camino hacia la pared, lo que sea que fuera esa sustancia ya había tocado el piso y se seguía esparciendo, paso sus dedos por la pared haciendo que el líquido se deslizara por su mano. Era brillante, transparente bajo la oscuridad, viscoso, pero no pegajoso, era aceite.

     En el mismo momento que se dio cuenta de este hecho un grito escalo su garganta, pero a diferencia de la noche de los claveles, esta vez nadie lo escucharía. Solo miraba alrededor, temeroso de que pasaría después, se alejó de la pared y camino hasta quedar en medio de la sala. Fuego, comenzó desde el borde la pared y el techo, el aceite hizo su papel de combustible, las llamas caminaron hasta llegar al piso, los muebles no tardaron en arder. Marco estaba inmóvil viendo el gran espectáculo, no podía moverse aunque quisiera. Sintió calor en su mano, con la que había tocado a la pared, con miedo regresó a ver para darse cuenta de que se estaba quemando.

     No era la pared, ni el techo, ni los pilares, ni las decoraciones, ni los muebles, era él, era él quien estaba ardiendo. El silencio era ensordecedor, no se escuchaba ni el más mínimo movimiento, ni el más mínimo ruido ni siquiera sus gritos.

     El fuego escaló quemando su piel la cual veía como desaparecía revelando su carne, su brazo, su hombro, bajó por su pecho, subió por su cuello, el calor que inundaba su rostro se intensificó. En ese punto ya no había lágrima ni grito alguno que le salvaran, su cuerpo ardía tendido en el piso, no se podía distinguir una mitad de su rostro, la otra permanecía intacta, el fuego marcaba un circulo alrededor de su ojo izquierdo y solo se podía distinguir un inmóvil orbe morado.

O'CallaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora