Su mirada se encontró con los ojos negros de su mamá, lo miraban fijamente, él sentía su cuerpo extremadamente caliente.
– Levántate. – Obedeció la orden de su mamá sentándose en el sofá y después poniendo los pies sobre el suelo. Ella comenzó a caminar, él la siguió.
Paso una mano por su rostro, su cuello, su brazo, su piel se encontraba increíblemente fría mientras por dentro aun sentía su carne arder.
Salieron de la casa, era de madrugada, la claridad apenas comenzaba a hacerse presente en el cielo como un brillo casi imperceptible. Un auto, una camioneta negra estaba estacionada frente a la entrada, subieron en ella. Un señor que no conocía estaba conduciendo, el auto que tampoco sabía que estaba en posesión de la familia. Su mamá estaba arreglada de manera casual, no llevaba vestido como era la costumbre, si no unos pantalones de tubo y una camisa de botones holgada que de alguna manera resaltaba sus senos pero ocultaba su cintura, todo de color negro a juego con sus ojos y cabello. Nunca la había visto vestida así, en cambio, el seguía en pijamas.
No hubo ningún intercambio de palabras durante todo el vieja. El señor sabía dónde ir, su mamá no le regresó a mirar ni una sola vez, el miraba por la ventana intentado controlar los nervios ansiosos que le producían un mal presentimiento por todo el contexto de la situación.
El sol ya se había apoderado del cielo, justo en ese punto de la mañana donde ya no queda ni el más mínimo indicio de la noche. Las llantas se movían sobre las calles rocosas de un pueblo que intentaba ser ciudad. Las casas eran antiguas, las estructuras con techo de dos aguas y paredes de ladrillos daban la idea de estar en una aldea de campesinos a más de las sillas que se encontraban delante de los hogares, clara señal de las malas lenguas. La camioneta se detuvo frente a una quinta, las paredes externas de un color azul cielo desgastado, ventanas con marcos de madera y rejas en ellas. La entrada estaba decorada con amapolas y arbustos ornamentales.
– Bájate. – Nuevamente el niño obedeció sin ninguna queja.
Su madre caminaba con la mirada fija en la puerta doble de vidrio a la cual se acercaba, el niño miraba a los lados, regresaba a la vista, examinaba el lugar, se dio cuenta como el señor que antes estaba conduciendo sacaba una maleta de la parte trasera del auto; y más atrás en el camino, al otro lado de la calle una mujer desaliñada lo miraba sin siquiera respirar, al notarlo regresó la vista de golpe al frente.
La estructura era completamente moderna en su interior, contrastaba demasiado con la fachada. Todo era blanco, las paredes, el piso, las sillas, la computadora, el escritorio, los uniformes. Su madre le indicó un asiento para que se sentara, de repente la ansiedad volvió a apoderarse de su cuerpo, le entraron unas ganas intensas de salir corriendo de vuelta a su casa, no quiera estar ahí, definitivamente no, y no tenía idea del por qué.
El señor quedo de pie al lado suyo no soltó la maleta en ningún momento, su mamá intercambiaba palabras inaudibles con un hombre detrás del escritorio, escucho como unos cuantos dedos golpeaban las teclas de un computador, después de eso el hombre se levantó y se fue dejando a su mamá esperando de pie en la mesa. Un par de minutos pasaron hasta que el hombre volvió a aparecer, esta vez con unas cuantas mujeres detrás de él. La señora O'Callaghan se acercó al niño, se agacho en frente de él para quedar a su altura y verlo directo a los ojos.
– Marco, escúchame. Te vas a quedar con estas personas – Señaló a los uniformados detrás de ella. – Les vas a obedecer ¿Entiendes? – El niño asintió – Volveré en la tarde – Su madre se levantó un poco y se acercó a él retirando el cabello de su frente dejando un beso en ella. Le pareció escuchar "Te amo", pero no sabía si esas palabras habían salido de la boca de su madre o había más gente en el lugar, de lo que estaba seguro era la clara declaración de una voz femenina que sonó en su mente "Perdóname".
Esa noche Marco, un niño de nueve años de edad, lloraba sin consuelo acurrucado en la esquina de un cuarto de paredes blancas dentro de un hospital psiquiátrico.
Esa noche, después de trece años, se volvieron a escuchar los gritos desgarradores de la Señora O'Callaghan, la verdadera Señora O'Callaghan. Sus acciones habían cambiado. Esta vez no abrazada una manta azul cielo con las siglas "E. O." bordadas en una esquina, esta vez abrazaba un peluche con forma de cachorro el cual tenía un ojo con iris morado. Sus palabras también habían cambiado. Esta vez no clamaba el nombre de "Everette", esta vez clamaba el nombre de "Marco"
Esa noche, después de trece años, otra vez algo sonreía dentro de su interior, retorciéndose y gozando el espectáculo, de verla sufrir.
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O'Callaghan
Teen FictionLos O'Callaghan son la típica familia adinerada de apariencia perfecta pero que en realidad guardan secretos y un lado oscuro. Te preguntarás: "¿Por qué deberia interesarme en un cliché más?" La respuesta es qué ni siquiera los O'Callaghan saben l...