Día 2 [Noche] - 29/08/2020

0 0 0
                                    

      El cielo dormía mientras Zaba y Everette regresaban al silencio inicial, la información se asentaba dentro de la mente del chico, las palabras de ella eran una mentira mezclada con piscas de realidad, cada sentimiento presente dentro de su relato son innegables, sin embargo, los hechos narrados son cuestionables pero ¿Qué puede saber Everette al respecto? Nada, absolutamente nada, él no tiene idea de su familia, de las personas que conforman la alta clase social a la que su madre dice pertenecer, no sabe quienes viven en aquella casa donde se encuentra una habitación esperando por él desde hace más de veinte años.

      – Voy a llevar los vasos a la cocina. – Everette buscaba un poco de oxígeno, alejándose de aquella mujer durante el corto tiempo que le tomaría lavar los cristales tal vez lo consiguiera.

      – Yo lo hago. – Antes de terminar la oración ya tenía ambos vasos en las manos, se levantó del sofá rumbo a la cocina, en su mente repasaba la conversación que acaba de mantener con su hijo.

      Después de que ella comenzara a hablar no fue interrumpida hasta que ella misma le dio fin al relato, los ojos de Everette no se movieron de ella en ningún momento, a pesar de eso tampoco pudo ver ni interpretar que estaría sintiendo él mientras escuchaba, su rostro nunca mostró la más mínima alteración, como si llevara años practicando aquella fachada, o como si ya supiera la verdad. Al término de la historia comenzó el turno de Everette, no de contar su versión, si no de preguntar más allá de lo que las palabras revelaban.

      Zaba puso los vasos dentro del lavaplatos, abrió el grifo, el agua salió hecha un chorro, chocó contra el metal galvanizado y salpico los cristales. Ella ya no miraba los vidrios bajo sus manos, sus ojos encontraron sobre el granito, de debajo de un colgador de utensilios, un juego de ocho cuchillos profesionales. Con una sola vista a los mangos que salían de la base de madera supó el nombre de cada uno de ellos. Pelador, puntilla, deshuesador, trinchereo, panero, jamonero, cocinero, y fileteador.

      Cerró el grifo del lavaplatos, regresó a ver a Everette, su espalda se recostaba en el brazo del sillón que miraba a la cocina, sus ojos no podían percibir los movimientos de su madre. Un solo paso, y al alcance de los dedos de Zaba estaban todos aquellos cuchillos con sus mangos negros y finas navajas perfectamente chairadas. Su mano envolvió el mango del tercer cuchillo contando de izquierda a derecha en la parte superior de la base, en silencio se reveló ante ella una hoja de metal larga y delgada, su mano derecha sostenían el cuchillo jamonero.

      Sus pies caminaron hacia el del chico en el sofá, su mano izquierda se posó en su cabello negro dejando una caricia en este, Everette inclinó su cabeza un poco hacia atrás y cerro sus ojos los cuales eran felices por al fin saber la verdad que por tanto tiempo había anhelado. Los ojos de Zaba estaban fijos en la pared del enfrente, su mano daba caricias a sus hijos. Los ojos de Everette nunca más se volvieron a abrir.

      El movimiento fue fuerte, limpio, rápido, frio, cínico. El cuchillo volvió a su posición inicial al lado derecho del cuerpo de Zaba después de haberle abierto la garganta a Everette. El cuerpo del chico convulsionó por pocos segundos, pocos segundos durante los cuales Everette sintió el dolor, la sangre, la falta de aire, la traición. Todo rastro de vida se había ido cuando la fuerza que le mantenía reclinado sobre el reposabrazos desapareció y su espalda cayó completamente sobre el pecho de Zaba quien aún mantenía su mano enredada en el cabello de su hijo.

      Los iris negros de la mujer que se habían mantenido concentrados en la pared finalmente decidieron dar un vistazo y bajar la mirada. Debajo de ella, la imagen de Everette desangrado, muerto, degollado, sin vida. La sangre seguía saliendo a través de la profunda cortada en su cuello, sus labios y barbilla también se llenaron del líquido rojo por la sangre que había salido de su boca. La sangre, siempre escandalosa, cubría su garganta, su pecho, manchó el sofá, otra parte rodo por su brazo creando un camino hasta el piso... y el olor.

      Por tercera vez en su vida al alma de Zaba O'Callaghan se le permitió tomar el control de su cuerpo, por tercera vez en su vida se le fue permitido llorar por sus hijos a sollozos desgarradores cargados de toneladas del más intenso de los dolores, el dolor de una madre. Por Everette, por Marco, por ella, por todo lo que se le había sido negado a su familia, unión, amor, felicidad. Todo.

      El cuchillo cayó primero en el piso seguido del cuerpo de Zaba, su piel comenzó a llenarse de la sangre de su hijo cuando atrajo el cuerpo de Everette contra el suyo. Acaricio su cabello, su rostro, sus labios, su pecho, sentía como iba perdiendo el calor. Las lágrimas caían por su barbilla mezclándose con la sangre de Everette que seguía abriéndose camino por la herida teniendo como destino final el piso, el sofá, o la tela de la ropa de Everette y Zaba. Las manos de la mujer descendieron por el brazo derecho de su hijo dejando el camino de sus dedos marcados en rojo, su cabeza encontró el hombro de Everette donde se recostó en el momento que su mano se entrelazaba con la de su hijo, en ese momento sintió una extraña superficie ajena a la piel. Sus ojos buscaron de donde provenía aquella sensación, al reconocer el objeto su vista se volvió a nublar por la nuevas lágrimas, un nuevo grito volvió a ser expulsado por su garganta.

      – ¡¿Por qué?! ¡¿Qué fue lo que hice?! ¡¿Qué te hicieron mis hijos?! – Su rostro cayó, más rendido que antes, pegada a su frente la mano de su hijo sostenida por la de ella; en el dedo anular de Everette, un anillo de compromiso.

      Cuantas veces se le había negado la felicidad a Everette O'Callaghan. Al nacer se le negó la felicidad de una familia, al crecer las familias le negaron la felicidad a él, vivió sin ella hasta que frente de él llego una persona dispuesta a darle todo lo que hasta entonces no había recibido, una persona que le dio la oportunidad de ser feliz, oportunidad que también se le fue negada. Ahora nada se le sería negado a Everette, nunca más.

O'CallaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora