ℭ𝔲𝔞𝔱𝔯𝔬

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𝕰𝖚𝖌𝖊𝖔

Eugeo.

Con la mirada adormecida, Eugeo tenía su cabeza contra la almohada. Claramente su intención era seguir con su sueño, pero los constantes llamados de una voz gruesa y masculina no cesaban, por lo que le tocó ir a ver que se necesitaba.

—¿Si?

Preguntó viendo a su padre tomando una hacha de madera y lanzándosela a su hijo, la cogió.

—Hoy van a llevar los nuevos animales de la granja y necesito que vengas a ayudarnos— le pidió el padre sin darle un vistazo a su hijo.

—Padre.....— el pobre joven pensó muy bien lo que le diría a su padre, porqué sino sería “castigado” por su “osadía” —. Tú sabes que tengo mi entrenamiento con Bercouli.

Ante esas declaraciones el padre escupió con supuesta indignación.

—Tonterías....— dijo algo malhumorado —. Tú has nacido para ser como yo o como cualquiera de tus hermanos. Trabajar en la granja.

Ante eso, el rubio frunció sus cejas disgustado.

—Padre. Bercouli dice que tengo una gran habilidad con la espada, dice que podría llegar a ser tan fuerte como e.....— ni siquiera pudo terminar por los gritos de su padre.

—¡Te dije que no!. ¿Te volviste sordo o qué no entiendes?— gritó espentando lo más cercano que tuviese para aventarlo en contra su hijo, pero falló —¡Ese viejo te come la cabeza! Y para que te des cuenta te voy a recortar tu sueldo de tarea a solo un 15%. ¡Y si terminaste de joder. Vete!

Tras esas crueles amenazas Eugeo se retiró de la casa hacia su lugar de trabajo habitual.

—No es justo— dijo cerrando los puños con fuerza —. Ni mi padre, ni mi madre, ni mis hermanos me tratan como a un ser humano— decía golpeado un árbol con el puño limpio. Y volviendo a tragarse su rabia por los recuerdos de las burlas a él de parte de su propia familia.

{...}

El rubio estaba muy enojado, su padre y hermanos lo habían dejado solo, para hacer todo el trabajo. Euego regresó a su hogar con el enojo en los ojos mientras abría la puerta.

—Me dejasteis solo con todo el trabajo— ni saludo, estaba lo suficientemente enojado como para replicarles directamente. Pero nadie respondió —¿Hola?

Igualmente nadie le respondió, solo estaban él y sus preguntas. O eso creía porqué de pronto oyó el abrir de una puerta y una dulce y suave voz femenina.

—Eugeo, ¿qué sucede?

Esa pregunta lo tomó por sorpresa, es esa casa nunca antes le habían preguntado sobre su bienestar.

Al estar con alegría dentro de su corazón se dirigió rápidamente a la habitación de la que provenía esa voz tan hermosa.

Al haber pasado la puerta se encontró con una esbelta silueta femenina, no pudo verle bien la cara por la exagerada luz proveniente de la lámpara, pero sí pudo notar que la silueta estaba sonriendo angelicalmente y estaba en pijama.

—Ahí debería hacer frío, ¿no?— preguntó aumentando su sonrisa —. Vamos, ven aquí, Eugeo.

Las peticiones de la mujer se extendieron al igual que sus brazos a él.

Eugeo al sentirse atónito por la situación decidió obedecer a la mujer, uniéndose con ella en un cálido y suave abrazo.

—¿Mejor?

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