𝔒𝔫𝔠𝔢

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𝕮𝖆𝖗𝖉𝖎𝖓𝖆𝖑

La pequeña niña de también corta cabellera castaña se dejaba caer en su silla, suspirando del estrés y del miedo que inundaba su diminuto cuerpo. Eran cerca de las tres de la madrugada, seguía sufriendo esos indeseables acechos nocturnos de su demonio, con su mente y ánimo nublado por la rabia e importancia estaba apunto de llorar, hasta que sintió un pequeño pinchazo en su hombro izquierdo.

No llores, por favor— pidió otra femenina y minúscula voz.

Cardinal sabiendo perfectamente de quien provenía tal sonido vocal giro su cabeza hasta encontrarse con cierto animalito negro y de ocho patas.

Cardinal sabiendo perfectamente de quien provenía tal sonido vocal giro su cabeza hasta encontrarse con cierto animalito negro y de ocho patas

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—¿Y qué quiere que haga, Charlotte?— cuestionó viéndola.

La diminuta araña correteó por todo el semblante de su amiga, tratando de darle cosquillas o al menos poder animarla un poco.

—Para— pidió Cardinal.

Su amiga no le hizo el más mínimo caso y siguió correteando por toda su cara, lo que terminó causando cosquillas, que tras una larga lucha interna para controlarlas, finalmente se escaparon.

—Para, que pares— volvió a pedirle esta vez riendo de las cosquillas infligidas.

Cuando Charlotte pudo al fin volver a oír a Cardinal reír, se detuvó, quedándose bien cómoda en la mejilla izquierda de ésta.

—¿Lograste lo que deseabas con esto?— preguntó aún con leves restos de la risa.

—Sí, porqué sino lo hubiera conseguido, no pararía— respondió pinchando muy suavemente una de sus patas en la mejilla de su amiga.

Las dos empezaron a conversar tranquila y agradablemente, ya había pasado varios meses desde pudieron hablar así.

—¿Qué piensas hacer con lo de Eugeo y lo de Administrator?— soltó de repente, incluso ella con sus diminutas capacidades auditivas, podía escucharles.

—No lo sé, hay tantas cosas que se pueden perder por una estúpida valentía y todas ella son demasiado importantes para que desaparezcan— contestó, agarrando su bastón, golpeó suavemente sus pequeñas rodillas.

—Tal vez pueda ayudarte— le propusó de repente.

—¿Cómo?

—Tal vez pueda conseguir infiltrarme en la Catedral y averiguar qué sucede con Eugeo y con tu madre— propusó con motivación.

—¿¡Qué?! ¿¡Te has vuelto loca o quieres morir?!— le reclamó en un grito, agarrándola de su mejilla y la sujetaba entre sus manos.

—Cardinal, confía en mí— le pidió.

—No es que no confíe en ti para algo como eso, claro que confío en ti, pero es que.... No quiero perderte, no a ti también— decía empezando a notar la inseguridad y el miedo hacia temblar sus manos.

𝔗𝔥𝔢 𝔦𝔠𝔢 𝔱𝔶𝔯𝔞𝔫𝔱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora