Eugeo sentía sus párpados pesar como cemento seco, luego de una pequeña lucha logró abrirlos, no sin sentir un tremendo dolor al hacerlo. Pero eso no era lo único que le dolía, sentía su cuello hecho pure, como si se lo hubiera quebrado.
Una vez que pudo recuperar la conciencia, se sintió inmovilizado, por supuesto, estaba atado a una silla sin ninguna forma de resistencia, lo que le parecía extraño es que estaba sin camisa, con todo el torso descubierto.
Pero lo que realmente le preocupó era la joven mujer que estaba delante de él, sosteniendo un látigo, lo más aterrador era que su lucio rostro se había convertido en una máscara de ira.
—¿¡Por qué lo hiciste?!— preguntó con un grito, refiriéndose a que Eugeo había intentado envenenarla días atrás.
—No tenía otra opción...— murmuró sin aliento y con su garganta completamente seca, provocándole una tos —. ¡AHHH!
Ese grito fue porqué la emperatriz le propinó un fuerte azote con el látigo.
—¡Eres un miserable!— exclamó proporcionándole hasta 7 azotes por todo el cuerpo, claramente provocando heridas.
—¿Por qué....no...funcionó?— susurró jadeando cuando parecía que se había calmado. Grave error, en cuestión de segundos llegaron más, el espadachín rubio sentía como el aire le provocaba más ardor.
-¿No lo entendiste aquella vez? No tengo corazón- murmuró y le dio otro con más furia.
El pobre muchacho estaba jadeante, sentía que de verdad se iba a morir.
—Si te preguntas por qué estás así, es porqué te dejé en las mazmorras durante 3 días, pero no te preocupes, me aseguré que no te deshidratadarás y desnutrillerás— explicó dándole el último latigazo en el pecho.
Luego de eso, ella hizo desaparecer en látigo manchado se sangre y las esposas que ataban a Eugeo, ella lo lanzó a la cama, donde el muchacho gritó al sentir el contacto de las sábanas con sus heridas, manchandose, y todo ante la mirada satisfecha y victoriasa de ella.
—Me hiciste sentir mal— murmuró Quinella haciendo un puchero con sus labios —. ¿Tienes idea de lo furiosa que me pongo por actos como ese?— susurró deslizando sus dedos por el pecho del rubio lleno de terribles heridas -. ¿Serías capaz de hacerlo de nuevo?- sujetando el mentón de Eugeo con una suavidad aterradora.
La miró incrédulo, su voz parecía la de una pequeña niña indefensa, una hermosa y noble doncella. Instintivamente relajó sus facciones, como si una llanto se fuera a asomar.
—No.
—Bien— sentenció mientras a tocar y pellizcar en las heridas del muchacho. Con clara diversión.
Incluso empezó a reírse de las muecas y de los daños que sufría el rubio con eso.
—Sí, sí, que arda más, este será tu castigo.
La Diosa seguía jugando a la tortura con el de cabello rubio, hasta que para su sorpresa éste la trató de ahorcar con el poder de la fueita furia, le dolía demasiado la espalda y el dorso. Pero eso no se comparaba con su sufrimiento interno, estaba por desfallecer, sus intentos le fueron completamente inútiles.
—Vaya, vaya, vaya... Ya sabía que el niño inocente desaparecería.
Ante eso el rubio hizo una mueca, ante la sonrisa victoriosa de ella. Quinella deslizó las yemas de sus dedos por los fuertes brazos heridos de Eugeo.
—Dime, ¿esto te da dolor o te da placer?— preguntó mientras besaba y mordía el dorso adolorido del espadachín —. Vamos, dilo.
No obtuvo respuestas, pero sonrió con descaro al ver ese adorable rostro avergonzado.
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𝔗𝔥𝔢 𝔦𝔠𝔢 𝔱𝔶𝔯𝔞𝔫𝔱
Mystery / ThrillerLa emperatriz Quinella, hermosa como ella sola. Desde el día de su nacimiento fue admirada por todo el mundo como una verdadera diosa, su objetivo es ser por siempre la gobernante del mundo humano, realizando múltiples experimentos al poder absoluto...