La noche duró mucho más de lo que debería, para mí. El no poder conciliar el sueño, en mi, era algo realmente raro, pues tenía la habilidad de dormir en dónde fuera, tan rápido como lo deseara, pero ésta vez nada era normal y temía que nunca lo fuera otra vez.
-No estaba en la cama...
Su delgada voz aún adormilada me sacó de los pensamientos, giré hacia donde provenía, estaba bien arreglado, con el cabello húmedo, tomó la libertar de disponer de mi casa, y no era para menos. Suspiré hondo.
-No tengo porque dormir contigo.
Sin embargo las palabras que realmente quería mencionar se atoraron en mi garganta, en su lugar salieron palabras hirientes sin intención de serlo.
El niño bajó la mirada decepcionado y asintió con la cabeza, colocando su abrigo como último, pues obviamente no se quedaría después de lo grocero que llegué a ser con el.
-Ed, no... No lo quise decir así.
-Está bien.
Contestó en el recibidor de la casa, se quedó parado ahí, dandome la espalda, tal vez esperaba una disculpa, una palabra, algo. Pero jamás llegó y el partió, a pesar de haber conseguido lo que quería desde el principio, me siento vacío, completamente vacío.
El hueco en mi estómago no se va a pesar de haber desayunado previamente, el nudo en la garganta no desaparece a pesar de estar tomando frecuentemente del disolvente universal.
Ésta no es la sensación que esperaba, las consecuencias por ahora, no son demasiado graves. Las malas consecuencias no se hacen presentes pues nadie sabe nada, nadie debería saberlo. E incluso soy egoísta al pedirle guardar el secreto de su pequeño hermano.
Yo ya no era como su padre, él ya no era como mi hijo. Y eso jamás iba a volver a la normalidad, la línea de había cruzado y no había un punto de retorno. Comenzaba a arrepentirme después de todo. No obstante, de mi mente no se aparta su imagen, su hermosa imagen en el pasillo, de mi casa, por la mañana. Como si se tratara de MI niño.
La culpa se disipa, la decepción de su mirada ayuda a mitigarla.
Pasé mi mano por mi cara para despabilar el sueño que ahora me comenzaba a invadir.
Yo nunca tenía un día de descanso, no porque no tuviera la opción de tenerlo, si no porque no lo necesitaba. A estas alturas, mi cuerpo solo ruega por la comodidad de mi cama y la calidez de las sábanas.
Sin embargo mis planes de permanecer en la cama se frustran. Un cabello dorado en mi almohada, me hace perder la razón y sentirme aún más patético, por no haberle pedido una disculpa.
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Capítulo cortito.
Gracias por leer.