DEBIL PARA SER VALIENTE

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                Siempre golpeas mi puerta y me cambias lo pacifico, desde lo físico hasta lo mental; cambias mi estado anímico. Tus visitas son cortas, pero de tiempo extremo; una gran fuente de energía y superación. No quiero la compasión o ternura de quienes lean esto, es una simple historia; no pretendo ser otro que hace farándula de alguien, solo quiero aclarar las dudas de su existir, y con ello, aclarar un poco más las mías...

              No tengo mucha certeza de como resultará esto, por ende, empezaré contando lo vivido. Mi nombre es Anthony D. Bastidas Calderón, mi vida no ha sido muy larga en tiempo, pero en vivencias es algo enorme, tal vez no tanto como otros seres, pero lo suficiente para sobresalir; nací en Mérida, Venezuela, para ser más específico, en Pueblo Llano; pueblo agrícola, lleno de gente trabajadora y con un espíritu gigante, donde la rutina consume hasta al más pequeño, y lo hace verse cada día más apegado al hilo que han llevado todos durante el desarrollo del lugar. Mi niñez fue buena, mi familia no era millonaria, pero nunca nos faltó nada, siempre teníamos lo necesario para vivir; el tiempo se basaba en pasar momentos junto a mi madre, padre y hermana, esto hacia que los días pasaran bastante rápido. Llegué a ese punto que todos llegan, donde eres liberado al mundo, y debes tener responsabilidades y deberes, para algunos la mejor etapa, para otros, la peor; yo la describiría como "Aburridamente buena".

            Recuerdo cuando era pequeño, con todo un mundo por ver; siempre soñando en grande, sobre todo lo que podría llegar a ser. Hoy puedo comprender el hecho de que nadie me entendiera, siempre fui un poquito especial, nacido para ser leyenda, nacido para NO ser normal. Creo que debo empezar por aquel hecho de que me vieron como un niño "correcto" que siempre fue callado, disciplinado, no muy obediente, pero si responsable, que no es lo mismo. Viví muchos días en la rutina de levantarme, ir a clases, estar callado, salir de clases, llegar a casa, comer, hacer deberes, y esperar ahí que el siguiente día llegara para hacer lo mismo. Me sentía un poco solo, no hacía muchos amigos, jugar con otros niños para mí era un lujo; era un blanco fácil, el callado, el delgado, el del pupitre del fondo, el que no leía nada, pero cuestionaba todo. Nunca estuve totalmente solo, pero en ocasiones me sentía en la nada, rodeado de gente, pero solo; mirando por la ventana a todos circular por la urbanización, ver a mi papá llegar de trabajar, hacer tareas junto a mi mamá, ver como la señora que nos atendía, limpiaba, cocinaba y dormía en ocasiones. Escuchar siempre la misma emisora, pues al parecer no existían más; esa voz tan gruesa y triste, que no decía nada positivo, solo daba la hora y reproducía las mismas canciones siempre. Un pueblo lleno de personas que te conocían, aunque tú no ha ellos, un sol radiante y un aire frío; un montón de moscas, y unos loros que me pasaba la tarde mirando; ahí, encerrados, gritando cuando llovía, y cantando cuando estaban aburridos. En ocasiones intenté tocarlos, pero estos te querían morder, era como la vida afuera de casa, todos eran lindos, pero no te les podías acercar, cosa que aún no logró entender por qué.

            Poco a poco fui creciendo, ya no era tan frágil, ya no era tan diferente, no tenía problemas, era bueno en el fondo, seguí siendo el que no decía nada pero siempre estaba en todo. Lloraba muy seguido, quizás por soñar solo, encerrado en mi mundo solo, rodeado de gente, pero solo; eso me hizo fuerte, me hizo entender que no todos merecen tus lágrimas. Cuando saltaba de un nivel a otro, el silencio se me hizo ensordecedor, lo lamentaba, pero ya no sentía igual, era diferente. Tuve que aprender a respirar, tuve que salir adelante, no quería decirle a nadie mis cosas, lo único importante era lo que me ayudaba a salir rápido de la escuela; tenía la esperanza de que algún día me llamaran y me notificaran que me adelantarían de año, pero no lo logré. Quería salir corriendo, en mí las cosas eran diferentes al resto, siempre quería salir al receso, pero al salir me quedaba en un solo puesto, viendo como todos jugaban, comía algunas cosas, me sentaba en cualquier lugar, total, si ellos no me tocaban, yo no los tocaría, pero si ellos me decían algo, yo les respondía. Con eso creé una especie de respeto, que con el tiempo se fue quedando de lado, y empecé a relacionarme más con todos, a puntos donde llegué a estar entrenando fútbol con el equipo de la escuela, me sentía ocupado, era una sensación buena; jugué varios partidos, era un defensa de los diez que habían, y cada niño jugaba, por lo que se estaba solo unos minutos jugando y te cambiaban. A pesar de eso, logré destacar y representé a mi escuela en los juegos del municipio, ganamos y con ellos obtuve una medalla, para mí es un logro enorme, para los demás ni cuenta, pues ya tenían varias de esas, y no solo en fútbol.  

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