Martin Driesen, soberbio, lujurioso y mujeriego. Un hombre que lo ha tenido todo y está a punto de perderlo por un error. Una denuncia de una examante que desea quitarle el prestigioso puesto como diplomático de la Embajada de Sudáfrica en Abu Dhabi...
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La vida de Martin Driesen se había vuelto un desastre. Una vez más, su verga le había traído problemas. ¿Cómo imaginarse que su querida secretaria saldría y contaría sus encuentros sexuales?
Genial, ahora el gobierno había decidido apartarlo del cargo, iniciando una investigación.
—Seguro la hiciste enojar —dijo Chris cuando conducía rumbo al hotel. Escuchaba a Martin a su lado.
—¿Yo? Vamos, no hubo promesas. Ella sabía que lo nuestro era solo sexo, y ahora resulta que, como tengo un par de aventuras más, con todo el despecho concentrado, decidió salir y contar mi «doble vida». Una mierda. ¿Es mi culpa que ella no sepa decir no?
—Martin —Chris negó con la cabeza—, ya deja de responsabilizar a los demás por tus acciones. ¿Tenías que follarte a una mujer de la embajada? ¿Es que acaso no quedaban mujeres afuera?
—Chris, es Abu Dabi. ¿Piensas que iba a aventurarme mucho más allá? Claro que no.
—Esto es un escándalo, y la prensa te perseguirá.
—Lo sé, y todo gracias a Karim Lahsen y Hayden Phillips.
—Hey, que te hayas hecho más público durante el caso de ellos no significa que ibas a poder zafar de esta con tanta liviandad —espetó el rubio.
—Chris, necesito tu ayuda. Mi familia no va a ayudarme esta vez.
—Lo sé. Eres demasiado parecido a mí a veces, mejor dicho, a mi antigua versión.
—¿La verdadera?
—No, la antigua —aclaró de inmediato—. La real es esta, la que está frente a tus ojos.
—Puras patrañas.
Chris rio una vez más.
—Como digas. Ven, vamos a comer al hotel. Te presentaré a Ignacio.
—Bien. Oye, ¿en serio van a permitirme instalarme en Jamaica?
—El hotel está en remodelación. Hay muy pocos turistas, así que puedes quedarte ahí hasta que las cosas se aclaren.
—¿Seguro no habrá problemas?
—Tranquilo. He hablado con los dueños. Todo estará bien. Solo mantén la cremallera del pantalón cerrada.
—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
—¿Qué? ¿Un poco de seriedad y cordura?
—Me estás pidiendo celibato. ¿Por qué simplemente no me voy al Tíbet y listo?
Chris frunció los labios para contener la risa.
—Deja de hablar estupideces. Solo te pido que seas reservado. ¿Lo prometes?
