Martin Driesen, soberbio, lujurioso y mujeriego. Un hombre que lo ha tenido todo y está a punto de perderlo por un error. Una denuncia de una examante que desea quitarle el prestigioso puesto como diplomático de la Embajada de Sudáfrica en Abu Dhabi...
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¿Alguien puede resistirse a una cena gratis? Niek no era justamente de esa clase de personas. Cuando vio cómo esos magníficos ejemplares caminaban hacia el sillón donde se encontraba rodeado de guardaespaldas, estuvo seguro de que en la otra vida debió haber sido una gran persona, de lo contrario Dios no sería tan bondadoso en esta.
—Mon amour —exclamó Myriam—, los caballeros quieren conocerte.
—¿En serio?
Ella asintió a su esposo mientras se colgaba de su brazo y se ponía a su lado en el cómodo sofá circular.
—Sí. Él es Martin Driesen, hijo de Franz, y él es Hamed...
—Agani —completó, y extendió la mano hacia el hombre.
Niek los escrutó, pero no devolvió el saludo. El muchacho se sintió algo avergonzado y bajó la mano.
—Tomen asiento, por favor.
Martin sudaba. Su camisa estaba empapada en sus axilas y podía percibir cómo las gotas de transpiración comenzaban a aparecer en su rostro.
—Así que Martin Driesen... —lanzó Niek en tono despreocupado.
—Es un gusto...
—No digas mierda —lo interrumpió de inmediato—. No te alegra conocerme. Estás aquí porque me necesitas, eso es todo. Sabes que tengo a tu padre agarrado de las pelotas, de lo contrario un niño lindo como tú jamás se acercaría a un matón como yo.
—Es verdad —contestó el moreno—. No me da gusto conocerte. De hecho, desearía estar en cualquier lado pidiendo limosna, menos aquí.
—¿Ves? Eso estuvo mucho mejor. Y tú, piel caramelo, ¿piensas lo mismo que él?
Hamed frunció sus labios, conteniendo un insulto. Sin embargo, bajo esa mirada abrasadora las palabras se hicieron humo.
—No voy a entrar en tu juego.
Niek apretó la mano en puño afirmada en su muslo ante la respuesta defensiva.
—Sabes la razón por la que estoy aquí.
El rubio se enfocó de nuevo en Martin.
—Quieres conocer la deuda de tu padre.
—Sí. Quiero hacerme cargo de ella y pedirte que dejes de prestarle dinero.
—¿Por qué lo haría? Los imbéciles como tu padre me vuelven millonario cada día.
—No es su patrimonio el que arriesga —explicó—, sino el de mi madre y el mío.
—¿Y se supone que eso es mi problema?
Martin se sintió tonto al intentar hallar consciencia en un ser que manipulaba a su antojo, que no se conmovía con nada.
—¿Qué tienes?
La pregunta hizo a Martin volver allí.
—¿De qué hablas?
—Escucha, has venido aquí a buscarme porque tienes algo para darme. No te creo tan tonto de pensar que me conmoveré por un cuento triste sobre tu madre loca y tu infancia con un padre cruel.
—Jamás lo pensé. —Tragó saliva y se imaginó lo perfecto que quedaría su puño en medio de la cara de ese bastardo—. ¿De cuánto dinero hablamos?
—Más de doscientos¬...
—¿Mil?
La carcajada de Niek fue tan estruendosa que hizo a los guardaespaldas sobresaltarse, al igual que a su mujer.
—He visto niños tontos con dinero, pero como tú...
—¿Te da alguna especie de placer humillar a la gente? ¿Un afrodisíaco o algo?
El hombre sonrió frente a la osadía de Hamed, quien se dio cuenta de que su boca se había movido más rápido que su cerebro.
—Cariño —le tocó el muslo a su esposa—, ¿por qué no vas a bailar con Hamed y me dejan a solas con el señor Driesen?
—No voy a ir.
Esa rebeldía en sus ojos verdes...
Niek estuvo tentado de quitarle los pantalones y nalguearlo hasta que su trasero quedara rojo.
—Por favor, Hamed, ve con ella.
—Solo porque tú me lo pides. —Tocó el hombro de Martin y se levantó.
Myriam lo agarró de la mano y lo llevó a la pista de baile, mientras que Niek no despegaba sus ojos del contorneado trasero.
—Bien, ¿continuamos o seguirás mirándole el culo a mi amigo?
Niek se hizo para atrás en el cómodo sofá y se cruzó de brazos sin ningún tipo de vergüenza.
—Entonces mi padre no te debe doscientos mil, sino doscientos millones.
—Exacto.
—No tengo ese dinero y no hay forma de que consiga un préstamo de esa envergadura dada la situación de la empresa.
—¿Cuál es tu propuesta entonces?
—Si mi padre deja de pedirte prestado, puedo ver la forma de pedir dinero y devolverlo en partes.
—¿Quién mierda piensas que soy? ¿Un banco?
—No, pero deseas recuperar tu dinero, y mi padre no te lo devolverá.
—¿Piensas que no lo sé, que no tengo previsto esto?
—¿Entonces?
—Martin —Niek se hizo hacia delante y afirmó los brazos en sus rodillas mientras continuaba sentado—, voy a quedarme con tu empresa.
—No, por favor. —La garganta de Martin se apretó, ahogando el dolor. No estaba acostumbrado a sentirse desvalido, a perder—. Puedo pagarlo.
—Quiero los doscientos para la semana que viene. Ese es el trato. Lo tomas o lo dejas.
—Necesito más tiempo —imploró frente a ese hombre que continuaba embelesado por su amigo allí en la pista de baile.
Hamed no sonreía, disgustado por tener que bailar con esa mujer, quien ya no le parecía tan atractiva.
El mafioso se relamió los labios y de repente tuvo una nueva idea.
—¿Quieres salvar tu empresa?
—¿A ti qué te parece? Estoy aquí, rogándote, a punto de ponerme de rodillas. ¿Necesitas más pruebas?
—Bien.
—¿Bien? ¿Qué significa eso?
—Ciento cincuenta millones a finales del mes que viene.
Los ojos azules se iluminaron con un destello de esperanza. Luego cayó en la triste realidad.
—Dijiste que mi padre te debe doscientos.
—Así es.
—¿Y cuál es el motivo por el que me perdonarás cincuenta millones?
Niek volvió a reír y negó varias veces. ¿Todavía no entendía cómo funcionaban las cosas?
—Driesen, ¿quién dijo que te los voy a descontar?
Martin se aterrorizó pensando la respuesta que sobrevendría.