Damián apoyaba sus manos en el lavatorio. Mojó su rostro una y otra vez, intentando volver a la realidad, buscar algo que le indicara que eso sucedía.
Tragó saliva y respiró profundo.
Se había besado con un hombre, y ni siquiera había sido un beso casto, sino uno desgarrador, picante y sucio.
«Está bien, no hay nada de malo en ello», se dijo varias veces cuando abotonaba su camisa blanca.
Había tenido sexo casual antes, no era como si fuera una especie de virgen o algo así. Entonces, ¿por qué temblaba como si lo fuera? Una amalgama de deseo, angustia y llanto, como si sufriera un ataque de pánico.
Las manos de Martin se habían sentido bien. Su olor, su piel y su respiración se habían sentido bien. Recordó las manos de Carla sobre sí y la forma en que se estremecía por su tacto. Y la realidad lo golpeó, devastándolo. El toque de Martin era incomparable. El agarre fuerte a Damián lo había vuelto loco, porque adoraba la dominación de sus parejas sobre él.
Las últimas semanas habían sido tortuosas. Imaginar a su mujer con otro y pensar en la forma que otro la hacía vibrar y gozar con su tacto era enloquecedor y por instantes lo llenaba de una furia incontrolable que ahogaba dentro, porque, una vez que saliera a la superficie, sería letal.
A él no le gustaban los secretos, siempre había sido transparente como un cristal. En su trabajo, en su familia, en el amor, en el sexo. Y que de repente sintiera atracción por un hombre era difícil de asimilar, mucho más cuando lo había tomado de una manera tan apacible, sin histeria hetero ni mucho menos.
Se encontraría con Martin, iría a su habitación, y era inevitable estar aterrado de que lo descubrieran, de que lo señalaran. No lo soportaría. Pensó en Diego. ¿Qué pensaría el niño si viera en lo que su padre se convertía? La angustia colmaba todo su ser y estaba en medio de una jodida lucha interna por negarse o ceder.
«Solo beberemos un trago. No tenemos que hacer nada».
Pese a lo insensible que Martin parecía, era como si hubiera olido su inseguridad. Ese hombre que parecía tan falto de escrúpulos lo había entendido, su mirada azulada se lo había corroborado. Ese atisbo de ternura que se dejó entrever en medio de las ráfagas de pasión que los habían azotado sin piedad y de una forma tan repentina.
«No necesitas enamorarte de mí, pero te garantizo que pasaremos una buena noche».
Y el bastardo de Martin se había reído al ver su cara de estupor.
Tuvo envidia de ese hombre porque, como había dicho, adoraba la transparencia, y no había encontrado a alguien tan brutalmente honesto como el sudafricano.
«Lo deseo».
Sus labios declararon ese sentimiento prohibido y su piel se erizó de solo pensarlo.
«Lo deseo», volvió a repetirlo.
Esto inundó su sistema de adrenalina, de esa hormona que activa nuestros sentidos y que nos hace un poco invencibles.
Fue hacia la cama, se sentó en ella y buscó su pantalón. No era una cita, entonces, ¿por qué carajo se colocaba un pantalón de vestir? Es más, lo más apropiado era ir desnudo o en bóxer teniendo en cuenta la combustión que ambos harían una vez que estuvieran en soledad. Como fuera, le gustaba cómo lucía, pues le daba algo de la seguridad que había perdido en ese último tiempo.
«Si te quedas aquí, nunca la olvidarás».
Las palabras de Zaid llegaron a su mente.
¿Y si de pronto se olvidaba de ella? ¿Y si permitía que alguien más entrara en su corazón? Pero ¿cómo dejar de lado al amor de su vida?
La maraña de pensamientos era tan intrincada cuando la cuestión debería ser tan simple.
Era un polvo. Libre, sin restricciones, honesto, transparente, como a él le gustaba. Con ese hombre no tendría limitaciones ni secretos. Eran lo que eran. Ambos tenían la necesidad de probarse por las razones que fueran.
Aplicó crema en su rostro y se colocó unas gotas de perfume sobre su cuello y en las muñecas. Tocó su bolsillo y sacó el contenido. Dos condones y un sobre de lubricante. Sintió el calor en sus mejillas —la vergüenza de sentir si lo que deseaba era en realidad correcto—, pero ya estaba listo, y aunque todo su mecanismo natural de defensa se había activado, sabía que no podía dar marcha atrás.
***
Llenó la enésima copa de champaña mientras estaba en el jacuzzi.
«A mí no me gustan los hombres».
Martin se relamió los labios, sonrió y se acomodó en la superficie acuosa. Las burbujas bailaban a la altura de su pecho. Pobre Damián. Era divertido ver la forma en que se cohibía, como si el tipo que lo había doblado en la camilla de la guardia médica no fuera la misma persona que este gran oso que se resistía a la entrega. Esas manos deliciosas y fuertes, una vez que lo tocaran, lo llevarían a golpear las puertas del cielo.
Martin se humedeció los labios y cerró los ojos. Acarició los pezones y pensó en la manera en que Damián los mordería mientras golpeaba en su interior. Gimió al recordar los labios sobre él. Y solo había sido un beso, bueno, varios, que lo habían llevado a olvidarse hasta de su nombre, transportándolo a ese lugar que...
Los ojos azules se abrieron con sobresalto.
La piel hormigueó frente a... eso.
«Él es el indicado».
—Sí, pero para el sexo, nada más —le respondió a la voz interna en su cabeza, que no paraba de parlotear desde su encuentro con el médico. No habría arrumacos, nada de sentimentalismos de los cuales arrepentirse y mucho menos obligaciones.
Damián sería una experiencia, una gran experiencia, y ahí terminaba todo. Él no iba a encasillarse con un tipo que aún lloriqueaba por una esposa infiel y que tenía un hijo.
Agarró la copa de champaña y vació el contenido, enojándose con él mismo por eso. Es decir, esa maldita cosa que le burbujeaba en el pecho, que hacía latir su corazón apresuradamente y que nunca había sentido hasta esa tarde, hasta que él...
«No, no, no».
Negó una y otra vez con los nervios a flor de piel, tensándose.
Se puso de pie y salió del agua.
Tal vez debería decirle que no. Sí, lo mejor era parar ahí antes de eso.
Dos golpes firmes en la puerta de la habitación y Martin, que toda la vida había estado más que seguro de lo que quería, dejó que la duda gobernara su mente.
ESTÁS LEYENDO
OASIS S.B.O Libro 6 (Romance Gay +18)
RomanceMartin Driesen, soberbio, lujurioso y mujeriego. Un hombre que lo ha tenido todo y está a punto de perderlo por un error. Una denuncia de una examante que desea quitarle el prestigioso puesto como diplomático de la Embajada de Sudáfrica en Abu Dhabi...