Prólogo

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—¡Es que tu no lo entiendes! —casi grité.

Conducía hacia la casa de mi padre, tenían una reunión, de la cual me comunicaron hace solo un momento, era de noche, estaba cayendo un diluvio, si así podría llamársele. Miré hacia el reloj del auto que me devolvía la mirada con sus relucientes números rojos y me decía que eran las 8:15 de la noche. Tarde.

—Pero tranquilízate, Ally; aún no sabes exactamente para que quiere hablar tu padre contigo —me contestó Mike por celular.

¡Ay, Mike!

Mi novio, Mike, siempre trataba de tranquilizarme, sea por lo que sea que estaba, ya sea: gritando, llorando, pataleando, haciendo las cosas que muchas de las chicas hacemos sin razón aparente. Esos momentos donde te ríes porque tu peor enemiga se acaba de resbalar y caer de trasero, pero que a los pocos minutos comienzas a sentirte mal  y piensas en ayudarla porque todo ser humano merece una segunda oportunidad. Si, de esos momentos estoy hablando. A veces quería gritarle que simplemente me diera la razón y se callara. Pero él tenía sus métodos y, tengo que darle crédito, funcionaban.

Amaba a mi novio, llevábamos juntos casi tres años y era lo mejor que me había pasado en la vida, era esa persona que sé que no me dejaría sola por nada del mundo.

—Pero es que de eso hablo, Mike, yo sé de qué quiere hablar mi papá—repliqué. —Es por eso que no quiero ir, no quiero hablar con ellos. Además, hoy es mi cumpleaños, solo quería pasarlo contigo.

Exactamente. No creo que mis papás me hayan querido reunir para una fiesta sorpresa. Ellos no son  así. Era mi vigésimo primer cumpleaños, la edad donde eres, oficialmente, adulta a nivel mundial. Creo.

—Escucha,  Princesa—adoraba que me llamara así—. Ve con tu papá, escucha lo que tienen que decirte, y luego regresas. Nada de peleas ni conflictos, hoy fue un día especial para ti, y lo seguirá siendo —lo decía tan tranquilo, como si yo no estuviera en una crisis... y por eso lo amaba más. No se alteraba por nada—. Y cuando regreses, verás tu sorpresa ¿bien?

Pensé un momento en todo lo que él había dicho y llegué a la conclusión de que sí, que nadie arruinaría este día, en especial mi papá.

 Suspiré. —Está bien. Seguiré ese plan tuyo y confiaré en que todo saldrá bien. Nada de conflictos, nada de peleas. Solo una conversación como adultos civilizados. Y luego regresaré contigo y tu HERMOSA sorpresa. —porque viniendo de él, tenía que ser hermosa.

—¡Esa es mi chica! Ahora, maneja despacio y pon toda tu atención en la carretera ¿está bien?

—Bien.

—Ok. Te amo.

—También te amo. —Colgamos.

Permanecí en la  carretera que era la que me dividía de mi nuevo apartamento,  y  mis padres. De esa vida estereotipada que llevaba.

Llegué a mi destino. Mi casa. Mi ex casa. La casa que había amado por ser grande y preciosa. Todos mis recuerdos de niña estaban ahí. Y de mi adolescencia. Tenía muchos amigos por la clase de vida que llevaba. Pero claro todas esas amistades, fiestas, sonrisas, bromas; estaban ligadas a algo: dinero. Siempre el dinero. Dinero, dólares, libras, euros, colones, chirilicas, money, como sea que le digan en tu país o en tu cultura.  Eso es lo que mueve al mundo ¿no? Di. Ne. Ro. Pues bien, eso no me mueve a mí y no lo hará.

Salí del auto y me dirigí hacía las puertas. No las recordaba tan grandes. Toqué el timbre melodioso que antes me encantaba escuchar y ahora lo encontraba hasta desagradable. Esperé unos segundos, luego abrió Brandon, nuestro "mayordomo" como mi tía lo llamaba, aunque yo de mayordomo nunca le vi nada, más bien parecía un abuelo o una niñera versión hombre.

—¡Hola, Brandon!

—Hola, pequeña duende—siempre nos ha llamado, a mi hermana y a mi "pequeñas duendes", a pesar de que yo ya tenía veintiuno, él no dejaría de llamarme de esa manera. —¿Cómo estás? Por cierto ¡Feliz Cumpleaños!

—Bien y gracias, siempre acordándote de mi cumpleaños ¿no?

—Siempre, pequeña duende.

Sonreí. —Gracias —entré. Aún no tenía muchas ganas de hablar con mis papás, así que me entretuve un poco más. Noté el periódico de la mesa—. ¿Este es de hoy? —pregunté, me incliné y leí la fecha: 8 de mayo de 2013.

—No —contestó Brandon, aunque yo ya lo sabía—. Es de ayer. Olvide sacarlo a donde ponemos los demás.

—Oh, yo necesitaba el de hoy, por unos cupones que venían en él. Muy buenos, por cierto.

—No hay problema, mi pequeña duende, ahora te lo busco.

Sonreí. —Muchas gracias, Brandon —ahora que estaba un poco más tranquila, pregunté—:Oye ¿están mis papás? Me llamaron por una reunión de familia o algo así.

—Sí, están en el despacho de arriba. Sube.

—Gracias.

Subí las escaleras y llegué a las puertas. Entré.

***

Una hora más tarde, salí furiosa de esa reunión que no tenía ningún sentido. ¿Cómo...cómo se atrevían a hablar así?

Me faltaba aire.

Salí al jardín y ahí estaban esas gradas extra largas que llevaban hacía la alberca y al jardín. Las gradas que mi mamá siempre las vio demasiado extravagantes.

A lo lejos escuchaba los rociadores del jardín y a unos metros la manguera regando las plantas del jardín de arriba. Lo más probables es que era Albert, nuestro jardinero, cuidando del jardín.

Caminé y me detuve en la cima de las escaleras. No sabía que pensar. ¿Por qué hacían esto? No entendía y no entendí nada, solo eran palabras y palabras: Empresa. Dejarlo. Mi vida. ¿Él?

Escuché como Albert caminaba regando mas plantas del jardín. Las lágrimas se amontonaban en mis ojos, pero me negaba a llorar porque me decía a mi misma que no era tan débil y que no dejaría que nadie me viera llorando, menos Albert.  O alguien más de la familia.

Seguí ahí tratando de entender, buscando en mi cabeza algo. Algo que me dijera... qué rayos estaba pasando.  Parada ahí seguía pensando, pensando y pen....

Volé.

Literalmente volé.

Volé por todo ese tramo de escaleras que a mi abuela y a mi mamá les parecía demasiado extravagante... y peligrosas. No sé cómo, pero lo hice.

¿Me resbalé? ¿Di un mal paso?

 El primer impacto lo hice a mitad de las escaleras con mi brazo derecho y seguí rebotando hacía bajo.

Sentía como algunos huesos se rompían y como una de mis extremidades se doblaba de manera que hasta una bailarina de ballet hubieramostrado una mueca de dolor.

Y me preguntaba hasta dónde me detendría. Hasta que el peor de los impactos sucedió.

 Mi último pensamiento fue ÉL y luego todo se volvió negro. 

Yo lo amaba. Él me amaba. ¿Qué pasó? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora