Capítulo 1

48 3 0
                                    

 

Blanca…

Luz blanca…

Y, esos olores. Estaba… ¿en un hospital? Si. Un hospital.

Ahora sé cómo se sienten todas esas personas que despiertan mareadas en una sala de hospital, con esa luz directamente en la cara.

Es tremendamente fuerte y desagradable.

Traté de moverme, giré la cabeza un poco a la derecha y ni siquiera lo logré por completo, cuando un dolor insoportable me atacó de inmediato. Quise tocarme la cabeza para ver si podía apaciguarlo apretando el lugar donde exactamente me dolía, levanté mi mano y toqué un pedazo de gasa que tenía en el lado derecho de mi cabeza. Rayos. 

Creo que permanecí ahí por quince minutos, sin abrir los ojos por la maldita luz. Luego escuché sonidos. Pasos. Se acercaban a donde yo me encontraba. Se abrió la puerta y con todas mis fuerzas intenté abrir los ojos hasta que lo logré.

Era una enfermera de unos veintisiete o veintiocho años, muy bonita. Entró, a lo que yo pensaba era mi habitación privada, la cual, imaginaba que se debía gracias a mi papá. Agh. La enfermera caminó hasta lo que parecía un buró y sacó unos papeles y unas gotas. Colocó de nuevo los papeles dentro,  cerró el buró  y con las gotas en la mano, caminó hacia donde yo estaba y fue cuando se percató que me encontraba despierta.

—Señorita Cameron… —no dijo nada por un momento—. Despertó ¿Le duele algo? ¿Se encuentra bien? ¿Necesita alguna cosa?

Dios, que alguien quite esa luz de arriba era lo único que pensaba y quería en ese momento. Aún así sabía que no era posible, entonces con las fuerzas que me quedaban logré abrir mi boca.

—Cabeza… Me duele… —logré pronunciar.

— ¿Le duele la cabeza?—preguntó. — Bueno chica, no fue cualquier golpe el que te diste. Aunque no fue grave, fue suficiente para traerte al hospital. —me pareció extraña la forma drástica en que ella pasó del “usted” a tutearme. Pero me sentía más cómoda con el “tu”. El “usted” siempre me ha parecido muy formal.

 Fue hasta el buró y sacó unas pastillas, regresó, luego llenó un vaso con agua que estaba a la par de mi cama. Me ayudó a sentarme con esa destreza que las enfermeras amables, las que tienen vocación, manejan para ayudar a un paciente convaleciente. Me entregó dos pastillitas y el vaso con agua. Los tomé y me llevé las pastillas a la boca y luego el vaso, se me hizo difícil ese tipo de movimiento.

—Bueno, ahora ese dolor se te calmará. Iré a llamar al doctor Williams para que pueda chequear qué tal estás, es la tercera vez que despiertas, pero es la primera que hablas.

¿La tercera vez? ¿Eso es posible? No recuerdo ni una vez haberme despertado, y créeme, lo recordaría con tremenda luz en la cara.

—Tu familia está en el pasillo, esperando alguna respuesta de parte tuya, los tenías preocupados.

Ha. Bufé para mis adentros. ¿Mi familia preocupada? No los conocía, eran actores de verdad.

—Ese guapo novio tuyo ha estado acá. En las noches se va y se mantiene acá por las tardes y…

¡Mike! Claro que sí, él tenía que estar acá. Por supuesto, él siempre está cerca. Sabe que cuando mi familia está alrededor lo necesito. Cerca. Muy cerca.

—… y que tu estés bien—estaba diciendo la enfermera. —Por cierto, me llamo Adele.

Bonito nombre. Estaba muy acorde con la carita de ángel que tenía.

Yo lo amaba. Él me amaba. ¿Qué pasó? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora