capítulo 6

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No había dormido bien, no señor, nada bien.
Sobre todo por el tremendo dolor que pudo observar tras la mirada de Esteban, la noche anterior, después de que ella le recordara que ya no era nada suyo.
¿Por qué la miró de esa forma? A él, ella no le importaba nada. Se lo había demostrado con creces, matándola para el resto del mundo, disfrutando de la compañía de a saber cuantas mujeres, y apartándola totalmente del recuerdo de sus hijos.
¿Seguiría Esteban sintiendo algo por ella?
¡No! ¡De eso nada! ¡No seas estúpida!
¿Acaso no andaba liado con Ana Rosa?
¡Por Dios, María! Necesitas un café y olvidarte de ese hombre.
Dispuesta a cumplir la promesa que se acababa de hacer a sí misma, María saltó de la cama, se puso una bata encima del camisón y salió de su cuarto en dirección a la cocina.
Cuando llegó hasta la cocina, ya había recuperado el control de sí misma. Era cierto, no había dormido bien, pero eso se estaba convirtiendo en una costumbre desde que lo había vuelto a ver de nuevo. Por ello, en cada momento, debía recordar la verdadera razón de su estancia en aquella casa, y obraría en consecuencia.
María creyó que no tendría problemas para seguir todos esos consejos que se había dado a sí misma hasta que entró en la cocina y vio a Esteban.
Sólo llevaba unos pantalones anchos de pijama. Tragó saliva, nerviosa, diciéndose que aquello no era justo. Había salido del dormitorio con la cabeza llena de proyectos y buenas intenciones, pero eso había sido antes de ver aquel cuerpo medio desnudo, aquellos hombros tan anchos, aquel pecho musculoso, cubierto de aquel vello oscuro que según recordaba era tan suave como la seda Permanecía de espaldas a ella, y María se quedó admirando la forma de los músculos de su espalda mientras llenaba la cafetera.
_ ¿No tienes frío?_ le preguntó bruscamente, pensando que debía ponerse una camisa antes de que ella terminara por perder el escaso control que le quedaba.
Esteban se estremeció al escuchar la voz de María, suspiró y se giró para mirarla.
_ No. La calefacción mantiene calentado el ambiente. ¿Tú sí tienes frío?
María estada ardiendo por dentro, pero aquel calor no tenía nada que ver con el que producía la calefacción centralizada. Bajó la mirada y descubrió que además iba descalzo. Aspiró profundamente.
_ Un poco, y eso que voy mucho más vestida que tú_ de inmediato maldijo en silencio; no había esperado que la voz se le quebrara de esa manera, ni que sus ojos se dieran un festín mirándolo embobada.
_ ¿Te encuentras bien?_ le preguntó él al verla estremecerse.
_ Sí, ¿por qué?_ inquirió ella, sin aliento.
_ Parece como si estuvieras en trance, o algo parecido.
_ Imaginaciones tuyas.
Esteban frunció el ceño. Suspirando resignada, María dejó de luchar contra sí misma, deslizó la mirada por su pecho desnudo y se acercó a él.
_ ¿Sabes, Esteban?, probablemente sería mejor que fueras a ducharte ahora mismo_ María extendió las manos para tocar sus bíceps; su piel seguía siendo cálida, fina y suave.
Ya dijo él, pero no se movió. Y cuando lo hizo, fue para acercarse más a ella, con intención de besarla.
Le raspó las mejillas con su barba incipiente, pero eso a ella no le importó. María entreabrió los labios para recibir su lengua, que exploró la húmeda suavidad de su boca, aumentando así su excitación. Le acarició los hombros y el pecho desnudo, que antes la habían dejado tan hipnotizada, tan hechizada, deseando explorar las nuevas redondeces de aquel cuerpo que había cambiado para mejor con el paso de los años.
Esteban, parecía hacerle el amor con los labios, tomando y devolviendo, demandando y ofreciéndole placer.
Cuando, al fin, Esteban levantó la cabeza, María estaba ardiendo de deseo; de hecho, se negaba a separarse de él.
_ Tengo que darme una ducha fría_ declaró él, mientras le acariciaba suavemente el cabello. Era demasiado pronto, y antes tenía que deshacerse de Ana Rosa.
_ Yo me encargaré del desayuno_ dijo ella, intentando recuperar el control y salir de aquel trance.
Haciendo un gesto de asentimiento, Esteban inclinó la cabeza para besarla de nuevo. En esa ocasión, sus besos fueron tan leves y ligeros como la caricia de una pluma, y no consiguieron aliviar la dolorosa necesidad que María sentía. Luego sonrió sin dejar de besarla, negándole la satisfacción que tan elocuentemente le reclamaba.
Recordando demasiado tarde los consejos que a sí misma se había dado hacía tan sólo unos minutos, María se apartó. Después de aclararse la garganta, hizo un enorme esfuerzo por dominarse.
_ Vamos, ve a ducharte_ y fue a echar un vistazo a la cafetera, pensando que jamás sobreviviría a aquellos tres meses si no lograba conservar un mínimo de dignidad y de decoro. Aunque, ¿quién podría pensar en eso cuando lo primero que veía nada más levantarse era a Esteban medio desnudo, manejándose en la cocina?

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