Capítulo 2

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Llegaban tarde.
Toda la mañana en el salón de estética más caro de toda la ciudad, y toda la tarde en la peluquería las habían retrasado.
_ Vamos, Ana Mari_ azuzó a su hija para que se diera más prisa_. Rosa se va a enfadar. Pensará que al final no vamos a ir.
_ Y quizá no deberíamos haber venido_ dijo la chica, frenándose en mitad de la escalera que daba acceso al interior de la enorme mansión_. Me cargan estas fiestas de carcas.
_ ¡Ana María! ¿Quién te ha enseñado a hablar así?
_ ¿Ha hablar como?
_ Carcas ?? Cargan ??
_ Así es como hablan mis nuevos compañeros de instituto.
_ Pues si no quieres regresar al internado para señoritas de Aruba, será mejor que moderes tu lengua, ¿de acuerdo, jovencita?
_ All Right. Pero cuando esté en el instituto no sabré como defenderme cuando me vuelvan a llamar bastarda tiquismiquis.
María se giró hacia su hija con los ojos llenos de rabia.
_ ¿Quién te ha llamado eso, y quién ha sido? _ Gritó ofuscada. Tomó a su hija por los hombros y la zarandeó. ¡Vamos, dímelo!
Ana María bajó la cabeza, y se regañó a sí misma por tener aquella lengua tan larga. Se había jurado que nunca se lo iba a contar a su madre. Sabía que aquello le dolería.
_ No sé quién ha sido_ dijo la chica por fin, tratando de calmar a su madre_. Alguien lo escribió en un folio y colocó en el tablón que hay a la entrada del instituto.
María trató de calmarse. Enfadarse con su hija no tenía sentido. Al fin y al cabo, ella no tenía la culpa de nada.
_ Tú tienes un padre, Ana María.
_ Sí, claro_ dijo la chica sin convencimiento_. Ese tal Esteban San Román. ¿Pero dónde está? Tu me dijiste que algún día llegaría a conocerlo_ le reprochó.
Los ojos de María se entristecieron.
Era cierto. Quizá en su empeño por no perder a la menor de sus hijos, había hecho más mal que bien a su hija.
Pero eso era algo que María estaba a punto de solucionar. Y pronto.
Auque jamás se hubiese esperado que sucediera esa misma noche

Sí. Era él. No había duda. A pesar de la máscara lo habría reconocido incluso entre un millar de personas.
Su esbelta estatura, sus anchos hombros, su poderoso pecho, su vientre liso y musculoso, sus estrechas caderas, y sus larguísimas y fornidas piernas ¡Por el amor del cielo! Seguía siendo el hombre más atractivo y sexy de cualquier evento al que dignara con su presencia. Y aquel trasero seguía siendo el mismo que una vez la volviera loca.
¿Pero qué hacía allí, en la fiesta de Rosa? ¿Acaso ella lo conocía? ¿O Antonio? ¿O Vivian? ¿O Héctor?
¡Héctor!
Cuando Rosa le presentó a su yerno, ella pensó en la casualidad de que éste se llamara como el hijo que tanto deseaba volver a ver. Quizás por eso habían congeniado tan rápido y se habían convertido en tan buenos amigos.
Pero ahora
¿Podría ser?
¿Podría haber tenido al mayor de sus hijos delante de sus narices durante todo un mes y no haberse dado cuenta de ello?
¡Oh, no, por Dios!
María buscó con la mirada el lugar donde se encontraba su amiga.
Rosa estaba junto a la escalera con el resto de su familia.
María observó la estilizada figura de Héctor, e inmediatamente le recordó al Esteban de cuando ellos dos se conocieron.
Con un renovado sentimiento de dicha en su alma, María se alejó de la inquietante figura del que fuera su marido en el pasado y se acercó lentamente a la familia de Antonio Sousa. Ana María la siguió bien de cerca.
_ ¿Victoria?_ inquirió Rosa mirando interrogante a las dos mujeres que se acercaban a ellos vestidas de época y con las caras tapadas con sendas máscaras.
_ Sí, soy yo, cariño_. Le aclaró María a su amiga, sin dejar de mirar a Héctor que estaba junto a su esposa, haciéndole comentarios jocosos sobre los disfraces de otras personas_. Debes perdonarnos por llegar un poco tarde, pero a estas horas es casi imposible cruzar el centro, y mucho menos encontrar un taxi libre. El tráfico es insoportable.
_ Claro que sí. Estáis perdonadas.
Las dos mujeres se besaron en la mejilla, y Héctor y Vivian se acercaron a ellas e hicieron lo mismo.
María aprovechó la ocasión, para salir de la duda que desde que vio a Esteban le estaba estrujando el alma.
_ Héctor, tesoro_ comenzó a decir en un susurro, mientras observaba nerviosamente, que Esteban se acercaba a ellos con el hijo de Vivian entre los brazos_. Hace un mes y pico que nos conocemos y aún no sé cómo te apellidas. ¿No es curioso?
_ Si que lo es, señora Victoria_ contestó el chico, continuando con el susurro, y algo sorprendido. Ciertamente, ella tenía razón. Cuando su suegra los presentó sólo dijo Él es Héctor el esposo de Vivian_. Es imperdonable que se nos escapara ese detalle. Pero eso tiene rápida solución. San Román. Héctor San Román Fernández. ¿Y los suyos son?
_ Fernández Acuña_ susurró ella.
¿O lo tartamudeó?
¿Habría notado alguien el salto que dio su corazón cuando el muchacho le dijo su nombre completo?
Y lo más importante. ¿Podría volver a cerrar la boca en toda la noche?
Pero lo hizo.
En cuanto Esteban estuvo cerca de ella; tan cerca que casi podía tocarlo con sólo alargar la mano, su boca se cerró y tuvo que apretar los labios para no soltar una exclamación de delectación, que era lo que le inspiraba su sola presencia.
En cuanto lo vio, al entrar en el recinto, pensó que no había cambiado nada, pero ahora tenía que corregir esa primera impresión. Parecía mayor, de aspecto más duro, más severo. Con su elegante traje de charro, presentaba una apariencia gigantesca, imponente, con aquellos anchos hombros construidos como para soportar todo el peso del mundo.
Siempre había tenido un atractivo impresionante, con su hermoso cabello oscuro y sus ojos verdes de mirada penetrante. En eso, al menos, no había cambiado. Así como tampoco en la dura línea de su mandíbula, que sugería un carácter terco y obstinado, y en la forma que tenía de concentrar su atención en cualquier persona, indiferente a los que lo rodeaban.
En ese momento, tenía concentrada su atención en ella. Sus ojos eran fríos, ásperos, y parecían querer atravesarle la máscara. No había rastro alguno de la ternura que María había visto en ellos un montón de veces en el pasado. Ni de la diversión que siempre había brillado en sus oscuras pupilas. No, en ese momento, la estaba viendo como a una desconocida. Y de momento, ella iba a encargarse de que siguiera así.
Aún con ello, cuando sus ojos se encontraron, una descarga eléctrica estalló entre los dos.
Esteban sacudió la cabeza, retiró su mirada de aquellos ojos dorados que le recordaron tanto a otra mujer, en otro tiempo y se giró sobre sus talones para prestarle toda su atención a la más altas de las dos mujeres. Estaba seguro de que se trataban de la tal Victoria y su adolescente hija.
_ Usted debe de ser Victoria, ¿no es cierto?
La boca de la mujer, que era lo único que dejaba a la vista la bonita máscara que llevaba, se abrió para soltar una enorme carcajada.
_ ¿Victoria? ¿Yo?_ Todos los demás la siguieron, y de repente el rincón del salón donde se encontraban, se llenó de risas incontroladas_. Pues no está usted equivocado ni nada Yo Yo ¿Victoria?
Al escuchar la voz, aún medio infantil, de la chica que no podía ni hablar de la risa, Esteban se percató de su craso error.
Volviendo a enfrentar la dorada mirada de la mujer más pequeña, comenzó a tartamudear:
_ ¿Usted, usted es?
Victoria María alargó su mano con inseguridad y aún recreada por la confusión de Esteban. La verdad es que Ana María, a pesar de sus cortos quince años, era mucho más alta que ella. En eso se parecía a su padre, por que ella siempre había sido una mujer bajita.
Ana María seguía riendo a carcajadas.
_ Esteban San Román_ se presentó él, estrechando la mano que le ofrecía la mujer_. Para servirle.
Ana María enmudeció de golpe y tuvo que tomar aire para calmar un atragantamiento, antes de exclamar:
_ ¡Repita eso!
_ ¿El qué?_ dijeron todos; incluido Esteban.
María dio un tirón del traje que lucía su hija, y la miró con ojos atormentados y suplicantes.
Ana María se sintió atrapada. Atrapada y muchos otros sentimientos más que no pudo identificar.
Eran tantos y tan intensos, que se vio desbordada y se aferró a la mano de su madre como si ésta se tratase del único trozo de madera que hubiese quedado flotando en todo el océano tras el naufragio de un navío del que ellas eran las únicas pasajeras.
Sin percatarse siquiera del espectáculo que estaba montando, la chica tiró de la mano de su madre y la sacó de allí casi en volandas.
Una vez se sintió a salvo lejos de los ojos de todos, Ana María se paró en seco, y se enfrentó a la mirada desolada de su madre.
_ ¿Ese era él?_ le espetó, como si María tuviese la culpa de todo_. Dime, ¿Es ese mi padre?
_ Sí_ fue lo único que pudo decirle a su hija. No servía de nada negarlo.
_ Pues entonces, no le importamos un pimiento.
María se estremeció de sufrimiento, al ver el dolor en estado puro que desprendían los ojos de su hija.
_ No deberías decir eso, él
Su pequeña la abrazó llorando, y María ya no pudo hablar más. Concentró todos sus esfuerzos en consolarla.
_ ¡Oh, mamá!_ hipó la chica, abrazada fuertemente a su madre_. No nos quiere. Se ha portado tan distantemente con nosotras
María sonrió. ¿Así que era eso? Gracias a Dios. Por un momento llegó a pensar que Ana María estaba rechazando la figura de su padre, y aquellos esfuerzos realizados durante toda la existencia de su pequeña para que aceptara a Esteban San Román como figura paterna, habían caído en el fondo de un pozo.
Apartó a su hija de sus brazos levemente y tomó la cara de la chica ente las manos.
_ No nos conoce, cariño_. Le aclaró finalmente, y con eso consiguió que Ana María dejara de llorar_. Ambas llevamos máscaras que cubren la mayor parte de nuestros rostros. Además, recuerda que él aún no sabe de tu existencia. Así que las dos tenemos una enorme ventaja sobre él, y vamos a aprovecharla, ¿de acuerdo?
_ ¿Cómo?_ preguntó la chica mucho más calmada.
María sonrió. Le encantaba la facilidad que tenía su pequeña de recuperarse de los reveses que le daba la vida.
_ ¿No querías conocerlo a fondo antes de aceptarlo como padre?_ le recordó ella, enganchándose de su brazo y guiándola de nuevo hacia la mansión Sousa_ Pues yo me encargaré de que eso suceda. Tú sé tu misma esta noche y yo me encargo de todo.
Ana María volvió a frenar sus pasos. Acababa de descifrar otro enigma.
_ Mamá ¿Héctor es es?
María besó a su hija en la mejilla y le acarició la mano.
_ Sí, cariño. Héctor es tu hermano_ le confirmó ella_. El mayor de los cuatro.
La cara de Ana María se iluminó de repente.
_ ¿Entonces Juniors?_ la chica le devolvió el beso a su madre_. ¡Mamá eres abuela!
¡Era cierto! ¡Era abuela!
Y le encantaba la idea. Aún así frunció el ceño. ¿Se estaría haciendo demasiado mayor?
Al darse cuenta de los pensamientos que preocupaban a su madre, Ana María exclamó:
_ ¡No seas presumida, mamá!_. Se acercó a ella y le dio tal abrazo que la levantó en vuelo y todo. Después la posó de nuevo en el suelo, tomó la mano de su madre y la engancho nuevamente a su brazo, iniciando nuevamente el camino hacia la entrada de la mansión_. Aún sigues siendo muy joven. Una abuela joven y hermosa. ¡Pero si aún podrías volver a ser madre! Si quisieras, claro.
Ni loca objetó María con una carcajada_. Con tus hermanos y contigo, ya hay bastantes San Román en el mundo.
Ana María observó a su madre con mirada fingidamente maliciosa.
_ Pero Esta vez no tendría porqué ser un San Román.
María se giró hacia su hija, y la abrazó con mucho cariño.
_ Jamás podría ser de otra manera_ Dijo María con un suspiro de resignación_. Tú sabes mejor que nadie que yo soy mujer de un solo hombre.
_ Pero tío Luciano
_ Tío Luciano no es más que un queridísimo amigo_ le aclaró maría por enésima vez desde que Su abogado le pidiera matrimonio y ella, amable y cariñosamente, lo rechazara_. Luciano se merece una mujer que pueda quererlo incondicionalmente y hacerlo muy feliz. Yo no puedo ser esa mujer, cariño. Sabes perfectamente que sigo enamorada de tu padre hasta la médula.
_ Y no me extraña_ susurro Ana María, pero María lo captó.
_ ¿Por qué no es de extrañar, cariño?
_ Porque mi padre es apuesto, sensual y muy atractivo. Si no fuese su hija diría que ese hombre tiene un buen pol
_ ¡Ana María!
_ Está bien, está bien. Se acabaron las palabras malsonantes, lo prometo_ se contuvo la chica, con una sonrisa_. ¿Qué vamos a hacer cuando entremos de nuevo ahí?
_ Tú puedes hablar todo lo que quieras con tu padre, siempre y cuando no le reveles quienes somos_ le dijo María, terminando de subir los dos últimos escalones_. Yo me encargaré de tu hermano.

Continuará.............

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