_ Tienes que descansar, mamá_ le pidió Ángel. Cuando entró en la habitación de la UCI para hacer el chequeo correspondiente a esa mañana a su padre, que después de cuatro días aún no había salido del coma y se encontró a su madre dormida sentada en la misma silla que había ocupado, media hora después de entrar el primer día en el hospital_. Llevas cuatro días y cinco noches ahí sentada, sin apartar ni un instante la vista de ese monitor. No puedes seguir así, mamá. No quiero que enfermes tú también. Somos muchos, mamá, incluso Ana María ha querido quedarse durante unas horas con papá. Pero tú no nos dejas
_ ¿Puede escuchar?
Ángel había perdido el hilo de la conversación ¿A qué se refería su madre?
_ ¿Qué?
_ Tu padre. ¿Puede escuchar?
Ángel suspiró resignado. Estaba claro que nada ni nadie iba a lograr sacarla de allí.
_ No lo sé_ dijo él pausadamente_. Algunos neurólogos dicen que según quién les hable, algunas personas en estado de coma pueden oír. Pero eso es algo que nadie ha podido probar.
_ Él me oirá_ aseguró ella, sin apartar la vista del monitor que pitaba al ritmo de las pulsaciones de Esteban.
_ Mamá
_ ¿Has terminado de reconocerlo?_ lo cortó ella medio en trance.
_ Sí. Ya acabé.
_ ¿Cómo lo encuentras?
Se mantiene estable la informó su hijo, mirándola con extrañeza_. Pero me preocupa que no haya ningún cambio en su estado, ni para bien ni para mal_ Ángel hizo una pausa dolorosa y después continuó_: Si en dos días no sale del coma, tendré que diagnosticarlo como coma profundo y tendremos que desconectarlo del respirador. A partir de ahí, sólo Dios sabe lo que pueda pasar.
_ Si has terminado tu trabajo, déjanos a solas por favor_ pidió ella de forma automática. Ninguna emoción, ningún vestigio de vida en su voz.
En cuanto su hijo salió de la habitación y cerró la puerta tras de él, María se derrumbó sobre el filo de la cama donde yacía Esteban.
_ No puedes irte ahora, Esteban. Eres un cobarde que no tiene coraje ni para luchar por su vida. ¿Has mandado a los chicos para que me traigan a verte morir? ¡No! Me niego a aceptarlo_ sin darse cuento, comenzó a golpearlo en el pecho, por encima de los cables_. No vas a dejar de nuevo que me enfrente sola a
Cayo sobre su pecho, y el latido de su corazón se unió al de ella, como antes, como siempre, como cuando se convertían en uno solo, como cuando se amaban hasta terminar agotados y totalmente saciados; colmados de un cariño que rompía barreras infranqueables
«Eternamente. Se prometieron en su noche de bodas. Nos amaremos eternamente».
No. aquella no era la forma. Tenía que lograr que la escuchara. Tenía que lograr que su voz encontrara el camino hacia su alma, que alcanzara el lugar que la medicina jamás podría conseguir
_ Había una vez_ comenzó a susurrar entre sollozos_... Una chica de pueblo, que llegó a la gran ciudad en busca de una oportunidad. Aquella chiquilla de diecisiete años nunca se había ido del lado de sus padres, en la vida había salido del pueblo anteriormente, y jamás había salido con un chico. Acababa de terminar de sacarse su título de secretaria de empresas, y, buscando en las páginas de empleo de los periódicos, encontró una plaza libre como secretaria personal a tiempo parcial del joven y gran empresario Esteban San Román. Cuando entré por primera vez a tu oficina y te conocí, me di cuenta de que había encontrado al príncipe encantado de todos mis sueños infantiles y adolescentes. El hombre más guapo, atractivo e inteligente del mundo, me había contratado como su secretaria personal. ¡Dios mío! En ese momento me sentí la reina del mundo. La mujer más dichosa de cuantas había sobre la faz de la tierra. Qué estúpida fui. Por que la verdadera felicidad, la dicha plena, la conocí el día que nos casamos y me entregué a ti por primera vez, Esteban. ¿Recuerdas? Nos juramos amor para siempre. Y yo te sigo amando, Esteban. Como siempre. Como antes
Repentinamente, el pitido del monitor de las pulsaciones cambió de intensidad. Las pautas se tornaron más rápidas, más firmes, y la numeración aumentaba rápidamente en la pantalla.
La puerta de la habitación se abrió bruscamente, y Ángel y Rubén entraron en el interior como una exhalación.
Empujando suavemente a María, el chico comenzó a auscultar a su padre, mientras Rubén no quitaba ojo de los distintos aparatos.
Milagrosamente, Esteban abrió los ojos, miró a su hijo, y en su boca se dibujó una ligera e imperceptible sonrisa.
Esteban intentó hablar. Pero Ángel le hizo un gesto negativo con la cabeza.
_ Estás intubado, papá. Aunque quisieras, no podrás hablar hasta que no te quitemos el respirador_ dándole un beso en la frente, Ángel suspiró aliviado. Su padre estaba por fin fuera de peligro. ¿Qué había obrado el milagro?... Su madre. Estaba claro. ¡Qué mujer! Exclamó para sí mismo con orgullo_. Descansa, papá. Enseguida te quitaremos eso.
