Capítulo 11

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María permaneció en contacto con sus hijos, pero era ella la que los buscaba. En sus casas, en el trabajo, en las reuniones que Rosa, la madre de Vivian hacía a petición de ella misma. Pero ninguno de sus hijos sabía donde se alojaba. Ni siquiera la joven Ana María, que finalmente había decidido vivir con su padre en la mansión San Román. En parte por decisión propia, en parte porque se lo pidió María.
Ella tenía planeado seguir viendo a sus hijos hasta que el embarazo comenzara inevitablemente a notarse, entonces, inventaría cualquier excusa y regresaría a Aruba para dar a luz.
Había comenzado a hacer visitas periódicas a un ginecólogo, recomendado por la hermana de Gerardo, quién, como María había imaginado, se había convertido en un buen amigo, y en su mayor aliado.
De él era el bonito apartamento donde se alojaba. Él era quién la informaba de los momentos más propicios para ir a ver a sus hijos, cuando Esteban se ausentaba del país por cuestiones de negocios, Y él, junto a su bonita prometida, Bárbara Castro, eran los que la acompañaban a sus visitas ginecológicas, y se encargaban de su bienestar.

¿Dónde diablos se habría metido?
Desde que salió del hospital doce días antes, Esteban no cesaba de preguntar por María a cada uno de sus hijos. Pero no había conseguido que soltaran prenda.
¿Toda la familia al completo se había propuesto volverlo loco?
Por que a pesar del total silencio de los chicos, Esteban sabía con certeza que ella no se había separado de la cabecera de su cama de hospital, hasta que él abrió los ojos y regresó a la vida. Susana, la joven ayuda de cámara de su amigo Rubén Barrios, lo había informado de todo.
¿Sería posible? ¿Le estaba permitido soñar que ella aún podría amarlo?
Porque si ella había estado cuidándolo tan fieramente como la rubia enfermera le había asegurado, eso podría significar que
_ No seas iluso, pobre diablo_ se regañó a sí mismo, mientras apuraba el contenido de la copa de brandy que tenía entre las manos y estrellándola contra la chimenea que estaba frente a él_. Tú la acusaste en su día, la inculpaste a pesar de que sabías que ella no era capaz de cometer un acto tan abominable como un asesinato, pero en lo más hondo de tu alma, dudaste de ella, y ahora estás pagando por ello; en realidad llevas pagándolo veinte años.
Iba a servirse otra copa de brandy, cuando la puerta de su despacho se abrió, y Rebeca le anunció discretamente la llegada de una visita.
_ Señor San Román_ comenzó, Rebeca, solemne_. El señor Salgado ha venido a verlo.
Bueno. Por lo menos no estaría solo. Realmente no deseaba ver a nadie, pero la compañía de un amigo, era mejor que nada.
_ Dile que pase a mi despacho, por favor, Rebeca. Y tráenos café.
_ Perdone, señor pero usted no debería El joven Ángel dijo que
_ ¡Haz lo que te digo, mujer!_ gruñó Esteban a la vez que Gerardo aparecía por la puerta_. Este corazón es mío. Yo sé lo que puede aguantar y lo que no.
Sin decir una palabra más, Rebeca salió del despacho, dispuesta a no cumplir las órdenes de su jefe, por mucho que después él se quejara.
_ Estás un poco irascible, ¿no, amigo mío?_ sonrió Gerardo, alargando la mano para que Esteban se la estrechara, cosa que él hizo_. ¿A qué viene ese áspero carácter?
Esteban se sentó de nuevo en el sillón, puso la cabeza entre sus manos, y suspiró.
_ Si yo te contara
Gerardo se sentó frente a él y le poso una mano amistosa en el hombro.
_ Pues cuenta. Para eso están los amigos. Para escuchar, ¿no es cierto?
Necesitaba abrirse a alguien. Necesitaba desesperadamente hacerlo.
Después de relatarle casi toda su vida, Esteban le contó sin detalles lo ocurrido después del baile benéfico de la empresa, y sobre las ilusiones que se había forjado de emprender un nuevo futuro con la mujer que más había amado y seguía amando en su vida.
_ No te eches toda el peso de la culpa sobre tus hombros, Esteban_ comenzó a decir Gerardo sin percatarse de lo que hacía_. Que yo sepa, fue María la que te pidió el divorcio, apartándose a sí misma de ti.
Esteban se levantó del sillón y comenzó a caminar por la habitación como un león enjaulado.
_ Yo no tendría que haberle permitido que lo hiciera, ¿no lo entiendes, Gerardo? Yo me asusté. Cuando ella me envió los papeles del divorcio, a través de su abogado, estuve a punto de firmarlos para verme libre del lío en el que se había convertido su vida. La culpé, Gerardo. Dudé de ella. Fui un cobarde y la dejé ir.
_ ¿Estuviste a punto de firmarlos?_ dijo Gerardo con la boca abierta, entendiendo claramente lo que Esteban había dicho_. ¿A caso no lo hiciste?
Esteban se quedó parado en el sitio. Inconscientemente le había revelado a Gerardo Salgado el gran secreto de su vida. Una información que ni sus propios hijos sabían.
Cuarenta y ocho horas los tuve ante mis ojos confesó Esteban finalmente_, con el bolígrafo fuertemente apretado entre mis dedos. Pero en último lugar no pude hacerlo. Me sentía tremendamente confundido, debatiéndome entre las dudas y el amor que sentía por ella. Está claro que venció el amor ¿Y de qué me ha servido? Al final la perdí.
Gerardo no podía terminar de creer lo que estaban oyendo sus oídos.
_ ¿Quieres decir que sigues casado con ella?_ eso era obvio, pero Gerardo tenía que asegurarse, antes de dar un mal paso.
Esteban arrugó el entrecejo.
_ ¿Estás espesito Gerardo?_ dijo, sin apartar el ceño arrugado de su amigo_. Si me casé con ella ante Dios y ante los hombres, y no firmé los papeles del divorcio, ¿Tú que crees?
_ ¡Oh, Dios! Esto lo cambia todo.
¿Por qué había dicho eso Gerardo? ¿Qué era lo que cambiaba que él siguiese casado con María?
_ ¿Tú también quieres volverme loco, Gerardo?_ gruñó Esteban, acercándose más a su amigo_ ¿Quieres explicarme qué es lo que está pasando?
¿Y qué hacía ahora?
Por un lado estaba la total confianza que María había depositado en él, y por el otro la lealtad que le debía a su amigo, que además seguía siendo el marido legítimo de ella. Dios ¿Qué hacer?
La determinación iluminó el rostro de Gerardo. Esos dos tontos se amaban demasiado como para permanecer separados por el orgullo estúpido e innecesario de ambos.
Esteban, su gran amigo de la adolescencia estaba claramente alterado y destruido por la falta de la mujer que amaba. Y María, la mujer de gran corazón que lo había unido a Bárbara, el amor de su vida; estaba seguro de que también seguía amando a su todavía esposo. Además, estaba embarazada de casi cuatro meses. La decisión estaba clara. Esos dos obstinados tenían que volver a unirse.
_ Bueno, Esteban. Yo tengo que marcharme ahora. De todas formas no puedo hacer lo que vine a hacer aquí_ mintió como un cosaco. Con una sonrisa suspicaz, observó el borde del sobre que contenía la invitación a la boda que había ido a entregarle y que sobresalía visiblemente sobre el filo del bolsillo interior de su chaqueta_. Tenía la intención de entregarte la invitación para que asistieras a mi boda, pero lamento decirte que creo que me olvidé de traerla conmigo. Pero eso tiene solución. Mañana vienes a recogerla a mi apartamento, y de paso te presentaré a Bárbara, mi preciosa y futura esposa.
_ ¡Te casas!
_ Sí_ contestó Gerardo feliz.
Al fin te atraparon bromeó Esteban, y por primera vez desde que entró en ese despacho Gerardo pudo ver una sonrisa socarrona, dibujada en las facciones de su amigo_. A ti, al hombre incapturable.
_ Cierra esa boca, idiota_ bromeó Gerardo_. Yo me he dejado atrapar. Entonces ¿vendrás mañana a mi apartamento para que puedas conocer a Bárbara?
_ ¿Crees que me perdería el conocer a la gran mujer que ha conseguido atrapar al escurridizo soltero de oro Gerardo Salgado? ¿Bromeas?_ Esteban le dio una palmadita en la espalda mientras lo acompañaba hacia la puerta_. Ni soñarlo. Mañana a la doce estaré allí sin falta. ¡Ah! Y prepara una buena taza de café para mí. Está claro que esa vieja bruja de Rebeca no tiene intención de cumplir mis órdenes.
_ Dale gracias al cielo que todavía quedan personas que te aprecian, Esteban. Dale gracias al cielo.

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