VEINTIUNO

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Un día se va a morir

y no tengo ni manos ni pasos descalzos

para impedirlo,

ni el soplo de sueños lejanos.

Y no sé cómo decirle

que me lloran las pestañas

cuando el polvo del día le baña los huaraches.


¿Cómo hacerle saber

que su voz mezclada con la sal en sus bigotes

me recuerda a casa

donde él no estará?


Es más fácil

clavarse en la cruz con una corona de recuerdos

y romperse la cabeza contra la roca,

que pensar en su ausencia.


Pensarlo me lleva a sentirlo.


Se me nublan las manos

y me tiemblan las palabras cuando quiero abrazarlo.


Porque no sé,

porque no puedo y no supe disfrutar

su presencia.

De un peso y para llevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora