TREINTA Y CINCO

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Algunas noches de verano

una se desnuda el vientre y deja de lado los ojos

para no ver las heridas

ni sentir la sal cayendo en diluvio.


Otras noches nos ponemos rojo en la boca

a ver si así le teñimos la sangre a las penas

para que se vean y no sean imaginarias,

como los sueños donde me llamas.


En verano me gusta llover con el cielo,

porque llorar a mares es mejor que nadar a solas,

porque me queda más la grieta del pecho

y puedo culpar al clima que esconde al sol.


Ya de noche me acuesto luego de encender una vela,

pues sin ella la oscuridad me consume

pero con ella, a su vez,

la luz me da la claridad que mi mente no logra.


Y en la cama, con la piel pegada a las sábanas,

miro a un costado y la ausencia fría del vacío

me recuerda que te tuve un minuto,

antes de caer en cuenta que no me tenía ni a mí. 

De un peso y para llevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora