Tranquilidad contra pánico

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Clyde no podía sentirse más torpe de lo que ya lo hacía. Ya pronto serían las cinco de la tarde y con ello se acercaba la hora en que debía de tomarse el medicamento con el que recién había empezado. Si fuese tan fácil como conducir a su casa en su motoneta por el mismo, pero por supuesto para "no olvidarlo" se lo había llevado y lo dejó dentro de su mochila, misma que dejó en casa de Lincoln a donde fue a recogerlo antes que se marcharan juntos al árcade.

Su amigo había intentado persuadirlo que sólo por saltarse una o dos horas no le ocurriría nada malo, pero el pobre chico afroamericano de dieciséis años podía sentir cómo la ansiedad lo dominaba ante la idea de postergar un medicamento que para colmo servía precisamente para controlar su ansiedad. Lincoln estaba realmente metido de lleno en una máquina donde estaba cerca de alcanzar su máximo puntaje, por lo que para que su amigo se sintiese tranquilo, le confió las llaves de su casa y así pudiera él mismo ir por ella en caso que sus padres o hermanas no le abrieran, pues por un lado el timbre no servía y por el otro al estar seguramente tan ocupados por la llegada de Lori, Bobby y Loan a la comida que tendrían, estaba la posibilidad que no lo atendieran.

Clyde hubiese pensado que su amigo no quería tomarse la molestia de acompañarlo solo para enseguida regresar después al árcade, de no ser que como él, no parecía hacerle ya mucha gracia el que su hermana se casara con Bobby. Con todo y que Lincoln alguna vez estimó a aquél hombre cuando sólo era el novio de su hermana, Clyde no entendía el porqué de pronto su amigo ahora parecía intentar evitar a toda costa a su cuñado. Bien, no era él precisamente quien le echara en cara esto, pues por el contrario se sentía agradecido en que su amigo aunque ya muy tarde, abriera los ojos al darse cuenta que su hermosa y amada Lori había cometido un error al escoger a ese tipo en lugar de considerar darle a él una oportunidad.

Estacionó la motoneta a un lado del árbol del patio de los Loud y se dirigió a la entrada. Tocó un par de veces y aguardó medio minuto antes de decidirse a usar las llaves para abrir la entrada. Lana en ese momento bajaba las escaleras con una pequeña lámpara.

—¿Clyde? ¿Lincoln y tú ya regresaron?

—Solo yo. Vine por una medicina que se me quedó y Lincoln me dio sus llaves. Toqué, pero nadie me abrió.

—Lo lamento. Por estar con Liam toda la mañana no he podido arreglarlo aún.

—Está bien, no importa. Pasaré a agarrar eso y regresaré con Lincoln.

—Bueno. Puedes tomar jugo de naranja del refrigerador si quieres. Por cierto, si Liam te pregunta por mí no le digas que me viste. Lo mismo pídele a Lincoln, por favor.

—Seguro. ¿Pasó algo?

—Creo que está enfadado conmigo porque le agarré los huevos sin su permiso. Bueno, adiós.

La niña se marchó de regreso y un consternado Clyde tardó unos segundos en salir de la impresión que aquellas palabras le causaron. Bien, prioridades. Primero tenía que ir por su medicina, después tendría que advertirle a Lincoln acerca de las extrañas mañas que su hermanita de once años estaba teniendo. Conforme subía las escaleras pensó en eso. ¿Liam? ¿Es que siendo el mejor amigo de su hermano no lo consideró a él como primera opción? Se reprendió por tener tales pensamientos con aquella niña... aunque por otro lado ya tenía cierto aire atractivo que le recordaba a Lori. ¡Calma, Clyde! Volvió a reprenderse. Culpó a la pubertad de ello. Tal vez lo mejor sería consultarle a la doctora López su repentino interés por una niña menor, que no contaba lo de... cierto incidente al que se aferraba a reconocer como tal.

Ya en la habitación de su amigo, se entretuvo sacando de su mochila el frasco con las pastillas. De inmediato bajó y fue hacia la cocina encontrándose con el señor Loud, quien pensativo hojeaba el catálogo de una revista mientras esperaba que lo que se estaba cocinando en el horno estuviese listo.

Ya lo sé todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora