Capítulo II

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Al otro lado del Atlántico, sentado frente a su gran escritorio en uno de los espacios que se había convertido en su refugio, el lugar desde donde estaba al tanto de todo lo que pasaba no solo con los ataques que los Alemanes estaban causando en muchos Países a su paso por su intento de llegar y conquistar territorio Frances, sino también con la ofensivas de los Países Aliados por impedir que lograran su objetivo, Richard, duque de Grantchester sostenía un periódico local. Suspiró luego de leer que las cosas iban de mal en peor y no había indicio que aquella guerra terminaría pronto. Se puso en pie y dirigió sus pasos hasta la enorme ventana con vista a los jardines de su casa señorial.

Dio la autorización de pase sin girarse siquiera sabiendo que Jacob, su fiel mayordomo era quien estaba detrás de la puerta para llevarle el periódico que recibía cada dos semanas con noticias provenientes de America.

—Buenos días su excelencia, el periódico —anunció.

—Gracias Jocob, puedes dejarlo en el escritorio —Respondió el Duque con las manos atrás de su espalda sin dejar de contemplar la parte de afuera de su imponente mansión con murallas de piedra.

—Milord, ha llegado también una misiva de America.

—Seguro es de Peter, le pedi que me mantuviera al tanto de cualquier eventualidad.

Peter Mc Duff trabajaba para los Grantchester desde su juventud. Richard lo había enviado a America para que vigilara los pasos de Terry y cuidara que no le pasara nada.

Regularmente Peter solía enviarle el periódico de New York a su jefe para que estuviera al tanto de todo lo relacionado a Terry y a su madre y la pequeña chica de dos coletas del San Pablo, quien le había hecho ver lo mal padre que había sido con Terry todos esos años.

Cada vez que el periódico llegaba a sus manos, Richard, Duque de Grantchester, sentía orgullo por los logros que su hijo había obtenido abriéndose camino por sí mismo. El pecho del Duque se inflaba al ver la semejanza entre Terry y él a esa misma edad, incluso hasta en el amor, ambos se habían enamorado de mujeres que no les era permitido, pero no había nada que pudieran hacer ante aquel sentimiento que los arrastraba aún en contra de su propia voluntad. Sin duda, aquello era típico de los Grantchester ya que por su abuelo se enteró que su padre había hecho lo mismo en su juventud. Pero al igual que él, su padre tuvo que renunciar al amor en pro del maldito deber que el apellido Grantchester los obligaba a asumir aun en contra de sus deseos, para mantener un linaje "puro". Aquello lejos de ser algo bueno se había convertido en una maldición la cual Terry estaba dispuesto a romper de tajo, algo que él lejos de sentir enfado se sentía orgulloso aunque nunca lo demostró. Los tiempos habían cambiado y ahora, Terry podía casarse con quien él escogiese siempre y cuando la joven perteneciera a una buena familia y la chiquilla Pecosa del San Pablo pertenecía a los Ardley, una familia muy respetada en America. Si, era por adopción, pero él se encargaría que nadie en su entorno se enterara de ese detalle, en todo caso, si la casa Grantchester no develaba nada sobre aquel asunto, siendo ellos con quien apartarían, ¿quien podría hacerlo?.

—No —respondió Jocob —Peter le envió un telegrama ayer justo después que usted se retirara al parlamento.

—¿Y donde está ese telegrama? —preguntó el Duque dándose la vuelta para mirar a su mayordomo.

—Lo dejé aquí en su escritorio junto a estos documentos —Jacob señaló la pila de papeles —Su excelencia, creí que ya lo había leído —dijo el hombre bajando el rostro

—No lo hice —respondió el Duque frunciendo el ceño —¿Sabes si Lucrecia ha venido al despacho? —preguntó.

—Si milord, de hecho unos minutos que usted regresó del parlamento ella se dirigió al despacho.

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