Capítulo IV

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Candy abrió los ojos después de días de convalecencia. La cabeza le daba vueltas y no recordaba con claridad que le había sucedido. Miró todo a su alrededor en busca de algo que pudiera reconocer, pero todo dentro de aquella habitación le parecía extraño.

Tres toques a la puerta, hicieron que girara el rostro en dirección a esta. Sus verdes ojos estuvieron a punto de salir de sus cuencas cuando vio a Eleonor Baker.

-Veo que finalmente has despertado. No sabes el susto que me diste cuando te desmayaste en mis brazos.

Mientras Eleonor acercaba una silla y la acomodaba cerca de la cama, los recuerdos comenzaron a llegar a la confundida memoria de Candy. Susana intentando quitarse la vida en la azotea del hospital San José, Terry llegando y levantándola en brazos, ella prometiéndole a Susana alejarse para siempre de Terry, Terry rodeándole la cintura en el umbral de la puerta de salida del hospital pidiéndole que le prometiera que seria feliz. ¿Pero como iba a hacerlo sin él?, ella caminando bajo la fuerte nieve hasta el,hotel Royal, ella preparando su equipaje, ella pagando la cuenta y subiendo a un coche de alquiler hasta la estación de tren, ella de rodillas llorando por lo cruel del destino y por último, la señora Baker consolándola y diciéndole que luchara por el amor de Terry.

-¿Como te sientes? Preguntó Eleonor acomodando con delicadeza algunos rizos rebeldes detrás de su oreja.

-Terry -dijo Candy con la voz agitada como única respuesta.

-Descuida, él está bien -respondió la actriz. Y era cierto, el joven castaño estaba bien, pero recluido para sorpresa de la actriz en un monasterio para seminarista y se negaba a hablar con nadie -¡Por Dios! se le había metido la loca idea de entregar su vida al servicio a Dios sin saber siquiera lo que sucedía en el exterior.

***************

Aquella era la enésima vez que el Duque intentaba hablar con Terry, pero el joven se negaba a recibirlo. Ni todas sus influencias, ni el peso de su título consiguieron que le dejaran pasar mas allá de lo que era permitido.

-Peter te pedí que lo llevaras a un lugar seguro -espetó el Duque -pero no me refería a un lugar como este, sino a la villa de Rhode Island.

-Y así lo hice su excelencia -se defendió el hombre -pero el marqués se las arregló para escaparse de la vigilancia del resto de los empleados y aprovechó cuando fui por usted al puerto de New York.

El Duque pasó sus dedos por sus cabellos con frustración. Había olvidado que su primogénito y único hijo era un rebelde empedernido cuando se lo proponía, había esperado al menos que hubiese pasado esa etapa de su vida, pero los hechos le mostraban cuan equivocado estaba. ¿Como le haría para traspasar las murallas de aquel lugar y hablar con el cabezota de su hijo sin que lo acusaran de invasion a la propiedad privada? Lo que menos necesitaba en esos momentos era un escándalo de aquella magnitud. Por su edad, era mas que evidente que no lo recibirán como seminarista, así que esa posibilidad estaba descartada. Echó un vistazo a Peter y se dio cuenta que tampoco lo recibirían, la edad del hombre rondaba ya en los cuarenta y su cara mostraba todo menos vocación al sacerdocio. En medio del lio en el que estaba, el duque se permitió esbozar una media sonrisa al imaginar a aquel grandulon con rostro impenetrable vistiendo una sotana -sacudió su cabeza para alejar sus pensamientos, algo que no solía hacer desde su juventud -¡Demonios! -pensó -aquel no era el momento de dejar salir a la luz al joven rebelde que fue en el pasado, sino el momento de buscar la manera de ingresar a aquel lugar que se estaba convirtiendo en una amenaza para que su estirpe se multiplicara por unas cuantas generaciones más.

-¿Como le vamos hacer para hablar con Terrence?

-Su excelencia, y si de pronto le pedimos ayuda a uno de los amigos de la señorita Ardley? -tocó su mentón.

Todo Por TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora