Capitulo IX

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Candy se encontraba frustrada, aquel era su segundo día en la ciudad y aún no había visto a Terry. La hora de llegada la noche anterior le impidió hacerlo y ese día, la insistencia de la Tia abuela de llevarla no solo a la modista sino a un sin numero de lugares para luego terminar en la biblioteca junto a ella escribiendo los nombres de los invitados en los sobres que el día siguiente, el chofer de la Mansion Ardley se encargaría de distribuir.

—Pequeña, ¿sigues aun despierta? —Albert llamó a su puerta.

La joven rubia salió de la cama perezosamente.

—Si —respondió tras abrir la puerta —No puedo conciliar el sueño.

—Te sientes mal?

Candy suspiró

—No, es solo que llevamos dos días en la ciudad y aun no he visto a Terry, mis planes eran ir al teatro y darle una sorpresa. Creí que ahora que estamos en la misma ciudad nos veríamos con mayor frecuencia y ya ves, nada de eso ha sucedido y dudo mucho que con la Tía abuela encima mío se lleve a cabo, al paso que vamos veré a Terry hasta la noche de la fiesta de compromiso.

Albert le dirigió una mirada comprensiva.

—Eso tiene solución —dijo sonriendo —te llevaré mañana a la casa de la señora Baker.

—¿Harás eso por mi? —la sonrisa de Candy llegó hasta sus orejas.

Albert asintió.

—Gracias Bert, eres el hermano mayor que siempre desee tener.

A la mañana siguiente, tal y como lo habían planeado, Albert y Candy salieron de la Mansion Ardley antes que la Tía Elroy bajara a desayunar, sabían que si no lo hacían de aquel modo no podrían llevar a cabo su visita.

Conforme el auto avanzaba, el corazón de la rubia palpitaba a gran velocidad, finalmente después de dos agotadores días vería a Terry tras una larga ausencia.

Sonrió como una boba al imaginar el rostro de sorpresa de él, sin imaginar que la sorprendida seria ella tras bajarse del auto.

Albert sonrió para sus adentros al ver como los ojos verdes de ella brillaban al saber que pronto vería al culpable de cada suspiro de ella.

Cuando el auto se detuvo frente a la casa de la diva de Broadway, los ojos de ambos rubios estuvieron a punto de salir de sus cuencas. Dos hombres sostenían a Terry y tiraban de él mientras Eleonor gritaba que aquello era un error.

Candy corrió hasta el lugar seguida por Albert, quien al estar frente a los hombres dijo:

—¿Que está pasando aquí?

—Se llevan arrestado a mi hijo acusándolo de algo que no hizo —respondió Eleonor entre sollozos entregándole a Albert la orden que le fue entregada segundos atrás.

—Candy, no llores Pecosa, todo estará bien —Decía Terry al ver como gruesas lágrimas comenzaban a surcar de sus bellas esmeraldas.

—No sé mucho de leyes —Albert se aproximó a los agentes —pero tengo entendido que antes que una orden de aprensión sea emitida, primero se requiere que el acusado se presente ante la autoridades competentes a rendir su declaración para acto seguido y luego de estudiar ambas partes se determina si procede o no la orden.

Ambos hombres se miraron preguntándose. ¿Quien demonios era aquel entrometido hombre?.

—Lo sentimos señor....

—Ardley, William Albert Ardley —Albert se presentó haciendo uso de la influencia que su apellido representaba en toda la Union Americana.

El rostro de ambos hombre se torno tan blanco como la cera y sus mandíbulas se desencajaron al escuchar aquel apellido, sinónimo de poder y autoridad. Si aquel influyente hombre los descubría ¡Estaban perdidos!. Habían aceptado hacer todo aquello bajo amenazas de la caprichosa hija del alcalde.

Todo Por TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora