El Cairo.

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Siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado con oriente. El Cairo es una cuidad maravillosa, con enormes desiertos, impresionantes pirámides y unas playas de ensueño. Como en la que me encuentro ahora.
Abro los ojos y vislumbro el sol sobre el agua cristalina
A lo lejos veo el impresionante hotel de arquitectura islámica. Tres impresionantes arcos dan salida a la paradisíaca playa privada.
Estamos en un yate de lujo, alejando mi cuerpo de miradas lascivas, según el loco de mi ruso posesivo.

-¡Me importa una mierda! -Me sobresalto al oír el fuerte grito de Christian que acalla hasta el impetuoso sonido del mar. Me levanto de golpe y me siento en la tumbona blanca mirando la escalerilla de donde provienen los gritos. El corazón me late con fuerza en el pecho.
Antes si quiera de darme cuenta me veo agarrada a la barandilla de las escaleras que bajan a los camarotes, agudizando el oído y la vista.
-Llámale y díselo. No quiero más retrasos. -Vuelve a decir más calmado pero igual de enfadado.
Empiezo a descender escalones y llego al pasillo de la planta baja. Al fondo está su estudio. Ando hacia allí y me acerco a la puerta. Pero no oigo nada.
No debería estar aquí, debería irme, pero sin embargo agarro el pomo de la puerta.

-¿Buscas algo? -Doy un respingo presa del pánico y me giro con una exhalación hacia él. Sus ojos grises tensos como el acero me inspeccionan llenos de maldad-. Eres un pajarillo muy curioso. -Da un paso hacia mí y yo uno hacia atrás chocando con la puerta. Esa mirada aterradora me apuntilla a la puerta sin poder moverme-. ¿Sabes que la curiosidad mató al pajarillo?
Trago con dificultad un gran nudo de miedo.

-Te...Te he oído gritar y... y...
Me encojo cuando levanta la mano hacia mi mejilla y me acaricia con suavidad.

-¿Crees que voy a hacerte daño? -dice en voz baja. Suelto el aliento entrecortadamente.

-No lo sé -susurro. Y es la verdad.
A veces da miedo.
Su mirada se dulcifica y se inclina para darme un casto beso en los labios.

-Jamas, Ana -dice en voz baja y se yergue con firmeza-. Tengo que hacer un par de llamadas. Y esta noche tenemos una gala benéfica.
Le miro perpleja

-Me quedaré en la habitación y...

-¡Ni hablar! -frunce el ceño mosqueado-. Te dije que dejaríamos de escondernos -dice mirándome fijamente lleno de desconfianza y yo con un creciente frialdad.

-Sí, claro, tú lo dijiste. Yo voy rebotando de una cosa a otra sin entender nada...
Se ríe con malicia.

-¿Sabes que puedes estar embarazada? -Baja su mano acariciando mi vientre con los nudillos. Me tenso quedándome sin respiración. Palidezco hasta helarme.
Lo sabía, lo sospechaba, sé que los bebés no los traen las cigüeñas, pero que lo diga así, tan... Tan abiertamente.
-Ana. -Su voz ya no cruje mi mente. Ahora es una suave brisa-. Nena, los dos sabíamos que...

-Sí. Pero porque no pienso cuando estoy contigo, no sé ni dónde estoy, ni que estoy haciendo... Y lo sabía, claro que lo sabía. Pero oírlo así, tan... -suspiro bajando la mirada a su mano aún en mi vientre -. Aún no sabes si estoy...

-Pero lo estarás -susurra.
Le miro con los ojos muy abiertos sintiendo el sabor del miedo en la boca.

-No. No. Estas loco -susurro nerviosa-. Aún estamos a tiempo de ponerle remedio, lo nuestro no es...

-Lo nuestro es todo lo que tengo. Sé lo que hago, pajarillo. Confía en mí y déjate llevar. -Se inclina y me besa la cabeza con fuerza.
Sus ojos me miran llenos de promesas. Llenos de esperanza, de ilusiones. Me siento tan perdida, tan fuera de lugar... ¿Qué voy a hacer con un bebé?

-¿Esta es tu manera de asegurarte que te espero en casa mientras tú estás por ahí llevando del brazo a otras? -siseo presa de la rabia y él hace una mueca.

Cisne blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora