Mimándome.

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Olía de maravilla. Un perfume fresco mezclado con un rico aroma corporal y caro que olía a gloria bendita.
Inhalo con fuerza llevándome a los pulmones todo el aire que fuese posible. Adoraba tanto este aroma que me daba envidia que alguien más lo oliera. Aprieto los puños contra la almohada sintiéndome muy violenta y de pronto, abro los ojos como un resorte cuando siento sus labios rozar mi mejilla. Y ahí está.
Delante de mí, sentado en el borde de la cama, desprendiendo ese adictivo aroma, luciendo ese aspecto tan envidiable pese a no llevar uno de sus trajes, sino que lleva unos vaqueros claros y un jersey de rayas horizontales blanco y azul marino. Su barba, como siempre, perfectamente perfilada y peinada y su pelo hacia el lado igual de perfecto. Y esos ojos. Esos ojos grises impenetrables me miran atravesándome el cerebro muy serios.
En la periferia de mi mirada veo la calle. Los ventanales que abarcan del suelo al techo dan una espectacular vista del horizonte del Londres al atardecer y bajo él, el Támesis. Una maravillosa vista desde un maravilloso dormitorio. La cama en la que me encuentro es enorme, podría dormir una familia entera en ella. Los muebles todos a juego de madera de nogal con una exquisita decoración en tonos beis y rojo. En la esquina arde un tronco de leña en una chimenea.

- ¿Tienes una habitación muy...?-suspiro bajito sintiéndome cohibida.
Sus ojos se enternecen y me acaricia la mejilla con suavidad.
Me incorporo sentándose en la comodísima cama y descubro que tengo puesta una camiseta suya. Huele maravillosamente bien a él.

-Te he traído café -dice y me pasa una taza llena de café con mucha leche. Justo como a mí me gusta.

-No sé por qué no me sorprende que sepas cómo lo bebo -refunfuño sacándole una sonrisa.

-Tuve el placer de tomar café contigo hace unos días, ¿recuerdas? -dice con voz seductora.
Suspiro y me llevo la taza a los labios y bebo. Cierro los ojos de gusto. Cuando los abro, el muy ladino sonríe satisfecho.

-Te estás tomando muchas molestias por mí -le digo y él se encoge de un hombro perdiendo la sonrisa.
Mierda.

-Y no me sirve de nada. Porque en cuanto me doy la vuelta te metes en algún lío. -Frunzo el ceño-. El viernes estuve toda la noche despierto porque cierta señorita preciosa hasta rabiar decidió pasearse por medio Londres con una servilleta de vestido que apenas le tapaba el culo -gruñe molesto. Achino los ojos satisfecha tras mi taza y doy un sorbo a mi delicioso café-. Hoy he tenido que salir pitando de una reunión cuando me han avisado de tú incidente. Te llamo y no me coges el teléfono, no, más bien me manda directamente al contestador. Deja de volverme completamente loco, Lana. Llevo todo el día preocupado por ti. -Se inclina y mete tras mi oreja un mechón de mi pelo enmarañado e intenta besarme pero yo me retiro con suavidad y me miro los dedos en mi regazo. Me siento sucia, y me noto el maquillaje corrido por la cara y las pestañas pegadas a los ojos.
Estoy hecha un desastre y tampoco quiero que me bese.

-Necesito una ducha. ¿Puedo usar tu baño?
Asiente con una expresión tensa por mi rechazo.

-Estás en tu casa, pajarillo. -dice amable y me besa con suavidad la frente pretendiendo quedarse sobre mi piel algunos segundos pero me retiro una vez más. No es un hombre para mí, sin embargado es un hombre para muchas, como Olivia-. La segunda puerta.
Entro en el suntuoso baño bajo su atenta y seria mirada que me persigue como una sombra. El baño me deja cegada por un segundo. Todo está reluciente, la grifería de acero o incluso de platino está impoluta. El suelo de un exquisito mármol marrón con brillo destella, los muebles de madera oscura hacen un perfecto contraste con el mármol beis con pequeños destellos brillantes.
Madre mía. Parece de revista. Me da pena bañarme aquí y romper la cadena de perfección.
Doy un respingo cuando siento sus manos en mis caderas y su perfil aparece en la periferia de mi mirada y apoya la barbilla en mi hombro y yo me tenso.

Cisne blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora