Consintiéndome.

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-Me voy, Lana.
Su voz surca los
conductos de mis oídos y recorre cada recoveco de mi cerebro que ordena a mis ojos abrirse para vislumbrar su precioso rostro. Tiene el pelo aún húmedo. Va impecablemente vestido con un traje gris claro, camisa blanca y corbata azul cielo. El olor de su perfume me invade y hace saltar mi sistema sensorial. Levanto la mano y le acaricio la barba impoluta y de nuevo más corta y enredo en ella con mis dedos. Sonríe enseñándome su preciosa dentadura e inclina la cara hasta mi palma y deposita un suave beso. Miro sus ojos grises, más grises de lo que los haya visto nunca.
-¿Soñando despierta? -Sonrío con timidez y su mirada baila. Coge mi mano de su cara y la vuelve a besar-. Me tengo que ir, pajarillo. Volveré a la una y nos iremos. Comeremos en el avión. -Asiento-. Dile a Susana que haga nuestras maletas.
Me muerdo la lengua.

-Vale -me limito a decir. Se inclina y me besa los labios-. Estoy muy cansada -me quejo cuando me estiro un poco y siento los músculos doloridos. Su mirada se enciende de satisfacción personal.

-No te muevas de la cama. Si quieres algo, lo pides -dice con ternura-. Te veo luego.
Sonrío y asiento.

-No tardes -susurro dándole un suave apretón a su mano. Se inclina y me besa los labios de nuevo.

-No te muevas de aquí, pajarillo.
Niego.
Lo miro mientras sale de la habitación y me vuelvo a acurrucar en la cama.
Es una maravilla y un gustazo dormir aquí. Nada que ver con mi colchón.
Miro a mi alrededor y sin querer recuerdo sus palabras de ayer.
Ahora vivo aquí.
Ahora esta es nuestra casa. Mí casa.
Salgo de la cama y entro en el baño. Me lavo los dientes, la cara y me hago una coleta alta dejando mi flequillo bien peinado hacia abajo.
Descuelgo del vestidor una fina bata de seda corta de color negro y voy a la cocina.

-Buenos días, Susana -le digo con una sonrisa tomando asiento en la barra del desayuno. Ni siquiera se gira para mirarme.
Me levanto y en el más absoluto silencio, me preparo un café y lo llevo a mi habitación.
En el salón me cruzo con Luke.

-Buenos días, señorita.
Asiento abatida y sigo andando hasta mi habitación.
Entro y me acurruco de nuevo en la cama. Me abrazo a su almohada y la huelo solo para sentirle más cerca de mí. Ojalá estuviera aquí.
Cojo mi móvil con la intención de llamarle y... Y...
No.
No. No. No. Esto es una gilipollez.
Me tomo el café caliente y me meto en la ducha.
El agua fría empieza a caer como cuchillos sobre mi cuerpo y dejo que me congele la sangre. Me lavo el pelo entre tiritones y rápidos movimientos y de pronto...empieza a calentarse. El agua caliente empieza a salir y mis músculos se estiran agradecidos.
Suspiro y apoyo las manos en los azulejos dejando que el calor me invada, que limpie mis absurdas ganas de ver a Christian y limpie mis furiosas lágrimas por las malas formas de Susana.
Cuando por fin me he calmado y puedo pensar con claridad sin que la bruma de mis atolondrados sentimientos me absorba el cerebro. Salgo de la ducha y me seco.
Entro en el vestidor y veo muchas bolsas tiradas en el suelo de mala manera. Hay muchísimas.
Abro algunas y reconozco la ropa que me probé ayer. Hay cajas de zapatos, de bolsos. Incluso hay joyas. Una par de pendientes: dos sencillos y elegantes diamantes y una preciosa pulsera de platino. También hay unos cuantos anillos de acero inoxidable realmente preciosos y algunos collares.
Me dispongo a colocarlo todo cuando tocan la puerta.
Espero que no sea cenicienpática.

-Adelante -digo al ver que nadie entra y la cara familiar de Luke aparece ante mí. Me alegro mucho de verle. Incluso con su expresión seria y tensa de siempre.

-Señorita, he visto que no ha desayunado y le he traído algo. Espero que le guste. -Entra portando en las manos una enorme bandeja y la deja en la mesita baja que hay frente al ventanal.
Sonrío agradecida.
Hay un gran surtido de todo. Cruasán, tortitas con sirope de arce, bacón, huevos revueltos, zumo de naranja y café.

Cisne blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora