Feliz cumpleaños.

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-P...pero, si me lo hubieses dicho...no sé, te hubiese... -le miro desolada.
¿Por qué ha hecho esto?

-Mi mejor regalo es pasarlo contigo, Ana. -Se inclina hacia adelante y extiende su enorme brazo sobre la mesa hasta mi mano y la coge acariciando mis nudillos con suavidad.
El vino se arremolina en mi vientre y una ola de calor sube hasta mis mejillas.
-Me encanta cuando te ruborizas. Tienes una cara muy dulce, pajarillo -dice casi con dolor y me suelta la mano para coger su copa. Una sensación de vacío se instala en mi pecho y bajo la mirada evitando que vea lo turbada que estoy.
Cuánto más le miro, más me debilita. Tengo la asfixiante sensación de que podría pasarme la vida mirándole.
Es un hombre guapísimo.
Alex nos trae dos suculentos platos. Un caparazón de cangrejo abierto y dentro de él una rica mezcla de carne de cangrejo, puré de maíz y aguacate.

-Que aproveche -dice sin apenas mirarme y se va por donde ha venido en menos que canta un gallo. Miro la espalda del camarero con el ceño fruncido y me vuelvo hacia Christian. Su mirada se revuelve de nuevo contra mí.

-Te gusta -afirma.

-Me ha parecido simpático. Hasta que le has asustado, claro.
Aprieta los labios y mira a Alex con una mirada asesina.

-Pajarillo, ten cuidado con lo que dices de otros hombres y de cómo los miras. No creo que tu puritana consciencia sobreviva cuando mate a alguien por tener tu atención más de la cuenta.
Su brutal sinceridad me golpea la mente dejándome en blanco.
Va de farol... ¿Verdad?
Debería huir de él. A toda prisa.
¿Y entonces por qué no me muevo?

-Christian, acabo de ver cómo la tumba de mi padre se hundía en la tierra. No me hables de muertos.
Ambos nos mantenemos la mirada unos segundos en absoluto silencio y entonces recuerdo que mi comida está bajo mi mirada.
Cojo la cuchara y cargo un poco de la tentadora comida que está tan deliciosa como se prevé.
Cierro los ojos y gimo de placer al sentir la explosión de sabores en mi boca.
-Está muy bueno -le digo a mi acompañante que me mira con una expresión de puro deseo. Me ruborizo y él sonríe ampliamente.

-Me alegro. Alex cocina los mejores cangrejos de la ciudad -dice despreocupado y se inclina sobre la mesa estirando de nuevo el brazo hacia mí. Me tenso cuando acuna mi mejilla con su enorme mano y con el pulgar me acaricia la comisura de mis labios y se lo lleva a la boca chupando un poco de salsa.
-De tu boca sabe aún mejor -dice en voz baja. Me quedo sin saber qué decir con el corazón en la boca y decido no decir nada-. No te avergüences. Te deseo, no es nada malo.
Suspiro entrecortadamente y me pierdo en su mirada. Fría e impenetrable, tal y como es él.
Su aire misterioso de hombre inalcanzable es como una droga, cada momento a su lado te hace desearlo más y más. Lleva escrita en la frente la palabra Rompecorazones.

-Háblame de ti -digo forzándome a relajarme y sigo comiendo.

-Mis padres son de Rusia. Los expulsaron de allí cuando yo era pequeño. -De nuevo adopta su pose inquebrantable de "Nada me importa en la vida."-. Mi familia proviene de un linaje importante y hay gente que lleva en años dándonos caza para sacarnos del país. -Me quedo perpleja-. Nunca nos hemos doblegado ante nadie y hay personas que se chutan poder por las venas, pajarillo. -Sonrío un poco al oírle. Me encanta como me llama-. Llegamos a Inglaterra hace treinta años, mi padre montó su negocio aquí bajo la tutela y protección de los ingleses y cuando por fin levantamos cabeza y todo nos iba bien, asesinaron a mi padre y dejaron medio muerta a mi madre en un callejón de mala muerte.
Le miro horrorizada.

-Lo siento mucho.
Una pequeña sonrisa dulce cruza fugazmente sus labios.

-Mi madre no siente lo mismo. Lo que no te mata te hace más fuerte, pajarillo.
Se queda mirándome unos segundos con esos ojos indescifrables.

Cisne blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora