Parte 2

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Era una tarde fresca y transitada en la ciudad. Miraba a través de la ventanilla del coche pensando en qué pasaría por la cabeza de todas esas personas caminando apresuradamente. Rostros cansados, otros preocupados. Algunos fastidiosos y otros impacientes. Pensando quizá en el trabajo que les quedara pendiente para el día siguiente o en qué debían preparar para la cena de esa noche. Pero ¿Cuántos de ellos estarían pensando en qué pasaría si ese fuera el último día de sus vidas? ¿O si algún conocido suyo muriera? Si una persona que apreciamos sufriera un accidente y falleciera al instante, probablemente nos doliera más que todo el no habernos podido despedir o expresar nuestro cariño y el dolor de la perdida seria más agudo y traumático. Pero si fuera al revés, si ese familiar sufriera una enfermedad terminal y tuviéramos la oportunidad de decirle cuánto lo amamos, la agonía de saber que en cualquier momento va a morir nos resultaría fatal. Visto de ambos modos, de más está decir, es algo triste que nadie quisiera vivir. Pero ¿Qué pasa cuando alguien que conocemos nos dice que planea suicidarse? La primera reacción es desconcierto porque el o los motivos que lo llevaron a tal extrema decisión van más allá de nuestra comprensión y entendimiento. Nos preguntamos qué hicimos mal o qué fue lo que no hicimos. Nos sentimos agobiados, con temor, enojo, confusión y en alguna medida, culpables, dando paso a la negación en algunos casos y una búsqueda ansiosa de explicaciones. Resulta evidente decir que nadie está preparado para afrontar el suicidio de un familiar o conocido, entonces ¿Qué hay que hacer?

De pronto, la bocina de un camión de carga detrás de mí, me arrebató abruptamente de mis pensamientos. Volví al presente, mirando para todos lados, desorientado, pues me había olvidado que estaba conduciendo. Tras otro estruendoso bocinazo del camión y una fila de autos detrás coreando a este, me di cuenta que el semáforo estaba en verde y delante mio no había coche alguno. Retomé la marcha y doblé en la esquina. Seguí unas cuantas cuadras más y, entonces, estacioné. La escuela de Rodrick se alzaba imponente y simbólica en la vereda de enfrente.

BROKEN SOUL ©Where stories live. Discover now