⦻
La semana fue lenta y horrible.
El instituto se convirtió en uno de los peores lugares para mí. Sin embargo, es obligatorio para mí asistir.
Janice y Billy habían llamado al director explicando la situación, pero los profesores hacían poco cuando detectaban algo en clase. Su indiferencia era lo peor de todo. No obstante, sobreviví al viernes.
Entro en clase lentamente y con la cabeza agachada. En apenas unos segundos, un trozo de papel hecho bola se estrella contra mi cabeza, pero lo ignoro y me siento en mi sitio, al lado de la ventana. Siento la necesidad de comprobar si el chico enmascarado me ha seguid hasta aquí, así que me giro lentamente y de forma disimulada hasta la ventana.
No hay nadie, el patio está vacío y la entrada del bosque también.
Suspiro aliviada y escucho un golpe seco que me hace clavar las uñas en la mesa.
—Gwen, estamos aquí, no en Marte— me regaña el profesor de matemáticas. Se me sonrojan las mejillas de vergüenza al escuchar las risas de los de clase.
—L-lo siento.
—Sal a la pizarra y resuelve el ejercicio.
Empiezo a temblar con violencia, pero no me muevo de mi asiento.
—Ponte de pie en el pasillo el resto de la hora— trató saliva y me levanta, obediente —. Si no quieres colaborar en clase, entonces no formarás parte de ella.
Contengo las ganas de llorar mientras el profesor espera a que salga de clase para cerrar la puerta con fuerza, haciendo un ruido seco. Cuando ya no puede verme nadie, me tapó la boca y permito que las lágrimas se precipiten por mis mejillas. Frente a mí, una ventana se abre lentamente y el viento me sopla en la cara, como si me quisiera secar las lágrimas. Alzo la cabeza y parpadeo varias veces seguidas para aclarar mi vista, encontrándome con el bosque, otra vez.
Los pies se me mueven solos hacia la ventana y me detengo en seco. Saco la cabeza ligeramente y el pelo se me mueve con delicadeza, aspiro y lleno mis pulmones de aire antes de soltarlo despacio por la boca, tranquilizándome. Pero no sirve de nada. De repente, la sensación de que alguien me observa se instala en mi pecho, como una mano que me aprieta el corazón con fuerza.
Ahogo un grito y dirijo mi mirada al interior del bosque, escudriñando entre los árboles.
Es él, ¿por qué? ¿Por qué está aquí? Hace un rato todo estaba tranquilo.
Tengo la sensación de que voy a estallar. Llevo más de una semana tomándome las pastillas, sin alucinaciones. Él es la única que todavía puedo ver.
Sus ojos negros me observan, con las cejas alzadas. Tiene algo brillante y afilado en la mano que mi mente se niega a reconocer. En lugar de eso, retrocedo hasta chocar contra la otra pared del pasillo. Me tiemblan las piernas y se me nubla la vista.
Necesito ponerle fin a esto, necesito pararlo ya.
Mi mente se queda en blanco, pero echo a correr escaleras abajo hasta la planta principal. Voy haca las puertas del patio y las abro de un empujón, una voz masculina detrás de mí grita con fuerza, pero no me detengo. Corro con todas mis fuerzas hasta la vaya y la salto, rasgando mi camiseta y haciéndome un corte en el brazo. La adrenalina me impide detenerme. Siento el escozor y la sangre salir de la abertura mientras cruzo la calle hasta casa. A esta hora, Janice y Billy se han ido a trabajar.
Me detengo en la puerta chocando contra las escaleras del porche. Me pongo de puntillas y saco la llave de una maceta colgada del techo, falsa. Abro la puerta y la dejo así, con la llave puesta. No quiero entretenerme.
Cruzo el recibidor hasta la cocina y abro los armarios hasta que encuentro mi bote de pastillas.
Mi cuerpo se tensa, la respiración se me vuelve irregular y agitada, siento los latidos de mi corazón en mis sienes y tengo un nudo en la garganta.
—Todo esto tiene... tiene que parar...— murmuro, una y otra vez. Creo que me he vuelto loca. No sé qué me sucede.
Todavía siento su presencia en mi espalda, clavándome con sus ojos negros. Se me humedecen los ojos. Tengo que escapar de él, de alguna forma...
Desenrosco el tapón y lo dejo caer al suelo. Sobre la palma de mi mano caen todas las pastillas que me quedan y luego me las trago de golpe. Se me atragantan, pero no quiero escupirlas, así que lleno un vaso de agua del fregadero y doy sorbos grandes hasta que me las trago todas. De repente, el vaso de cristal se me cae al suelo y siento un retrotijón muy fuerte en el estómago. Un dolor intenso y la sensación de que alguien ha prendido fuego en mi interior.
Grito con todas mis fuerzas y caigo al suelo boca arriba, clavándome los cristales en la piel. Me revuelvo en el suelo y empiezo a convulsionar.
Una sobredosis. Es una sobredosis.
Dios mío, ¿voy a morir? ¿De verdad voy a morir?
Intento respirar, pero se me ha cerrado la garganta. Clavo las uñas en el suelo, como si pudiera aferrarme para que no pudieran arrastrarme al infierno.
En medio de la agonía, escucho unos pasos cruzar la puerta y cerrarla con delicadeza. Se acercan con calma hacia mí. Me vuelvo hacia la puerta de la cocina y veo unas botas negras manchadas de fango. Es un hombre, va vestido con unos vaqueros azules desgastados y rasgados por algunas partes, una chaqueta anaranjada y...
Me remuevo en el suelo y niego con la cabeza sin dejar de convulsionar. Él mira a través de la máscara en silencio, sin decir nada.
—¡N-no...!— grito, cuando se pone de cuclillas a mi lado. Se me han ido las fuerzas, no puedo alejarme de él. Vuelvo a gritar cuando el sabor metálico de la sangre me llena la boca. Sollozo en silencio y cierro los ojos.
Voy a morir, voy a morir y él lo va a disfrutar.
—¡Gwendolyn! ¡Gwendolyn!
Una voz masculina me llama a lo lejos, pero yo no puedo responder. Siento que caigo en un mar infinito y profundo en el que me voy hundiendo cada vez más. Ya no hay vuelta atrás.
ESTÁS LEYENDO
Schizophrenic[Masky]© Book 2
JugendliteraturGwendolyn recuerda perfectamente el momento en el que su padre enloqueció y mató a su madre en un arrebato de ira y descontrol. Su familia adoptiva suele visitar al psicólogo con frecuencia en busca de ayuda para ella, puesto que padece de alucinaci...