Capítulo Veinte

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Cuando empiezo a sentir mi cuerpo, me muevo ligeramente y suelto un pequeño suspiro. Tengo los ojos cerrados y soy incapaz de abrirlos, como si mis párpados estuvieran pegados.

Siento el cansancio en mis huesos y músculos, pero no estoy de pie, sino tumbada en algo blando, aunque siento irregularidades en mi costado que no llegan a hacerme daño.

Entreabro ligeramente los párpados y no soy capaz de ver nada: está todo a oscuras. Sin embargo, mis ojos no tardan demasiado en acostumbrarse a la misma y reconozco dónde estoy: es la habitación de Masky y estoy tumbada en su cama, pero no estoy sola.

Alguien me abraza por la espalda, rodeando mi cintura con su brazo. Su pecho y mi espalda están pegados, mi mano está sujetando sus dedos y, de alguna forma, no los ha soltado. No pesa, siento su calor reconfortante. Su otro brazo está situado detrás de la almohada y de mi cabeza.

¿Cómo hemos llegado a dormir juntos?

Su respiración choca contra mi oreja, mueve mi pelo y me hace cosquillas, pero no es desagradable. Se le escucha tranquilo, calmado.

Recuerdo todo lo que hemos hablado esta noche: lo que él me ha confesado de su pasado, lo que yo he sido capaz de contarle, después de haberlo estado guardando dentro de mí tanto tiempo... el beso a su máscara.

Ni siquiera sé por qué hice eso.

El cuello, las mejillas y las orejas me arden de la vergüenza. Cierro los ojos con fuerza e intento alejar ese recuerdo de mi cabeza como quien intenta olvidar un momento muy vergonzoso de su vida y continuar como si no hubiera pasado nada, pero no soy capaz. Se repite una y otra vez en mi mente como un reproductor antiguo que se ha quedado trabado en la misma escena.

El corazón me da un vuelco cuando siento que alguien detrás de mí se mueve y suelta un pequeño gemido ronco.

Masky mueve sus brazos, pero no los quita de donde están y yo me siento aliviada de que no me haya soltado. Es como si me estuviera protegiendo.

—¿Estás bien?— me susurra al oído, con su voz ronca de recién despertado.

Quiero darme la vuelta, verle la cara. No creo que esté durmiendo con la máscara puesta.

Me muevo ligeramente, lista para volverme hacia él, pero su mano se aleja de mi cadera y se coloca detrás de mí hombro, dejando una sensación fría donde antes estaba.

—Quédate así— me dice. Suena como una petición disfrazada no muy bien de orden. Yo no pretendo incomodarle, tampoco que se aleje de mí por miedo a que yo pueda descubrir su rostro, así que me quedo quieta, dándole la espalda.

—¿Por qué no puedo ver tu cara?— inquiero, desanimada. La curiosidad es cada vez más fuerte, me cuesta contenerme. Quiero saber quién hay detrás de la máscara —¿Tan feo eres?

Masky suelta un resoplido. Le ha hecho gracia mi comentario.

—Ese no es el problema— vuelve a susurrarme. Y otro escalofrío me recorre la espina dorsal.

—¿Y cuál es?— insisto.

—Está prohibido.

Vaya. No sé por qué, no me sorprende.

No dejo de preguntarme qué clase de libertad es esta para ellos. ¿Una libertad en la que tienen que permanecer cautivos en una cabaña abandonada, donde no pueden hacer otra cosa más que colgar notas y asesinar gente, ocultándose de otras personas, usando otros nombres que no son los suyos?

¿Ellos podían estar contentos con algo así? De alguna forma, no se aleja demasiado de cómo vivían antes de que Slenderman los acogiera.

—No puedo saber tu verdadero nombre— murmuro —, y tampoco puedo ver tu rostro— añado —, ¿puedo saber al menos la edad que tienes?— inquiero, de forma sarcástica.

Masky se queda en silencio un buen rato. Yo espero un no rotundo acompañado de una explicación que para él está más que justificada, mientras que a mí me inquieta. Sin embargo, su mano en mi hombro rodea mi pecho y me acerca un poco más a él.

—Veintiuno.

Abro los ojos hasta que siento que se me pueden salir de las órbitas, sorprendida por su respuesta, sincera y tranquila. No creo que me haya mentido con su edad.

Yo voy a cumplir diecinueve dentro de poco.

—Eres tres años mayor que yo— musito, soltando una pequeña risa, contenta con la escasa información que me ha proporcionado.

—Lo sé— responde él, y sé que está sonriendo.

Bajo sus brazos y la manta desgastada que tenemos por encima. Cierro los ojos y dejo que esta sensación agradable me acune y me duermo de nuevo, olvidado dónde me encuentro por un instante, centrándome en que Masky está conmigo.

Cuando abro los ojos ligeramente, siento el frío en mis pies descalzos. Estoy boca arriba y con los brazos extendidos, ocupando toda la cama. Me giro y me muevo para asomarme y asegurarme de que no he tirado a Masky al suelo, porque no está durmiendo a mi lado.

No está. Ni en el suelo, ni en la silla que permanece metida bajo la mesa de madera, ni en ningún sitio. No obstante, me ha dejado un plato con un bocadillo bien lleno de jamón y un vaso de agua.

Su ausencia me entristece y permanezco un buen rato en la cama, sentada y abrazando la manta llena de pelotas de tela desgastada, sintiendo sus manos rodeando mi cintura como un recuerdo muy lejano.

Me rehúso y acabo levantándome. Me pongo la ropa que me dejó y empiezo a comerme el bocadillo con el malestar en el cuerpo típico de las mañanas.

Decido armarme de valor y bajar yo misma a  dejar el plato.

Abro la puerta de la habitación y desciendo lentamente las escaleras, descalza y evitando no hacer crujir los escalones. Llego a la pequeña estancia con el sofá desgastado en la que me encontraba hace unos días y observo las puertas, intentando adivinar cual es la que da a la cocina. Finalmente, me decido por una y me encuentro con un montón de cajones y muebles de madera bastante desgastados y con algunas partes podridas.

Bingo.

Dejo el plato en el fregadero y abro el grifo para enjuagarlo, pero en cuanto mis manos se manchan con aguas negras, suelto un chillido y me alejo del fregadero de un respingo, chocando contra el pecho de alguien.

Unas manos se posan sobre mis hombros.

—¿Masky?

Me doy la vuelta con las manos empapadas, pero un golpe en la cabeza me hace caer al suelo.

Schizophrenic[Masky]© Book 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora