Ruedo por el suelo y me alejo del monstruo mucho antes de que sus enormes garras me desgarren la piel. Desde el suelo, veo cómo resquebraja la corteza del árbol contra el que he chocado, haciéndolo trizas.
Su boca de dientes torcidos babea y jadea, gruñendo porque todavía no ha logrado atraparme.
El miedo intenta volver a paralizarme, pero me levanto con las piernas temblorosas y con la rama bien sujetada por mi mano. El Rastrillo se da la vuelta, apoyándose sobre sus enormes garras, y me mira con esos ojos blancos y brillantes. Araña la hierba y la tierra del suelo, como si fuera un toro preparándose para embestirme.
No estoy preparada. No, no estoy lista para enfrentarme a esa cosa.
Quiero irme a casa, quiero volver a casa.
No quiero morir, no quiero que ese monstruo me coma.
Me siento como una niña pequeña que está siendo acechada por el monstruo de su armario. Ella se tapa con sus sábanas, aterrorizada, mientras la puerta del armario se abre lentamente, y de este emerge poco a poco la figura de un ser horrendo y espeluznante, en medio de la oscuridad.
El Rastrillo pronuncia unas palabras extrañas, unas palabras que suenan atragantadas en su boca, como si se estuviera ahogando, y con una voz sobrenatural que alguna vez fue de hombre:
-Será... mejor... que... corras.
Y eso hago.
Correr. Salgo corriendo con todas mis fuerzas, descalza, y todavía con la rama en la mano.
Paso entre medias de los troncos y las ramas de los árboles para no tropezar, mientras escucho que me persigue una criatura recién salida de las más sórdidas pesadillas.
Las lágrimas se escapan de mis ojos mientras no paro de correr.
-¿Qué estás haciendo?- escucho que me preguntan.
Veo que Masky sale entre los árboles, pero sé que no está ahí de verdad, porque le veo siempre a mi lado a medida que sigo recorriendo el bosque.
¿Acaso no es evidente?
-Lucha- me insiste, hasta parece enfadado al verme huir -, tienes que luchar.
Todavía no sé si es buena idea. Tengo la rama afilada en la mano, sujetándola como si fuera un cuchillo o una espada, pero no soy una luchadora, no soy nada de eso.
-Tienes que hacerlo- continúa -¡Vamos!
-¡No puedo!- exclamo -¡No sé cómo!
Mis piernas, sin embargo, me hacen frenar y me paro en seco.
Me doy la vuelta, cogiendo la rama por ambas manos, esperando que, por la gracia de Dios, el Rastrillo pudiera ensartarse él solo.
No es así. En realidad, me doy cuenta de que estoy sola en medio del bosque, no hay rastro de la criatura humanoide y solo noto un silencio aterrador junto al viento que me susurra y me enfría la piel.
Trago saliva.
-Te está acechando- me responde Masky, a una pregunta que no he formulado en voz alta -. Primero quiere cazarte, hacer que sientas miedo. Es como un juego para él.
Joder, joder, joder...
Escucho un rugido detrás de mí. Me muevo instintivamente, algo me araña el brazo y me hace perder el equilibrio. Caigo al suelo de espaldas, soltando la rama.
-¡No!- chillo. El Rastrillo me mira con las dos extremidades superiores levantadas, como si volviera a ser humano, pero no tarda en volver a colocarse a cuatro patas, arañar la tierra dejando las marcas de sus garras, y correr hacia mí.
Me tambaleo de un lado a otro, buscando la rama desesperadamente. Me mareo mientras mis manos se manchan de la tierra húmeda que hay debajo de la hierba mientras palpo hasta que mis dedos rozan algo duro y áspero.
Los gruñidos se escuchan cada vez más cerca de mí.
Todo se siente como si estuviera sucediendo a cámara lenta, cuando en realidad sólo es cuestión de segundos.
Alzo la rama, cerrando los ojos con fuerza y con la punta afilada mirando hacia el monstruo. Algo me mueve con violencia y escucho que los gruñidos se convierten en gemidos, como los de un perro herido.
Cuando abrí los ojos, encuentro al Rastrillo, que me está dando la espalda y se tambalea de un lado a otro. Sus garras cubren una parte de su costado, que está manchado de sangre y no deja de gotear.
Lo he conseguido. He logrado herirle.
Escucho un gorgoteo que sale de su boca, parece desconcertado, dolorido.
Mientras me da la espalda, me levanto torpe y lentamente del suelo, evitando hacer ruido. Los gruñidos silencian el ruido de la hierba siendo pisada por mis pies. Me doy media vuelta y salgo corriendo.
Corro, corro, corro.
Tan deprisa como puedo, tan rápido como mis piernas son capaces. No sé hacia dónde voy, solo sé que necesito ir lo más lejos posible del Rastrillo antes de que decida volver a por mí, porque sé que esta vez estará más furioso y empeñado que antes.
Escucho un rugido desgarrador y desagradable a lo lejos que logra hacer eco en todo el bosque y espantar a los pocos pájaros que había en los árboles.
Esa es la señal, es la señal de que no puedo dejar de correr, de que tengo que seguir corriendo antes de que me encuentre, antes de que sus afiladas garras me arranquen la piel y me rompan los huesos.
Flaqueo, mis rodillas se doblan, mis piernas pierden fuerza. Me arden los muslos, los gemelos, no estoy acostumbrada a correr a esta velocidad durante tanto tiempo. Mi respiración es irregular, mis pulmones se sienten como si estuvieran en llamas.
Tengo miedo, estoy aterrada.
Un grito se escapa de mi garganta cuando escucho los troncos de los árboles y las ramas ser cortadas, golpeadas con fuerza. Escucho que se quiebran, se parten, las astillas salen volando y chocan unas con otras.
Está detrás de mí, va a alcanzarme.
No veo bien por dónde voy y, cuando me quiero dar cuenta, un montón de ramas me golpean violentamente y rasgan y arañan mi piel, cortándome y haciéndome heridas por todas partes. Me cubro los ojos con los brazos, pierdo el equilibrio y me precipito por una pendiente descendente, cayendo de espaldas.
Chillo sin ser capaz de moverme o controlar la caída. No dejo de ser golpeada por ramas y hojas secas, tampoco soy capaz de ver hacia dónde voy.
Un golpe seco en mi tobillo me hace chillar de dolor. Cambio de posición en la caída y aterrizo en un suelo lleno de pequeñas piedras, rígido y caliente. Mis manos se apoyando sobre este instintivamente para no darme de bruces y perder los dientes. Entonces, me encuentro con un suelo de asfalto negro y desgastado, con marcas de neumáticos.
Escucho el sonido de un claxon muy cerca, que me indica que me aparte.
Unas luces blancas y fuertes me ciegan.
Intento levantarme, pero no soy capaz. Me duele la pierna y estoy pegada al suelo, llena de heridas y descompuesta por haber corrido tanto a tanta velocidad.
Escucho un frenazo. Y deduzco que el coche se ha parado frente a mí.
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Schizophrenic[Masky]© Book 2
Novela JuvenilGwendolyn recuerda perfectamente el momento en el que su padre enloqueció y mató a su madre en un arrebato de ira y descontrol. Su familia adoptiva suele visitar al psicólogo con frecuencia en busca de ayuda para ella, puesto que padece de alucinaci...