Capítulo Seis

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No me atrevo a mirar al final de la habitación, y sé que ya no va a servir de nada que me esconda cuando ya me han visto. 

—¡Eh, tú!— me aferro todavía más al picaporte cuando uno de ellos llama mi atención. Los ojos se me llenan de lágrimas y se me queda la mente en blanco, no tengo ningún plan para escapar, van a acabar conmigo. Noto su presencia cada vez más cerca y reúno el coraje para apartarme del picaporte, que ya está caliente por tenerlo tanto tiempo entre mis manos, y pegarme a la pared del fondo. Frente a mí, hay tres hombres más altos que yo, todos tienen las caras escondidas. Uno de ellos, con un pasamontañas negro con una mueca triste cosida, una sudadera amarilla y vaqueros holgados y rotos, se acerca a mí. 

—¡No, no te acerques!— chillo. En mi mente se repite la escena en la que yo le grito a la profesora, el momento en el que vi el rostro de una persona que no era ella. Las lágrimas ruedan por mis mejillas y me dejo caer sentada al suelo, con las manos en la cabeza —Esto no puede ser real... estoy alucinando. Estoy en casa, estoy en casa...— murmuro, cerrando los ojos —No es real, no es real...

Alguien me toma por las muñecas y hace fuerza para que las aparte de mi cabeza. 

—Abre los ojos.

—¡No!— muevo la cabeza de un lado a otro, pero me agarra la mandíbula con una mano y me la alza con fuerza. Abro los ojos lentamente y me encuentro con dos cuencas vacías, yeso blanco, cejas finas alzadas y unos labios negros que no reflejan ninguna expresión. Ahogo una exclamación al reconocer la máscara que me ha estado siguiendo a todas partes. Me está tocando, me está...

Es real. Todo esto es real, no lo he alucinado.

Entonces, estoy...

El pecho me sube y baja con rapidez, la respiración se me vuelve agitada y empiezo a hiperventilar. Las paredes de la habitación parecen acercarse con rapidez y estrujarme con fuerza, por lo que no puedo respirar bien. Me zafo de su agarre con un golpe en su brazo y me pego a la pared, como si pudiera esconderme de ellos. Me llevo las manos al cuello y me clavo las uñas en la piel.

Grito. Grito una y otra vez. No puedo soportar esto. No puedo estar aquí. El corazón me va a estallar, siento que voy a desmayarme.

—¡Ha-hacedla callar antes de que la descubra y nos ma-mate!— impera el de las gafas amarillas y bozal de metal. Después de decir eso, advierto que su cabeza se ladeaba un par de veces hacia la derecha, como una especia de tic.

—¡Masky, ocúpate de ella!— le grita el del pasamontañas negro al de la máscara blanca. Él se queda de pie, en silencio e inmóvil.

Yo me apoyo en la pared y me levanto con las piernas temblorosas. Todos se me quedan mirando. Los tres se acercan a mí como si fuesen perros de presa y yo una liebre salvaje a la que deben cazar para contentar a su amo, ese que no quieren que me descubra...

Mis ojos se quedan fijos en la máscara blanca del tal Masky, que es el que parece estar más tranquilo de los tres. Se me queda mirando como todas esas veces en las que lo había visto en la calle. Tiemblo ante él, como un animalillo asustado, suplicándole con la mirada que me deje marchar. Sin embargo, su silencio me responde con una negativa clara.

Me muerdo el labio inferior y siento el sabor metálico de la sangre en la boca.

La bilis me sube por la garganta y siento que algo en mi interior explota. Rápidamente, me subo a la cama y quedo al otro lado de la habitación. Los tres me siguen con la mirada sin saber lo que estoy haciendo hasta que voy corriendo hacia la puerta. Antes si quiera de llegar al umbral, una mano fuerte y enguantada me agarra del brazo y me hace caer al suelo boca arriba. Aun así, lucho por levantarme, por volver a ponerme en pie. Él me lo permite, pero sigo sin poder llegar a la puerta. 

—¡No, no!— chillo, arañando la mano que me agarra. Solo consigo que sus dedos se cierren con más fuerza sobre mi antebrazo —¡¡Suéltame!!

El chico de gafas gruñe con fuerza.

—Po-por Dios, ¡cállate de una vez!— me aleja de la puerta sin a penas esfuerzo en un movimiento de brazo y me arroja al interior. Choco contra algo duro y otras manos me agarran por los hombros.

—Todo esto es culpa tuya, Masky, ahora tienes que cargar con ella— le reprocha el del pasamontañas, señalándole con la mano cubierta de un guante negro. El otro no dice nada. Ha estado en silencio todo el tiempo —Y reza para que Él no sepa que ella está aquí.

—Ya debe sa-saberlo— interrumpe el del bozal. Me quedo mirando al chico de gafas y se me corta la respiración cuando veo dos hachas colgar de su cinturón de cuero. Trago duro y alzo la mirada, viéndome reflejada en sus gafas —N-no pasa nada en el bosque s-sin que Él se entere— añade.

—¿Qui-quién es Él?— murmuro, aterrada. Todos se quedan en silencio, como si me estuvieran ignorando o, directamente, no quisieran responder a esa pregunta. El chico que me tiene agarrada por los hombros me arrastra hacia la salida de la habitación, pero me revuelvo y pataleo con todas mis fuerzas —¡Espera, espera! ¡No...!— su mano cubre mi boca antes de que pueda seguir gritando. Siento el frío del cuero por toda mi mandíbula. Su máscara blanca se acerca a mi rostro y yo vuelvo la mía a un lado para no verlo.

—Si no te callas, te coseré la boca para que no puedas hablar más, ¿lo has entendido?— su voz suena muy grave y ronca por la máscara. Casi no logro entenderlo muy bien. 

Ahogo una exclamación, todavía con la boca cubierta por su mano. Las lágrimas nublan mi vista unos segundos hasta que parpadeo. Sorbo mi nariz y asiento lentamente, sin mirarlo directamente a los ojos.

—Bien, vamos— no me da otra opción, me saca de la habitación, dejando a sus compañeros atrás y me conduce por el pasillo hasta otra. 

Schizophrenic[Masky]© Book 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora