Extra Nro.2

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Notas iniciales de la autora: Este mini oneshot ocurre después del epílogo final 4/4 — La verdad envuelta en cadenas. Que tengan una buena lectura.

Eran las doce menos cuarto de la noche cuando Kawasaki entró por la puerta. Parecía estresado mientras deshacía la corbata con hastío y tiraba el maletín a un lado.

Cuando miró en mi dirección dejó escapar un pequeño soplido de resignación. Su pelo estaba peinado hacia atrás y el traje le quedaba un pelín grande, pero eso no pareció incomodarlo.

Yo estaba sentada en el sofá con el portátil en mis rodillas. Llevaba un rato escribiendo una historia que no podía sacarme de la cabeza.

—¿Qué tal el día?— Pregunté al ver como él rodeaba el sofá. Se quitó la parte de arriba del traje y quedó apenas con la camisa interior de tirantes que llevaba debajo.

—No quiero hablar de ello.— Paró delante de mí sin expresión. Se quedó un largo rato observándome de aquella forma.

—¿Quieres algo?— Pregunté sintiéndome incómoda con su escrutinio, como si estuviera comportándome de la forma que no tocaba.

—Sí.

—¿Y qué es lo qué quieres?— Indagué poniendo el portátil a un lado. Kawasaki siguió observándome de arriba abajo sin pudor.

—A ti, por favor.— Pidió con delicadeza poniéndose de rodillas en el suelo, su rostro a ras del mío.

¿Cómo un hombre que me mantenía encerrada contra mi propia voluntad seguía siendo tan modesto? ¿Tan educado?

—Aquí me tienes.— Dije al sentir su mano derecha acariciar mi mejilla. Dedos fríos.

Él no tardaría mucho en besarme. Era la costumbre. Cerré los ojos y esperé. Pero hoy había sido distinto. Sentí un cosquilleo en la punta de mi hombro izquierdo, su boca recorriendo mi piel. Así que abrí los ojos de golpe, él no había hecho algo así antes.

—Dime que has escrito hoy.— Comentó sin parar de besarme el hombro y seguir hasta mi cuello.

—S-si paras u-un momento te l-lo podría explicar.— Dije quieta en mi sitio. Como una muñeca inflable, pero de las gordas. Las que los fetichistas pirados les encanta.

—No me gusta demasiado esta idea. — La mano de Kawasaki reposó en mi cintura. La yema de sus dedos explorando mi estómago por debajo del pijama. Sus dedos tan fríos enviando espasmos a todo mi cuerpo.

Viejo pervertido. ¿Cómo mierdas me hace esto y luego me llama niñata irritante? Tendrá doble personalidad, si no, no entiendo el muy puto.

Cuando su mano alcanzó mi seno izquierdo casi pegué un salto del sofá.

—Todavía no me has dicho nada sobre la historia — Su pelo hacía cosquillas en mi clavícula.—... de hoy.— La boca de Kawasaki encontró el camino hasta mi oreja y allí se quedó. Al no escuchar una respuesta de mi parte empezó a besarme la mejilla derecha, y su mano de forma cruel empezó a dibujar círculos alrededor de mi seno, no tocando la punta, solo los alrededores. Aquello empezaba a volverme loca. 

— Ahh...— Sin querer dejé escapar para mi desagrado y el toque de Kawasaki se volvió más intenso tras escucharlo.

—Sigue gimiendo.— Su voz sonó autoritaria.

—Pero quien puñetas te crees que...Ahhh.— Antes que pudiera decir alguna tontería de más la mano de Kawasaki bajó a mi entrepierna.

Ok, él estaba al mando.

Mis gemidos empezaron a ganar más fuerza cuando las manos frías de Kawasaki agarraron mi cintura forzando a que me levantara un poco del sofá para bajarme la parte de abajo del pijama.

Dios santo. Lo vamó hacer. LO VAMÓ HACÉ.

Su boca se detuvo sobre la mía de repente. Sus labios sabían a bocadillo de sardina. Yo odiaba bocadillos de sardina.

—Ugh.— Aparté la cara de golpe y noté como Kawasaki hacía de todo para contener la risa. —

¿Lo has hecho a puesta no? Me cago en todo. — Tomé distancia asqueada. — ¡ME HAS BESADO CON LA BOCA OLIENDO A SARDINA ENLATADA! Viejo, eres hombre muerto. — Volví a subirme la parte de abajo del pijama y me dirigí directamente al lavabo. Necesitaba una ducha con urgencia.

—Sí todavía no he acabado señorita Juliana.—Él comentó sentándose en el sofá con la sonrisa en alto pero la mirada cansada.

—¡Y una mierda! No me pondrás un dedo encima mientras apestes a pescado. — Grité desde el lavabo mientras abría la ducha.

Yo no me había dado cuenta entonces, pero él lo había hecho apuesta. No sé si para distraerse del trabajo u encontrar una excusa decente y mantenerme encerrada allí sin que la culpa lo comiese por dentro. Porque si yo siguiese comportándome de la misma forma, él no tenía por qué dejarme ir.

Yo también me había acostumbrado a él, y ahora, no es como si me viera capaz de abandonarlo tampoco.

La casa de Kawasaki empezó a ser mi hogar. Y joder, se sentía bien de vez en cuando.

FIN.

Estrellas en la oscuridad [Sin corregir]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora