Capítulo Diecinueve

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Al día siguiente Sienna tenía una cita con el dentista por eso razón faltó a clases, cuando ella se ausentaba sentía un pequeño vacío. La echaba de menos. Solté un suspiro viendo su asiento a mi lado. Santiago me había llamado dramática y yo le di un zap por eso. La hora del almuerzo llegó, el rubio se adelantó para comprar nuestra comida en la cafetería y yo tuve que ir al baño.

Era raro para mi ir al baño sola, Sienna siempre me acompañaba. Iba tarareando una canción, el lugar estaba vacío, entré a uno de los cubículos y luego de unos minutos escuché unos pasos afuera. Una mala sensación me invadió, mi frente se arrugó cuando el lugar se llenó de silencio de nuevo.

Di un respingo cuando escuché que alguien le pasaba el pasador de afuera, que tenía la puerta como seguro, el movimiento fue tan rápido y brusco que me asustó.

—¿Qué mierda? —dije cuando empujé la puerta, pero no abría. Comencé a dar golpes en la madera—. ¡Quién sea la graciosa que me encerró, ábreme ahora! ¿Hola? Sé que estás ahí, sácame de aquí, maldita sea. —No escuché ninguna respuesta, comencé a desesperarme—. ¡Joder, estoy hablando en serio! ¿No sabes a quién le estás jugando esta estúpida broma? ¡Así es, a Neva Espinosa!

Seguí dando golpes a la puerta mientras seguía maldiciendo, pero me detuve cuando un papel se deslizó debajo de la puerta. Me agaché para recogerlo, no tenía nada escrito era solamente una carita feliz hecha con lapicero negro.

Joder, eso me había asustado un poco.

—Eres la que manda los mensajes, ¿verdad? —No tenía que esperar una respuesta porque estaba segura de ello—. ¡Si vuelves a tocar a Frida haré que te arrepientas! —grité golpeando la puerta más fuerte, escuché una risa nasal que me enfadó más—. ¿Por qué no abres y arreglamos las cosas de una buena vez? ¿Por qué no me das la cara? Prefieres esconderte en el anonimato, no seas cobarde y dime quién eres.

Se quedó en silencio y luego los pasos comenzaron a alejarse a un ritmo relajado, haciendo que perdiera la paciencia.

—¡Respóndeme! —grité, pero ya se había ido.

Me sentía con tanta impotencia en ese momento.

—¡Ayuda! ¡Alguien ábrame! —Seguí dando golpes hasta que me cansé y sentí como las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas, recargué mi frente sobre la puerta. Estaba llorando porque todo ese asunto del desconocido me tenía cansada, y también porque no me gustaba estar encerrada.

Saqué mi celular y busqué en mis contactos. La primera en que pensé fue en la castaña, pero ella no había venido a la escuela. Marqué el número de Santiago, esperé hasta que me mandó al buzón de voz, intenté llamarlo varias veces, pero no contestó. Sin pensarlo dos veces marqué el número de Lukas, no tardó en responder.

—¿Llamándome en horario de escuela, altanera? —Estaba segura de que él estaba sonriendo—. ¿Tu también quieres verme? Porque yo sí. —Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro mientras las lágrimas seguían cayendo, escuchar su voz me había calmado un poco.

—Lukas...

—¿Estás llorando? ¿Qué pasó? Dime donde estás. —Pidió suavemente, estaba preocupado.

—En el baño de chicas del primer piso. —Sorbí por la nariz.

—Quien te hizo llorar, se arrepentirá de haberlo hecho —dijo y luego colgó.

Guardé el celular y me recosté en la pared poniendo mi cabeza hacia atrás. Comencé a tararear una canción con la voz quebrada por el llanto en un intento de distraerme. No pasó tanto tiempo cuando escuché unos pasos apresurados entrar al baño.

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