I. Días revueltos

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Un piso cualquiera de Madrid.

Un alquiler desmesurado por escasos metros cuadrados y una decoración que de tan cutre rozaba lo insultante. Cuatro chicas con caminos y horarios incompatibles que únicamente compartían las ganas de disfrutar la etapa universitaria exprimiéndola al máximo dentro de las capacidades de su bolsillo y de su aguante. 

Un jueves cualquiera, cientos de memes de Twitter sobre un virus que parece hacer mucha gracia a unos y que roza la paranoia en otros. Decenas de noticias en la televisión, en cualquier periódico, en los grupos de Whatsapp. Una decisión, el cierre de las universidades, frenar una curva que lucha contra la necedad del ser humano y contra un contagio que corre como la pólvora.

Murmullos en el salón, pasos de un lado a otro, diferencia de posturas.

- A tomar por culo la uni, ¿quién se apunta a unas cañitas? - Sonrió María, la inquilina más revoltosa y sin duda a la que más igual le daba toda la situación. - ¿A qué vienen esas caras? Alba, no estarás preocupada por esta mierda ¿no?

- María, si han suspendido las clases la situación es seria, creo que deberíamos quedarnos aquí y seguir las recomendaciones que han dado en las noticias.

- Pues yo creo que voy a hacer las maletas e irme a casa antes de que esto vaya a más, por lo menos quiero ver a mis padres antes de que se acabe el mundo. - Gritó Marta alterada en una de sus paranoias sobre el fin del mundo.

- Pues si os ponéis en ese plan y os piráis todas, pillo un par de mudas y me voy a casa de Pablo, que yo ya estoy mayorcita para irme con mis padres. - Pensaba mientras apuraba el cigarro que se había liado hacía treinta segundos. - Por cierto, ¿alguien ha visto a Natalia estos días? No se le ve el pelo a la larguirucha.

- Sus horarios de ensayos son distintos a los nuestros, pero anoche la escuché tocar la guitarra desde mi habitación. - Sonrió Alba. - Lo hace muy bien, es una pena que sea tan reservada. 

- Lo que está es tremendamente buena, si fuera ella el virus le ponía hasta un caminito de señales para que me pillase tranquila. - Se carcajeaba María como una verdadera loca.

- María, bájale dos. - Murmuró Alba desde la terraza.

Las llaves girando en la cerradura frenaron la discusión que estaba apunto da estallar entre las chicas.

- Eh, hola, ¿qué estáis haciendo? - Preguntó Natalia al ver a todas sus compañeras ruborizadas en el salón mirándola fijamente.

- Que nos han cerrado la universidad Nataliuca, nos vamos para casa ¿no has oído nada? - Rompió el silencio Marta, mientras Alba seguía desafiando con la mirada a María.

- Ah sí, pero yo me quedo. Han dicho que es recomendable no salir de la ciudad, y no creo que sea buena idea irme a Pamplona, tengo trabajos que hacer.

- Estupendo, otra igual de pelmazo que Alba, estupendo, ¡me voy a un sitio donde a la gente le corra sangre por las venas! - Gritó María antes de salir escaleras abajo.

- Genial... - Murmuró Alba cabreada por la actitud de su amiga.

- ¿Qué ha pasado? - Dijo Natalia con curiosidad mientras alternaba la mirada entre Alba y Marta.

- La niña que se ha enfadado porque quería salir a tomarse una cerveza para celebrar la situación y aquella de allí. - Señaló a Alba. - Se ha puesto en plan mensajera de la OMS y ha dicho que no salía.

Natalia no pudo evitar reírse ante el balbuceo que emitió Alba al intentar defenderse de las maneras que había tenido Marta para definir la situación.

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