Ha llegado el frío.
Diciembre.
Con mis pies y manos helados,
mis paseos por Madrid,
mis noches sin dormir,
mis labios sangrando, mis ojeras,
mi pelo revuelto, mi nariz roja,
mis abrigos largos,
mis cafés a todas horas,
mis piernas temblando.
Pero sin ti.
He querido escribirte, por eso estoy aquí, frente a una hoja en blanco con un bolígrafo negro que dejó de pintar hace años. Creo que el invierno me está matando un poquito de más, por tus diciembres, por mis eneros
o yo qué sé.
Supongo que este año también fingiré que todo está bien, aunque esté muriendo por dentro al recordar tu piel, que llegará tu cumpleaños y haré como si ni siquiera hubieras pasado por mi mente, aunque no hayas salido de ella ni un segundo.
Aunque no está mal. El convertirte en literatura para intentar olvidarte. Que sé que no soy muy buena en esto, pero a mi me vale. Que no soy capaz de recordar la de bolígrafos y hojas que he podido gastar en los últimos años, desde que empecé a morir por dentro o desde que me di cuenta de ello.
Me gustaría que leyeras alguna de tantas veces que te he escrito. Así puedas darte cuenta de que estoy completamente rota y destrozada.
Y de que me siento vacía por dentro.
