He esperado en el andén al metro, y cada mirada que allí había a la una de la noche estaba puesta en mi. Tenía los labios pintados de rojo y la cazadora de cuero negra colgando del brazo.
Sabía que en cualquier momento tu aparecerías en el andén de enfrente y ni siquiera recordarías quien soy yo. Mirarías a la chica de las piernas largas y la falda corta sin saber que ella pasó noches enteras llorando por ti.
Pero supongo que es lo que ocurre con el olvido, que siempre llega cuando más duele y donde menos debe.
