12: Cenizas

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Madeleine

"Demián Rockefelle". Leo la tumba de mi hijo y me quedo petrificada observándola, no puedo creerlo, es cierto ¿Quién lo hizo? ¿Qué pasó? ¿Dónde estaba Raid para protegerlo? Era un mal padre, un loco, un desquiciado, un psicópata, pero jamás hubiera permitido que uno de sus hijos muriera. Pudo haberlos tratado mal, les hizo hacer cosas horribles, los denigró y despreció, ¿pero dejar que uno muriera? No me lo creo, él los quería vivos. Tenía sentimientos por sus hijos.

―Oh Demián... ―Caigo de rodillas al suelo y lágrimas mojan mi rostro, mi mano tiembla tocando la tierra ―me perdí tu infancia y ahora también tu vida ―Cubro mi boca y lloro, cerrando los ojos con fuerza, sintiendo el gran dolor en mi pecho de la pérdida.

Tengo a dos muertos a mi espalda y aún no sé si podré ser tan fuerte para cargarlos o si quiera si podré recordarlo. No creo haber llorado por Raid, pero por mi bebé, juro que por mi niño debo llorar, porque duele como la muerte ¡Estuvo en mi vientre! Y ya no está, se fue, no pude decirle ni una sola palabra, ni enseñarle nada, ni un poco.

Fallé como madre.

Juré que protegería a mis hijos y no lo hice, este dolor tiene que permanecer por siempre en mí, porque me lo merezco, soy un tonta.

Necesito descubrir qué pasó, ¿pero cómo? Piensa, eres la esposa de Raid Rockefelle, la hija de Ellie Divine, tienes el poder para saberlo todo con solo mover un dedo. Aunque eso significaría que la mafia descubra que estoy viva. No me importa, debo hacerlo así, no puedo involucrar a nadie en esto.

Me dirijo al único lugar que solo los mafiosos importantes conocemos, lo llaman Cenizas Ocultas, le dicen así porque guardan todo archivo perteneciente a las organizaciones ilegales. Están en la cumbre, en lo más alto de la escala de la mafia. Es como esos datos y pendrives que tienen información que implica, que pueden hacer y deshacer como se les dé la gana, pero no en un pequeño objeto, sino en un gran organismo, el cual no tiene un lugar central, para así nunca poder ser hallado ¿Por qué cenizas? Cenizas es lo que queda después de quemarse.

Entro al edificio, mis tacos se escuchan en el enorme pasillo, silencioso y vacío, tardo en llegar a la gran puerta principal, no tiene perillas, nunca las tuvo. Giro mi vista al marco y camino hasta este, abro un compartimento allí, entonces anoto una clave, una pequeña entrada se abre ahí, así que paso por ese costado. En la siguiente habitación, hay muchas computadoras, pero no se encuentra nadie, seguro debe ser que trabajan desde la comodidad de sus casas. Hace tanto que no entro por aquí que la verdad ni idea. El artículo que leí sobre la muerte de Demián, hablaba de derrocar a varías redes de trata, pero no creo que esta mafia haya sido localizada, ni mucho menos mencionada. Alzo la vista a la cámara de seguridad y hago una clara señal con la mano para identificarme. Muevo mi vista cuando otra puerta escondida se abre, entonces voy hasta allí, es una oficina.

―Hola ―me saluda una voz femenina.

Me giro a ver a una joven mujer rubia. Es hermosa, sus ojos claros me observan con bastante confianza. Miro para todos lados.

―Calculo que tu jefe no está por aquí ―comento.

Ella se ríe.

―Pasó a mejor vida.

―Ya veo ¿Tú estás al mando?

―Así es ―Mueve despacio sus pestañas.

―Una mujer y encima joven, qué dicha ―opino aunque no creo que eso hable muy bien de ella realmente, pero la verdad no la necesito en mi contra.

Nadie con dos dedos de frente haría eso con quien esté al mando. La persona que dirige todo esto, no tiene el poder máximo, ninguno lo tiene porque sería catástrofe perderlo, pero lo que si puede obtener es la oportunidad de administrar lo que sea aquí y eso es un arma de doble filo. Hay que ser bastante inteligente para ser el administrador en jefe, o en este caso la administradora.

―Te conozco ―confiesa de repente.

―Todos lo hacen ―declaro mirando las cámaras que me han delatado mostrando mi rostro, luego vuelvo a observarla a ella ―. Aunque eso no me importa ahora, necesito un favor, o mejor dicho quiero darte una orden.

―Te ayudaré, solo porque las mujeres debemos auxiliarnos entre nosotras ―Camina hasta un archivero y lo abre, pasando cada papel, saca una carpeta que dice Rockefelle, entonces me la entrega ―. Vienes por esto, ¿cierto?

Trago saliva.

―Sabes todo.

―Te lo dije, estoy al mando, soy la administradora. No comprendo por qué no has sido cautelosa, pero tus razones tendrás. Ahora está todo registrado y no puedo borrártelo sin ningún permiso, lo lamento.

―No te preocupes, conozco a lo que me enfrento.

―Por eso eres tú ―Se ríe con un aire de tranquilidad ―. Ha sido un placer conocerte, ya sabes por donde salir ―indica moviendo despacio su mano y asiento.

Camino hasta una columna y abro otro compartimiento, para no salir por donde vine. Tiene tanta seguridad el lugar que es impactante, incluso para mí, qué conozco tantas cosas perturbadoras.

Ahora volveré al cementerio y espero que nadie me encuentre.

Al llegar otra vez a la tumba de mi hijo, me paro delante de esta y miro el archivo que tengo en las manos. Mis dedos tiemblan moviendo la cubierta de la carpeta, luego las hojas aún más con tembleques, todo hasta llegar a la parte que habla de Demián.

El lugar estaba desolado, pero ahora hay personas acercándose, vienen a por mí, ya que descubrieron que estoy viva, pero no me importa, me encuentro bastante concentrada en mi lectura y no me interesa lo de mi alrededor.

Me duele, me duele lo que leo.

Oigo tiros, no sé si se están matando entre sí o qué, pero lágrimas caen de mis ojos cuando leo su nombre.

―Hermes... ―menciono a mi otro hijo y observo la lápida ―fue Hermes.

Puedo escuchar como si cristales se rompieran en mi mente.

―Mamá, abajo ―Oigo una voz.

Me agacho rápido cerrando los ojos, entonces se escucha otro tiro, me agarro fuerte abrazando la carpeta, mi pecho está comprimido, me sofoca todo este sentimiento, mis sollozos me parten el corazón.

―Madre... ―Abro los ojos cuando me habla otra vez ―lo lamento ―se disculpa en un tono frío.

Lo miro con la visión borrosa por las lágrimas, pero puedo notar que a quien tengo en frente es todo un hombre, ya no hay un niño delante de mí. Me inclino para pararme, cuando lo tengo cara a cara, mi odio y dolor se apoderan de mi ser, así que bajo la vista.

Tanta oscuridad.

―Protegiste al hijo de esa prostituta en vez de a tu hermano, tu propia sangre, no puedo ni verte a la cara.

Perversa Oscuridad: CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora