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No tengo claro como es que una presona puede extrañar un sitio que nunca ha visitado.
Cómo alguien puede echar de menos a una persona que nunca ha estado, o como se puede echar en falta algo que nunca has tenido entre tus manos

Lo que si tengo claro, es que hay sentimientos que no se pueden explicar con palabras. Son aquellos que hay que sentirlos para saber lo que es, aquellos que desgarran y curan la piel.

No exagero al decir que todo eso fue lo que sintió ella la primera vez que pisó el suelo de Madrid.
Era un sentimineto diferente a los demás, de aquellos que no te dejan ver y que te hacen pensar que algo impresionante está por pasar.
Se sentía libre de tomar sus propias decisiones, de cometer sus propios errores y de por fin vivir su propia vida.

Por eso no dudó en coger el primer autobús que vio, sin importar el dinero o el destino, lo único que ella quería era sentir, sentir algo que no fuese decepción por parte de las persona que te quieren.

- ¿Dónde vamos abuela?

No puedo evitar escuchar la conversación que estaba teniendo lugar detrás de ella.
La verdad era que la conversación le interesaba bastante, pues ni ella misma sabía dónde iba.

- Pues nos vamos a visitar a tus otros abuelos, como todos los veranos hijo.

Pudo detectar que su forma de hablar era un tanto chistosa, con acento demasiado marcado y que todavía no había escuchado en esa ciudad.

- ¿Entonces vamos a la playa?

Valentina sonrió conforme con su destino, la verdad era que le encantaban las playas, y ahora iba a ser capaz de visitar una de aquel país todavía desconocido para ella.
Justo en el mometo que abandonó aquel autobús público, pudo sentir el seco y cálido clima de España, que se abrazaba a su cuerpo y parecía no querer abandonarlo.

Cogió su pequeña maleta, abanzando por el paseo marítimo en el que acababa de bajarse del vehículo que la había traído, observando el atardecer de aquel desconocido lugar.

Respiró con tranquilidad aquel aire diferente al de su país, uno cargado de humedad y tranquilidad.
El ambiente era raro para ella, aquel tono de voz con el que la gente hablaba le parecía tan raro, al igual que la felicidad que la gente irradiaba y aquellas ansias de diversión que sus cuerpos desprendían.

Se quedó por unos instantes allí parada en medio de la multitud, observando todo alucinada, viendo todo pasar tan rápido delante de sus cristalinos ojos, y por fin después de tanto tiempo sonrio con sinceridad.

Había multitud de familias, grupos de jóvenes y adolescentes, parejas paseando tranquilamente por las anaranjadas aceras del lugar, disfrutando de la suave música proveniente de los bares de los alrededores.
Los vendedores ambulantes no dejaban de pasar, ofreciendo objetos que nunca había visto, como los famosos abanicos.

Abandonando aquella burbuja de felicidad reanudó su marcha haciendo sonar los ruedines contra las baldosas, llamando la atención de mucha gente curiosa aunque ella no se diese cuenta.

Suspiró aliviada cuando encontró un hotel en el que pasar la noche, y sin pensarlo dos veces entró en aquel lujoso lugar.

- Hola buenas, en que puedo ayudarla señorita.

Un sonriente hombre le habló desde su puesto.

- Hola buenas noches, busco una habitación para pasar la noche.

- Ahora mismo señorita.

Tecleó rápidamente en el ordenador, frunciendo suavemente el cejo.

- Ya está todo arreglado, su habitación es la número 340.

Atreverse a olvidar - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora