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La vió salir por la puera de la caravana, con su pelo húmedo a ambos lados de la cara, aún soltando algunas gotas de agua que corrían por su fina camiseta de tirantes.
Juliana le sonrió mientras colocaba un plato vacío en la mesa plegable, quedándose embobada ante su belleza y atractivo natural.

- ¿Qué pasa?

Le preguntó medio riendo mientras bajaba los pequeños escalones.

- Nada, que todavía no me creo que estes aquí.

- Pues creetelo, porque voy a estar molestándote por dos largos meses.

- Que pesadilla.

Juliana le susurró justo en sus labios, creando un escalofrío en el cuerpo de Valentina, que le dio un rápido beso antes de ayudarla con la cena.

Era la parte que más le gustaba del día, sentarse allí con Juliana mientras compartían historias y cosas sobre ellas o cualquier tontería.
El ambiente era impresionante, de fondo se escuchaban los susurros en las demás terrazas de sus vecinos, las voces de los niños que aún seguían despiertos y el romper de las olas más lejano.
Era todo tan mágico que no creía estar ahí, menos aún con la morena que la miraba sonriente.

- ¿En qué piensas?

- Nada, estaba viendo lo hermoso que es todo aquí.

La pelinegra le sonrió bebiendo de su copa, alzando su mano para dejarla sobre la suya.

- Obviamente no es todo hermoso, todos los países tienen cosas no tan buenas, pero definitivamente esto si es hermoso contigo aquí.

Valentina se sentía desconcertada cada vez que decía ese tipo de comentarios, intentando ocultar sus nervios y temblores.

- Todavía no me has dibujado.

Intentó cambiar de conversación, volviendo a coger una porción de la pizza que habían preparado minutos antes.

- Llevamos aquí un día, apenas he tenido tiempo, pero seguro que te voy a dibujar. En cambio tú, nunca me has hablado sobre lo que haces en el hospital.

A Valentina le brillaron los ojos, pensando en cómo estarían avanzando sus pacientes.

- Bueno, a la gente suele aburrirle esas cosas.

- Pues yo quiero saberlo, de hecho quiero saberlo todo de ti.

Suspiró resignada, sonriendole ante su tozudez.

- Pues soy oncóloga en un hospital de allá en Argentina.

- ¿Y eso que se supone que es?

Juliana la miro con el ceño fruncido riendo, notando el brillo en los cristalinos ojos de la otra chica.

- Pues básicamente trabajo con niños que tienen cualquier tipo de cáncer. Les llevo el tratamiento y no sé... es como que verlos allí luchando contra esa enfermedad me ayuda a mantenerme cuerda y con ganas de vivir. Es esa sensación de saber que hay gente maravillosa que lo daría todo por su misma vida y desgraciadamente les ha tocado a ellos siendo tan pequeños. Pero son impresionantes, son unos guerreros.

La rubia miró a la mesa sonriente, aún así con una sensación agridulce al recordar a los niños que no había podido salvar.

- Eres la persona más impresionante que he conocido en mi vida, no insinúes que ser una heroína sea aburrido nunca más, porque eres especial.

Juliana la miró con los ojos empañados, sintiendo el nudo de su garganta crecer con cada palabra.

- Me imagino la cara de esos niños y sus padres, al ver como tú los ayudas a seguir allí con ellos. No debe tener precio.

Atreverse a olvidar - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora