Capítulo I. Abandono y descubrimiento de sentimientos

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Cuatro meses después de la muerte de mi abuela, mis padres y yo, fuimos a pasar vacaciones en su casa de verano, construida con sus esfuerzos de toda una vida. Convertida en una abandonada posada cuidada por personas ajenas a la familia. La tristeza aún me acongojaba y al llegar a la casa, los recuerdos de mi abuela con mi abuelo se reprodujeron en la sala como si siguieran vivos bailando boleros bajo el candelabro de cristales.

Caminé hacia el sofá de tela oscura y antigua, me senté y pensé que el amor de mis abuelos aunque duró cuarenta años fue tan efímero como cuarenta segundos.

Mis padres me llamaron la atención, debía bajar mis maletas. Mi madre es una cantante de pop en ascenso, tiene una personalidad explosiva y vital, parece estar en modo fiesta todo el tiempo. Mi padre es el vicepresidente de un banco en Rusia, pero no es frívolo ni controlador, eso solo en el trabajo, es frágil emocionalmente.

Algo que aprecio de ellos, es que se expresan, saben decir lo que sienten. Yo no. Guardo cosas sin saber como sacarlas.

Cuando terminé de desempacar mi ropa y colgarla en el polvoriento armario de la habitación rosa más descolorida del lugar, que tenía una ventana angosta cubierta con una cortina de gasa, unos muebles de madera pintados a mano de color rosa y una cama con el colchón más cómodo en el que jamás he dormido; les pregunté a mis padres, si podía usar las otras habitaciones. Pero al parecer venían unos amigos suyos y esas iban a estar ocupadas.

Suspiré, mis padres son muy ruidosos con sus amigos, este verano no tendría la paz que necesito para seguir con mis prácticas de diseño web.

En un futuro me gustaría encargarme de la imagen de las páginas web de empresas importantes, me gusta la electrónica y el diseño, me considero muy creativa aunque me cueste describir mis ideas con palabras.

Me senté en la cama y saqué del bolso mi laptop, mis labios se curvearon al ver como quedaba un proyecto que había iniciado dos meses atrás sobre una página de cuentos para ayudar a dormir.

-Elizabeth...-mi padre abrió la puerta y lo miré fijamente. -¿Quieres salir? Tu madre y yo iremos a pasear.

-No gracias, estoy ocupada. -dije revisando la paleta de colores de la página web.

-Claro. Espero que puedas unirte a la humanidad estas vacaciones. -bromeó.

-No lo sé, lo pensaré... -alcé los hombros y le sonreí.

-Estos amigos de tu madre son muy importantes para ella, nos conocimos hace dos meses y la química que hubo fue muy buena. Solo quiero que salgas de tu cascarón. -se acercó y se sentó en la cama.

-Papá, no quiero hablar con adultos. Tú eres un adulto y es suficiente. No quiero a dos personas que no conozco tratar de simpatizarme, no me van las charlas con gente distinta... -mis dedos comenzaron a temblar en el teclado, el solo hecho de pensar en pasar tiempo con otras personas me causaba ansiedad.

-Todo va a estar bien. -dijo con una voz dulce, tocó mi mis manos con su gigantesca y fuerte mano, desapareciendo el mundo agobiante que mi cabeza creó. Todo se pinto de blanco al respirar hondo junto a él. -Nadie tiene que caerte bien, solo... convive ¿Si?

No.

Asentí, solo porque mi papá merece todos los granos de arena de los que estoy hecha. Es mi amigo y me hace sentir mejor cuando el mundo se tiñe velozmente de negro frente a mis ojos.

Se levantó y observó rápidamente la habitación, tampoco era fácil para él volver a esta casa, que hizo de él lo que es hoy: un hombre de bien. Mi abuela lo crió prácticamente sola hasta que llegó un señor que la enamoró y ese señor se convirtió en mi abuelo.

Hasta los huesos // #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora