Capítulo VII. Reina Elizabeth

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Fue un día muy lindo y cuando pensé que ya iba a acabar, nos dirigimos a la playa, miré a mi madre con intriga, ¿Por qué estabamos en la playa? No habíamos traído trajes de baño y como gran sorpresa mi padre sacó mi bikini de rayas blancas y verdes del bolso de mi madre.

—¡Vamos a bucear! —exclamó como si fuera un niño.

Hizo que riera, mi padre siempre hace que ría, ya mi piel no estaba rosa y no me ardía, lo que significaba que podía volver a pisar la arena de la playa.

Mis padres bajaron del auto para dejar que me cambiara, entonces me desvestí y me puse el bikini con los converses. Bajé y me aventuré a la mejor experiencia en la que pude haber participado en el mar. Ver los arrecifes, los pequeños peces y colores de la vida marina junto con mis padres fue algo fuera de lo normal, fue mágico. No quería volver a la superficie después de ver lo que se halla debajo. Pero no era una sirena, ni un delfín, así que después de un rato salimos de la playa nos vestimos y caminamos por ahí.

Hasta que vi una fuente y se me ocurrió algo muy cliché, saqué una moneda de mi monedero, cerré los ojos  con anhelo e imaginé a Jhoney bailando conmigo en una canción lenta en la sala de una casa diferente a la de mis abuelos, él en traje negro y corbata, más maduro y con sus rizos peinados hacia atrás; yo descansando mi cabeza en su pecho rodeada por sus brazos y con un vestido formal largo de azul oscuro de flores rosadas, luego mirándonos a los ojos prometiendo amarnos por siempre y regalándonos el tacto de nuestros labios, regalándonos y recibiéndonos.

Abrí los ojos y lancé la moneda a la fuente, era un poco supersticioso que una fuente conceda deseos de personas aleatorias, pero no sabía que hacer, estaba desesperada por su atención y reciprocidad.

—¿No has visto a los caballos cierto? —mi burbuja se explotó al escuchar la voz de mi padre. Negué con la cabeza.

—No, no los he visto... —me arreglé un mechón detrás de mi oreja.

—Pues vamos al establo, no puede ser que no te los haya presentado... ni siquiera les has puesto los nombres.

Nos encaminamos hacia el auto y nos dirigimos a la casa, ya estaba oscureciendo cuando llegamos, pasamos directamente al establo, por lo que debíamos rodear la casa, pasar por la parte donde estaba la piscina y caminar unos diez minutos por el pasto hasta llegar al establo. No obstante, me encontré con la sorpresa de que Jhoney estaba con sus amigos en la piscina, hecho que me encolerizó,, verlo disfrutar con una chica y dos jóvenes más, se veía muy feliz sin mi presencia. Mis padres pararon a saludar y se quedaron a hablar pero yo pasé, caminé hacia el establo sin levantar la mirada y encontrarme con la suya.

Los caballos eran hermosos, uno era blanco y dos eran negros pero sus pelajes eran brillantes, todos estaban muy limpios, luego vi a Vogue y Erica, los caballos que han estado más tiempo aquí, eran cuidados por el personal de mantenimiento que mis abuelos habían contratado, venían en las mañanas todos los días. Me puse un poco sentimental al ver a los caballos marrones, siempre que venía pasaba la mayoría de las tardes con mi abuelo, sus gallinas, Vogue y Erica.

—Te ves muy guapo, Vogue. —acaricié su hocico y se echó para atrás. —¿No te acuerdas de mí? Soy Elizabeth, bobo. —reí un poco y él se acercó dejando que lo mimara. —Te lo voy a contar nuevamente... en una noche lluviosa cuando las luciérnagas se quejaban porque los truenos robaban su luz, tu madre convenció al cielo y a los pequeños insectos que no perdieran el tiempo buscando luz, ella la daría. Los convenció y saliste tú, una gran estrella, la estrella Vogue. —siempre le contaba ese cuento, presentía que le gustaba.

Yo tenía 12 años cuando vi nacer a Vogue, llovió mucho pero el agua no me detuvo para presenciar una nueva vida, desde ese momento... no quise ser veterinaria, entonces llamé al pequeño potro Vogue por los pasos tanraros que hacía cuando intentaba levantarse como el video de Madonna.

Hasta los huesos // #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora