Capítulo XII. Un poema

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Después de volver de cabalgar, fui a mi cuarto a buscar mi toalla para bañarme nuevamente pero me detuve al ver el regalo de Jhoney, vacilé un poco y finalmente lo abrí. Era un libro de poemas.

No pude resistirme a dejarlo olvidado en la pequeña repisa de la habitación, la miré vacía y polvorienta, no era un lugar apto para palabras apasionadas y cargadas de emoción. Con curiosidad leí unos poemas y sonreí al ver que Jhoney había escrito mi nombre en uno de ellos, entonces mi corazón volvió a latir como antes, besé mi nombre en el poema y dejé el libro bajo mi almohada.

Me dirigí al baño y comencé a desvestirme, y cuando me estaba quitando el bracier la puerta se abrió, instintivamente me tapé y miré hacia atrás. Era Jhoney, estaba sudoroso.

—Lo siento... —se sintió avergonzado e hizo el ademán de cerrar la puerta pero lo detuve, lo halé y cerré la puerta. —¿Sigues molesta? —preguntó con sus ojos muy redondos.

—No tanto como antes. —aseguré esta vez la puerta y él sonrió.

—¿Te gustó el poema que te dediqué?

—¿"Los ojos de mi amada"? —pregunté y me acerqué a él, al parecer cada paso que daba lo ponía nervioso.

—Sí...  —suspiró. —Oye, de verdad lo siento y no solo por haber tocado sin permiso, también por lo que pasó en la piscina... me merecía esa cachetada...

—¿De qué tenías miedo? —llegué a él y acaricié sus rizos.

—De que todo se volviera serio, de risas a discusiones. —admitió. —las personas a veces discuten porque les importa. A mí no me gusta discutir.

Le sonreí, estaba siendo sincero conmigo y lo adorémucho más por eso, así que le di un beso corto, luego otro, y otro; luego respondió y me besó con más detenimiento y éxtasis.

Nos quitamos la ropa y sin pensarlo dos veces nos metimos a la ducha. El agua fría cayó sobre nuestros cuerpos, estaba helada pero ya no importaba la temperatura baja, mientras su cuerpo se uniera al mío, el lugar en el que estuvieramos subiría la temperatura al tope. Sus besos eran solo para mí y mi piel era solo para sus labios, lo que me hacía la chica más afortunada.

Miré su gran erección, estaba levantada y curva.

Se separó un poco y tomó el jabón para pasarlo por nuestros cuerpos, y luego me masturbó, su mano izquierda tapaba mi boca y la otra hacía el trabajo. No podía gritar su nombre (lo que lo volvía loco), porque entonces se escucharía en toda la casa el placer que me hacía sentir.

Llegué al tope del orgasmo, después de unos minutos, cerré los ojos y sus dedos salieron. Entonces escuché que él empezaba a dar pequeños gemidos reprimidos, abrí los ojos y se estaba masturbando.

—Mételo. —susurré con agitación.

—¿Qué...? —su voz era ronca y agitada.

—Mételo... avísame cuando estés a punto y lo sacas. —le sugerí, no toda nuestra relación tenía que  basarse en placer individual.

—Puedo con eso... —se acercó a mí y se posicionó. —No has preguntado si tengo alguna enfermedad. —dijo divertido.

—¿Tienes alguna enfermedad? —pregunté.

—Estoy limpio, nena... —se rió y yo también.

Pero la risa se detuvo cuando introdujo con cuidado su miembro en mí, puse los ojos en blanco y me dejé controlar por las corrientes eléctricas que viajaban como locas desde mi zona baja por todo mi cuerpo. Comenzó a dolerme y mordí su hombro para ahogar mis quejas, pero mi vagina se fue acoplando y lo recibió con lentitud, no hubiese querido pero fue adaptandose poco a poco.

Hasta los huesos // #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora