Capítulo III. Imaginación activa

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Jhoney, Jhoney, Jhoney. El único conjunto de letras que me hace sonreír como una boba a la nada, quisiera saber lo que sería poder tocar su barbilla y afilada y cortarme con su belleza, probar el sabor de sus labios y obtener su atención, ahogarme en el océano azul de su mirada y regocijarme en sus brazos, en su voz, en su amor inexistente hacia mí.

Tengo la boca llena de panqueques y miel, mientras él llena su cabeza de temas históricos del medioevo en Europa, está sentado al extremo de la mesa concentrado en aquel libro, ¡Dios! ¡Siempre tiene un libro en las manos! ¡Se ve tan guapo con uno!

Pasé tanto tiempo admirandolo que el desayuno se me enfrió y mi madre se comió las sobras pues yo no quería comer mis panqueques fríos.

El día de hoy todos saldrían a turistear por El Médano, charlaban de ello cerca de la piscina; yo no me uniría a sus planes y no me harían cambiar de opinión los ojos de cachorro abandonado de mis padres. A veces yo parecía adulta si comparaba mi actitud con la de ellos.

Yo estaba en la sala, recostada con mi laptop sobre el sofá viendo unos comentarios sobre mi página web (habían madres les leían los cuentos a sus hijos y les encantaban), cuando escuché que Rita discutía con alguien en italiano por teléfono, entró por la puerta que da hacia la piscina y se sentó en el sillón frente al sofá. Se veía preocupada y sus expresiones eran muy exageradas tanto como sus exaltaciones como los movimientos de sus manos.

—Debo ocuparme de un error con una empresa de viajes. —dijo al ver mi cara confusa. —No han registrado los boletos de los camarógrafos de Madrid a Oxford, y mi asistente está en trabajo de parto... —rodó los ojos y tocó su frente.

—¿Est...tá bien?

—Sarah está bien. Mis camarógrafos no. —suspiró.

—Es hora de irnos. —escuché la voz de mi papá detrás.

—No puedo esperar a visitar La Montaña Roja. —mi corazón saltó al escuchar aquella voz. —¿Qué pasa, mamá?

—Vayan ustedes, hubo un problema de organización con unos boletos y tengo que arreglarlo. —murmuró con pesar.

—¿Qué? ¿Y Sarah? —el señor Adrián entró y se acercó a ella.

—No lo sé, le ha dado piquiña y entró en trabajo de parto hace cuatro horas. El esposo me llamó porque  ellano dejaba de decirle eso.

—Bueno, nos tomaremos fotos en la montaña, y se las mostraremos. —dijo Jhoney alzando los hombros. —¿Estás segura que no quieres ir, Elizabeth? —mi nombre se oyó tan casto en su voz y sus ojos mirándome me petrificaban

—Est... estoy segura.

La arena solo me gustaba en la playa porque se metía en todas las partes del cuerpo pero era fácil de deshacerse de esta con el agua del mar. Donde hubiese desierto, yo no iría, no me gustaba la sensación de la arena.

Todos se fueron y la señora Rita y yo, nos quedamos con nuestras respectivas laptops en la sala, no hablamos, solo la respiración de ambas y los silbidos de las aves se escuchaban de fondo, era un silencio incómodo y admirable a la vez.

—Así que... —murmuró aún tecleando como si no funcionaran las teclas. —Jhoney me ha dicho que eres una hacker.

¿Jhoney ha hablado de mí con su madre? Sentí un nuevo sentimiento en mi corazón que haló inconscientemente los extremos de mis labios hacia arriba.

—No s...soy hacker, me gusta di...diseñar páginas web. —musité.

—¡Aún mejor! Quisiera ver lo que has hecho... pero espera, debo llamar a esta agencia. —dijo y luego marcó número en su teléfono y llevándolo a su oído.—Son diez camarógrafos, y deben viajar en tres días a Oxford... —me explicó con muecas exageradas, era muy graciosa. —¿Hola...? Si, eh... soy Rita Burke... si, esa soy yo. —rió. —llamo porque ustedes incompetentes no registraron diez boletos de Madrid a Oxford que compré hace una semana, así que les dedicaré un concierto de improperios si no arreglan eso. —siseó con su sonrisa perfecta.

Así era como deseaba ser, elegante al reclamar, decir mi nombre y que la gente temblara o se asombrara, yo al decir mi nombre ni siquiera hacía que una mosca volara, Elizabeth Wright no suena tan poderoso como Rita Burke. Tenía una manera de expresar sus opiniones y deseos sin pelos en la lengua que me sorprendía y de vez en cuando reíapor su actitud descarada.

Habló por mucho tiempo así que conecté mis audífonos a la laptop y puse "Ophilia" de The Lumineers, tarareando y revisando la página nuevamente, me di cuenta de como el día se fue, ya eran las 5:52pm y mis padres, el señor Burke y el joven Burke llegaron, pero estaban mojados, me quité los audífonos y les pregunté con mi gesto confundido.

—Hay una tormenta. —explicó el señor Burke y asentí. 

—¿No has escuchado los truenos?  —preguntó y negué con la cabeza. —Ah, claro; te destruías los oídos. —bromeó.

—¡No puedo seguir hablando contigo! Necesito hablar con tu supervisor... —gritó la señora Rita y luego notó la presencia de todos, hizo una mueca de cansancio.

El señor Burke se acercó a ella y le dio un beso en los labios, me imaginé algo así con Jhoney: Estaría estresada arreglando un problema sobre una de las páginas web de tantas que habría diseñado y Jhoney vendría llegando de una clase magistral o de un documental de historia, tomaría mis caderas y calmaría mis nervios y angustias con el contacto de sus labios con los míos, el universo en el que vivo se desvanecería con el choque de nuestras lenguas. Deseaba vivir en ese futuro y tener a Jhoney solo para mí, que su piel solo fuese tocada por mí, y mi piel fuese tocada únicamente por él.

—¿Cómo les fue? —pregunté.

—¡Ugh! Mucha arena para mi gusto. —mi madre se retorció y todos rieron.

—Sin duda es tu madre. —mi padre se mofó.

—A mí me encantó la montaña, fue emocionante ver arena roja. —opinó Jhoney. —tomé fotos para que vean las montañas, por lo menos digitalmente. —sacó su cámara.

En eso una luz resplandeciente se mostró en las ventanas angostas de la sala y unos segundos después se oyó el sonido del trueno, hubo un blackout.

—¡No! —exclamé, el internet se fue y lo necesitaba.

—¡Joder! —exclamó la señora Rita. —¡Se cortó la llamada!

—Tranquila, seguro vendrá la luz en un momento. —el señor Burke intentó calmarla.

—Ahora no voy a poder hacer na...nada. —me quejé.

—¡Calma, Elizabeth! Que te mueres por tu laptop cuando la luz viene pronto.

—Igual hay muchas cosas que se pueden hacer sin electricidad. —agregó Jhoney. —Podemos jugar algún juego de mesa, contar historias, planear lo que haremos mañana...

—Estamos fritos. —la señora Rita bromeó. —Ustedes deben ir a cambiarse porque se van a resfriar si se quedan así. —los regañó y todos le hicieron caso.

Que Jhoney diera soluciones ante esta tragedia, de alguna forma hizo que lo amara más. Ya sola en la sala porque la señora Rita subió, imaginé que estaba acurrucada con Jhoney en la oscuridad, él me besaba incontables veces y cada vez que me besaba me preguntaba si yo lo amaba.

—¿Cuánto me amas tú? —pregunté en mi mente.

—Cada beso que te he dado, multiplícalos por un millón. —de alguna forma mi mente creó la versión de su voz ronca.

—Pues yo te amo tanto que lo siento hasta los huesos. —susurré en mi mente y miré sus ojos, brillaban y sonreía.

—Hasta los huesos...—susurré.

Ojalá pudiera reunir el valor suficiente para decirle esa frase y que él reaccionara así como mi mente dibujó su sonrisa.

Ojalá pudiera.

...
Cuentenme ¿Qué les está pareciendo?

Hasta los huesos // #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora