4- Primer Ministro

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   —Una mujer. —se oye en todo el lugar. Una plaza literalmente desierta de no ser por un pequeño grupo de personas, en su mayoría hombres. —Ese es el legado que nuestro Señor del Fuego nos quiere dejar, pero ¿lo aceptaremos?

   "¡No, no, no!" gritan alzando en lo alto sus puños.

   A lo lejos, un hombre de saco y sombrero les ve mientras su compañero enciende su pipa. Lo único que les sorprende de esos "manifestantes" es que haya mujeres ahí.

   —Qué bueno que esos no son mis seguidores. —dice el que mantiene su rostro oculto.

   —Pues me alegra que en sus filas las mujeres sean bien vistas, Primer Ministro. —oyen ambos caballeros, girándose asustados y viendo a una mujer de largas medias negras posada delicadamente en el auto que les llevó hasta allí.

   Ciudad Manantial.

   —El día ya ha comenzado, señorita. ¿No debería irse ya a casa? —le pregunta Odek junto a una sonrisa. —Y, si no es mucho, ¿me diría cómo me reconoció?

   —Primero, qué feo que piense que por vestir así trabajo de mi cuerpo. —le reprende ella, acercándose al compañero de Odek y tomando de su boca su pipa.

   —Discúlpeme entonces, bella dama.

   —No tiene por qué. Acertó. —le dice la joven rubia, sonriendo pícaramente.

   — ¿Y segundo? —le pregunta el amigo de Odek.

   —El emblema que lleva su sato-móvil en la retaguardia. —dice ella, dándole un par de veces a la pipa antes de devolverla a su dueño. —El emblema imperial.

   —Quisiera no tener que usarlo, no le sienta nada bien a mi campaña.

   —Oh, sé bien que no, Primer Ministro. —le dice ella, acercándose y posando sus manos en sus hombros, colgándose de él. —Usted y su movimiento contra la corona...

   — ¿Le disgusta? —le pregunta Odek, rodeando su cintura con sus manos.

   — ¿Por qué iba a disgustarme un hombre que lucha por lo que piensa? —le cuestiona ella en lo que sus labios se saborean. —Lo contrario... me ca-

   —Señor, recuerde por qué vinimos. —le interrumpe entonces el de la pipa.

  —Ah, sí, eh... señorita, si fuese tan gentil de esperar dentro del auto. —le invita Odek, abriendo la puerta de los asientos de atrás y extendiéndole su mano.

   Una vez la dama ya está dentro, Odek cierra la puerta y mira a su compañero junto a una gran sonrisa, con este negando lentamente y suspirando.

   —Oh, vamos, sabes que no podría engañar a mi esposa. La dejé lista para ti, Joel. —Le dice Odek, logrando animar a su compañero en lo que caminan fuera del callejón.

   De vuelta en la pequeña plaza en la que el grupo de anti-mujeres ya se ha dispersado un poco, Odek y su asistente, Joel, observan minuciosamente en busca de algo.

   —Vinimos por reconocimiento, y esa dama que tienes en el auto trabaja por aquí. —dice entonces Joel, con su jefe dudando. —Si me das unos minutos, podría--

   —Jajaja, tranquilo amigo mío, que no necesitaremos de tus encantos... de momento. De hecho no te saqué de la oficina para vigilar una aburrida plaza. Ven.

   No entendiendo muy bien qué pasa, Joel sigue a su jefe por el borde de la plaza, sin llamar mucho la atención. Terminan bajando unas escaleras hasta una puerta metálica que da a lo que parece ser el sótano de una casa, la cual es custodiada por un hombre alto y musculoso que, al verles, se interpone aún más frente a la entrada.

Avatar. Corona de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora