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Lame, chupa, y tira vehemente de los gruesos y rosáceos labios del mayor, derritiéndose en su boca al degustar el cautivador sabor, como el inexperto adolescente que es, ansiando que su esposo le tome con rudeza y bestialidad en la pieza, con el r...

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Lame, chupa, y tira vehemente de los gruesos y rosáceos labios del mayor, derritiéndose en su boca al degustar el cautivador sabor, como el inexperto adolescente que es, ansiando que su esposo le tome con rudeza y bestialidad en la pieza, con el rostro clavado en el colchón; la sudoración impregnada en el cuerpo ajeno, le hacen combarse deliciosamente contra sí, iniciando un sendero de saliva que nace desde el comienzo de las clavículas de Milo, finalizando en el inicio de sus belfos. Brinda una pequeña mordida a su barbilla, saboreando las gotitas saladas obtenidas de su piel, e impregnándose en su paladar con parsimonia. El salino humedecimiento incrementando su deseo, y disparando el lívido a borbones; prueba precisa de aquel excepcional sabor, clandestinamente oculto en la tibieza de su cavidad bucal, resultándole casi inasequible.

Delinea erótico, y con la punta de su lengua, sus delgados, bermejos y voluptuosos labios, el resbaladizo músculo roza su pequeña nariz perfilada. Sonríe juguetón. Manos hábiles e inquietas colándose y adentrándose bajo el batón que enfunda su cuerpo, cubriéndole únicamente la parte superior; electricidad intensa desplazándose por todo su organismo, e incitándole a aflorar un sucio, lascivo y potente gemido agudo. El dulce y cautivador tono de voz, haciendo gruñir roncamente al peliazul, quien de inmediato, guía ambas palmas abiertas al sobresaliente y tentador culo del menor, amasando la carnosidad que allí se encuentra, y no pudiendo resistir mucho a plantar un mordisco dificultoso en una de las tonificadas y firmes mejillas, la posición no ayudándole mucho, y deslizando su tacto al nacimiento de la virilidad llorosa y dura de su marido. Camus retiene la respiración.

—Mi…lo. —Nombra entre la ola de excitación que le inunda con mayor auge segundo a segundo. Rasgando con sus largas y potentes uñas la nuca ajena, obteniendo un jadeo de dolor del afectado, debió herirle. Y aunque lo siente, continúa trazando finas líneas en su piel de porcelana. Ambos cuerpos se mecen en la suavidad del lecho, frotándose a cada coyuntura, si no fuera por los piyamas, estarían nadando en la concupiscencia del sexo. La mente nebulosa, y el habla entrecortada. El adolescente balancea sus caderas, incrementando el roce enloquecedor de sus pesados y dolorosos bultos, chocando certero en cada embestida fraudulenta. Trasiegos circulares que impactan de lleno contra ambas erecciones, a punto de explotar por el deseo sexual que sienten por el otro— ¡Oh!

Andreato le contempla embelesado desde arriba, los iris dilatados y la respiración rítmica; Camus puede actuar como un insensato y berrinchudo niño la mayoría de ocasiones, pero justo en estos momentos, es todo lo contrario. Un adolescente que irradia sensualidad y morbo por los poros, nada que ver cuando está en sus cinco sentidos. Volviéndose insoportable para él.

Camus Laforêt se ve tan jodidamente follable. Su tenue cabello agua levemente traspirado, el intenso tono rosa en sus grandes y firmes mejillas, y sus ojos entrecerrados, ocultando sus claros zafiros; goza del placer que mínimamente le proporciona, y su ego se eleva. Infla su pecho. Si le tiene a un paso de perder la cordura, y entregarse sin reparos, no imagina como será cuando le penetre, y le haga ver auténticas y celestiales estrellas. Por lo que, sin pensarlo dos veces ante el placer nublándole, combate sin ponerse a pensar en la fuerza ejercida sus caderas contra las del joven, contoneándose, y danzando a la par al compás de la lujuria y pasión. Su blanquecina piel, varios tonos más pálida que la propia, llamándole, y tentándole a marcar, e incluso, pecar.

Eleva la cabeza, sin hacer amago de disgregar su cuerpo del ardiente bajo sí. Estira una de sus manos, hasta alcanzar la estrecha cintura del más bajo, quien se estremece ante su simple toque. Sonriendo malicioso al tocar con las yemas de los dedos su pene, y divisar en sus orbes cristalizados su asombro. Juguetea con él por cortos cinco minutos, hasta que Camus comienza a intentar retirar su agarre de su zona más sensible. No lo engulle en sus grandes y venosas manos, todo lo contrario, solo acaricia en levedad, deseando el peliagua pierda el entendimiento de lo que a su alrededor sucede, y se vea en humillante privación de suplicar. Que tome la iniciativa y resurja aquel hombre del que se enamoró; coqueto, risueño, alegre, y con una fogosidad y flexibilidad demostrada en la cama. Un profesional que se fue apagando y amortiguando, hasta encarcelarse en lo profundo de su ser. Apreciar de nuevo la fiera en que se trasforma sin medida, un lado oscuro y oculto que en dos míseras oportunidades tuvo el placer de ser un espectador exclusivo. Anhela encender al límite ese fuego en él, sobrepasándole, hasta tornas blancos sus ojos y no estar dispuesto a esperar más tiempo. Yendo por lo que tanto desea, el mismo. Un animal en celo que le doma en la cama, dejándole ver ese lado que le excita, le pone, y le vuelve malditamente loco.

—Vamos —apremia, deseando liberar la persona en la profundidad de un sueño.

—Mil... lo. —Expulsa bocanadas de oxígeno por la nariz, afanado de sentir la ávida lengua del moreno entre sus muslos. Y hacer de él un fidedigno desastre.

—¿Si? —Se aventura a preguntar, dibujando en su rostro una socarrona sonrisilla.

—Jódeme. —Camus no es ya consiente de lo que su boca suelta. Ordenándole cumpla su petición más sucia.

Milo se carcajea, su caja torácica subiendo y bajando aceleradamente. Decide dar un siguiente trasiego, que sabe, hará tornar rojos los orbes de su amante, e inundarlos en lágrimas. Pero de éxtasis.

—Oh, mi querido Camie —canturrea, descendiendo hasta sus piernas, levantando el camisón que se vio bajado por la actividad, revelando lo que esconde tan preciadamente. Su rosada y palpitante esfínter pulsando ansioso. Relame sus labios con hambre, sus oscuras y fieras turquesas emiten un destello malicioso, y, perverso—. Esto es jugar sucio. —La zona no es cubierta por nada más. Camus, sin duda, es inteligente, presintiendo acabarían enrollados en las sábanas. No logrando captar la descubierta zona con anterioridad, centrado más en sus expresiones lascivias que otra cosa. 

—Mi amor... Por favor. —El francés se zarandea en diferentes direcciones, ampliando sus extremidades, mientras sube y baja su cadera. El contacto que causan las traslucidas y suaves telas contra su sudorosa y hormigueante piel, le hacen lloriquear, restregándose contra el edredón en un intento por suplantar las caricias que tanto clama ferviente. El calor abrazador en la habitación no se vuelve ameno, ni con la ventilación encendida. El aire natural filtrándose por la ventana abierta siquiera puede aminorar la alta temperatura en ella. Ladeando la cabeza a la izquierda, sus orbes clavadas en la puerta blanca, inmerso en el infierno al que el heleno le sumerge—. Ne... Necesito que me hagas… el amor —suelta agudamente, en un silencioso ruego lleno de miedos e inseguridades. Milo, pasando por alto ello.

—Te amo, Camus —confiesa por milésima ocasión, depositando un beso morreo que les priva del aire, descansando un instante sus mojadas labiales en su sien.

Le observa embelesado, y con un deje de pena. Milo fue, es, y continúa siendo, el mismo hombre al que le otorgó su primer beso, y consagró su preciada virginidad hace aproximadamente un año y un mes.

Permanecen estáticos, sin pestañar siquiera. El rítmico sonido de sus respiraciones inestables golpeteando contra el rostro ajeno es el único sutil ruido que se oye. Los recuerdos del primer momento en que se vieron surcan sus mentes, sellando su amor con un estrepitoso y necesitado choque de labios.



















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Feliz Domingo 😊

Pdt: ¿Muchas palabras raras? Lo sé.

29/03/2020

🍃🌷Camie🌷🍃

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora