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Las cortinas de seda traslucidas, y de un tono rojo pasión, se mecen con una suave, pero potente insistencia; bailando al compás y ritmo del viento que ingresa con libertad, todo a causa del olvido que ambos cometieron al no cerrar las ventanas, y...

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Las cortinas de seda traslucidas, y de un tono rojo pasión, se mecen con una suave, pero potente insistencia; bailando al compás y ritmo del viento que ingresa con libertad, todo a causa del olvido que ambos cometieron al no cerrar las ventanas, ya sea por seguridad o no. La brillante y resplandeciente luna todavía reina en lo alto del firmamento, iluminando con sus rayos nocturnos las desoladas calles, bañándolas con su esplendor, todo para brindarles la armonía a sus habitantes; dormidos plácidamente en sus calientes y reconfortables camas. En familia, junto a amigos, o, en su mayoría, parejas sentimentales.

Desde la gran pieza es capaz de observar sin impedimento alguno, no existiendo un solo obstáculo para apreciar embelesado la claridad nocturna, acompañado de las fieles y hermosas estrellas, tintinando en el espeso y despejado cielo.

Se acurruca contra el gran y cálido cuerpo de su esposo, aflorando un gemido de complacencia al despojarle un poco del calor corporal.  A decir verdad, empieza a sentir un poco de frío, tal vez la temperatura haya descendido más grados de lo habitual en unas cuantas horas. No sabe a ciencia a cierta cuantas. Pero eso no es de su importancia, además, no bajará de la cama, con el único y sencillo afán de sellar las ventanas corredizas.

Ama tener el cuerpo de su esposo pegado al suyo, abrazados cual osos, aspirando su olor natural en grandes bocanadas de aire. Sintiéndose tranquilo, y sin el torbellino en su cabeza atemorizándole. No es necesario que tengan relaciones sexuales para percibir su amor, y la protección que sabe, le da, y brindará por siempre.

Una abatida y nostálgica sonrisa hace de las suyas de un instante a otro, dibujándose en sus delgados labios. Ha pasado demasiado tiempo, más del que podría imaginar, estando así, unido al otro, sin una doble intención, o con la incomodidad salpicando en el ambiente. Inclusive, si tan solo se trata de días, para él, parecieran haber sido años. Extrañó tanto tenerle así.

Milo es un hombre maduro, a sus veinticinco años, lo es. De eso no existía disyuntiva. El griego es su mundo, su razón de ser, y el vigor que precisa para despertar todos los días con una sonrisa. Le tiene a su lado hoy en día gracias a su mejor amigo, quien le insistió tanto en ir a una fiesta en honor a su graduación. En un principio, se negó rotundamente a asistir, él no tenía nada que hacer ahí, no cuando quien se graduaba era Aphrodite. Además, no le había sido otorgada una invitación. Y, siendo Camus Laforêt, el chico educado y obediente, le era incorrecto presentarse sin ser invitado como lo premedita la ocasión. Aphro le hizo entrega de la tarjeta de entrada, una invisible por supuesto, siendo únicamente de boca.  Pero ante tanta insistencia por parte del susodicho, no tuvo más opción que soltar un ferviente y frustrado: “Sí, joder. Sí voy a ir”. Exasperado con la insistencia que taladraba su cabeza, en compañía de aquella chillona y aguda vocecilla suya, fingida, claro; todo para hacerle explotar y darle una afirmación a su petición desesperada. El mayor de los dos, y recién graduado, no deseando hacer acto de presencia en una fiesta destina a ellos, sería el hazme reír de sus compañeros si osaba ir sin un acompañante, Camus la compañía perfecta para la circunstancia.

Cuando quiso retractarse, el chico no le dio oportunidad de ello; acabando con ambos en el dichoso festejo tranquilo, que terminó siendo un explosivo, lleno de alcohol, drogas, y bailarines exóticos. Para nadie era un secreto que, la mayoría del sexo masculino en aquella generación, tenía un peculiar gusto por los de su mismo género, inclinación que los pocos heterosexuales, no juzgaban.

Fue así como, tras ingerir un fuerte vaso de vodka, acabó en los brazos de un chico moreno, de en esa época cabellera rubia, y penetrantes ojos turqueses. Bailando al compás de la música lenta, y embriagada en sensualidad. Una que llamaba a los jóvenes a pecar, y, tal vez, obtener un inolvidable y arrollador polvo.

Con las horas pasando sin ser ellos consciente, por estar tan sumidos en el rostro ajeno, guardando en su mente cada diminuto lunar, y la forma curiosa de sus labios. Despidiéndose al amanecer sin realmente querer, la opacidad y cristalización de sus orbes, en conjunto con la dilatación de sus pupilas, tentándoles a tomarse de las manos, y colarse a algún sitio oscuro para tener un poco de privacidad. Pero no, Camus pudo soportar las hormonas que Milo Andreato alborotaba en su ser, regalándole un beso en la mejilla, que acabó parando en la comisura de su boca; alejándose con una pícara sonrisa, negando con la cabeza al percibir que le seguiría. Marchándose de aquel sitio, con el corazón dando un vuelco, las mejillas rojas y los finos belfos cosquillando ante el rose inesperado, y, candente.

Ninguno le dio su nombre al otro, como tampoco, cualquier información de relevancia que diera con su paradero ¿Se arrepintieron? Sí, lo hicieron. Sumergidos en un encuentro casual, que les dio la estabilidad emocional, y la felicidad que tanto desearon por una milésima de segundo. Aunque solo fueron unas cuantas horas, la magia se rompió al ver al otro alejarse, sin siquiera mirarse, con toda la intención de no volver a encontrarse. Un choque más, dos personas desconocidas que la pasaron bien una noche, reencontrarse no siendo una opción factible, y, repetir el momento, tampoco.

El arrepentimiento martillándoles el cerebro; la imagen de los fanales ajenos plasmados en su mente cual tatuaje en la piel, al sólo cerrar los ojos apareciendo, en un recuerdo por lo que tuvieron, y, sin embargo, no supieron apreciar. Un rostro que renegaba a desaparecer. El insomnio quitándoles las energías poco apoco, al no hallar una alternativa para darles vueltas a un asunto que, estaba en el olvido.

El destino conspirando en su contra, uniéndolos de nueva cuenta una fría madrugada, en la que el sueco, golpeteó a su puerta insistente, creando un escándalo. Sus padres acudiendo al llamado, confundidos ante quién podría ser a altas horas. Su mejor amigo, detrás de la puerta, temblando a causa de la baja temperatura, con el rostro rojo y cubierto en lágrimas; sus progenitores le corrieron de casa al encontrarle en la cama con un tipo que, lo único que buscaba de él, era que le entregara su cuerpo, sorprendiéndoles en el acto al regresar de su viaje destino a Francia. Mismo que se vio cancelado por el mal tiempo. Y, aunque el matrimonio Laforêt le pidieron explicaciones precisas y detalladas, él abogó por su amigo. No era un buen momento de interrogarle. Aquella noche, el chico de hebras doradas durmió con él, sollozando al no saber qué hacer a continuación.

Los días trascurrieron, y la llegada de Aphrodite comenzaba a causar molestia en su padre, quien le echaba en cara que solo era un arrimado, menos mal que el mayor no llegó a escuchar tan hiriente comentario. Las caminatas nocturnas parecieron ayudar al peliagua, topándose con un shokeado Milo en las desérticas calles de Atenas.

Tras regresar de la escuela, la conmoción se apoderó de si al encontrar su habitación en perfecto estado; la cama tendida con delicadeza, y pulcra, junto a un sobre en el centro de la pieza. Su mejor amigo se había ido, agradeciendo por su apoyo y acogida. Y por regalarle su genuina y sincera amistad sin pedir nada a cambio. Aludiendo tenía que salir adelante, sólo.

Se lamentó y odió por no ser aptamente idóneo, y hacer algo más por él. El remordimiento y desasosiego al no contar con noticias del pelirrubio, causándole estragos los siguientes días y meses.  No había hora en que su mente formulara una afligida y rota pregunta al vacío: ¿Dónde estás, Dita?
























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Nos leemos el próximo domingo.

15/03/2020

🍃🌷Camie🌷🍃

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora