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«¡¡Joder!!» Masculla internamente

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«¡¡Joder!!» Masculla internamente. Sus finos y delgados labios viéndose atrapados vehemente por sus perlados dientes. Sisea por lo bajo, tan inaudible que Milo no le alcanza a escuchar, tan inmenso en el mundo de los sueños; arrastrando paulatinamente sus fríos y gruesos labios en torno a la esquina derecha de su cuello, besando efusivo la piel tersa de manera inconsciente. Camus no tiene un corazón tan duro como para zarandearle groseramente, e insultarle sin guardarse nada por aquel actuar indecoroso. No lleva a cabo su pensar por una simple razón; Milo es su esposo, y los reproches vociferados con el ritmo cardíaco elevado resultarán muy tontos de su parte.

El moreno puede hacer de él todo lo que su mente idee. Se han unido ante la ley misma como uno solo, consumando el matrimonio debajo de las sábanas de seda, jugueteando con el otro como si aún fuesen dos hormonales adolescente. Siendo él el único en la relación al que, en más de una ocasión, le es imposible controlar sus lívidos pensamientos.

Entre pucheros formados a causa de la situación que le apena, se remueve cual serpiente, ocasionando un fruncimiento de ceño en Milo, murmurando en la inconciencia algo inaudible para sus oídos. El calor abofeteándole el rostro, cincelando la zona de un sólido e intenso bermejo. Conteniendo la respiración al ser apresado por el peliazul con mayor resistencia; permaneciendo casi encimado sobre el contrario. No soportando a la provocación de aspirar una calada del embriagante y adictivo olor de la colonia de Milo, enterrando la nariz en el hueco entre el medio de sus marcadas clavículas. Involuntariamente, un gemido rebosante de gozo aflora de sus rojos belfos, gotitas de sudor naciendo de la raíz de su cabello, expandiéndose por el contorno de sus perfiladas y poco rellenas mejillas; acumulándose entre el reducido espacio de sus fosas nasales y el inicio de la boca.

El torbellino de excitación golpeándole cual bofetada. De pronto, se siente cachondo y necesitado de algo grueso, largo y húmedo entre sus torneadas y voluminosas piernas. Las pupilas se le dilatan, quedando un mísero puntito profundo en los orbes zafiro, mismo que se llenan de una oscuridad acompañada de una fina capa de agua.

«Sí, malditamente así», lloriquea, conteniéndose a abrirse ante Milo, y rozarse con su cuerpo. Sus belfos carmesíes se abren a continuación, el movimiento sorpresivo de su pareja acorralándole; permaneciendo indefenso con la cara aplastada al colchón, sus largas y frágiles manos en un inútil intento por ejercer presión y lograr levantarse. La contextura de su esposo, siendo la principal piedra que rémora para aventajarse en la batalla. El despierto bulto rozando malicioso entre sus protuberancias traseras le hacen sollozar en deleite larga y ruidosamente. El impúdico ruido que abandona su garganta cohibiéndole, un épico sonrojo plasmado en su cara, como consecuente a la falta de aire, y, por qué no, también por la traición regocijada de su cuerpo. Que hasta parece está dispuesto a dejarse envolver entre los varoniles y levemente marcados brazos del griego, caer en el precipicio del sexo por aquella ocasión.

La ronca y divertida risa de su amante resonar en su oreja izquierda le hace saber que lo que creyó era debido a su inconsciente, no era más que una jugarreta por doblegarle y ocasionarle un estremecimiento por toda la espina dorsal; empina a duras penas el trasero contra la polla de su hombre. Una que fantasea babeando le entierre hasta el fondo, arrebatándole la cordura y decencia. Un charco de baba moja el edredón rojo, Camus se ve incitado a clavar la hilera de blancos dientes en el mismo, sus ojos ruedan al interior de su cerebro ante el agarre brusco en sus desnudos muslos, producto del levantamiento de la bata, que, en un alzado de cadera, Milo arremanga hasta su baja espalda.  El jugoso y carnoso culo del peliagua acaparando la entera concentración de sus fanales cristalizados, con hambre de comerse aquel trozo de carne, que, asegura, será el plato más exquisito, jamás comparado con otro.

La piel le hormiguea al adolescente, erizándole los bellos de la nuca. La mordedura brindada en su nuez de Adán, siendo absorbida una y otra vez por su pasional esposo con fogosidad. Se siente mareado, lo poco que logra divisar producto de la sofocante posición apreciándose borroso, y distorsionado a su visión. Tragando con entorpecimiento, e inhalando el poco oxígeno que el de ojos turquesas le permite dar.

—M... Milie —susurra extasiado, con los párpados entrecerrados por las caricias en su cuerpo. Tan precisado que teme las cosas avancen a un nivel superior, de donde sabe, caerán desde lo más alto, golpeándose con dureza contra el pavimento.

Milo sonríe socarronamente, paseando su experta lengua por la extensión de su cuello, encimándosele mucho más, y cortándole el ritmo cardíaco por unos segundos, mismos en los que patalea, queriendo aventarle al piso ante la asfixia que sufre. 

—Maldito seas, Laforêt. —Milo le gira violento, permitiéndole llenar sus pulmones de aire, agradeciéndole con una diminuta y cansina sonrisa de labios sellados. Posa sus palmas en el fuerte tórax del peliazul, subiendo sus parpados. Zafiros sumidos en miedo, desesperación y angustia, ocasionando un chasquido en Milo. 

Sus manos son llevadas a los costados de su cabeza, apresándole en un claro intento por retenerlo en el lecho, impedirle escabullirse de nuevo, y, por si fuese poco, distanciarse una vez más.  El menor tira del agarre, pero no le es posible el deshacerse de él.

—Mi...lo. —El nombrado se inclina, pasando su nariz por sus clavículas, olfateando su perfume y embriagándose del—. Por favor. —Su ruego no hace más que intensificar las caricias en su piel. 

—No... —gruñe Milo, queriendo apoderarse de su boca, pero es rechazado por Camus, quien ladea el rostro ante sus claras intenciones. Cabreado, y con las cejas fruncidas, el mayor le observa desde arriba. Le libera de su encarcelamiento, lo que le da al galo opción de sentarse en pose de indio, mientras masajea sus doloridas muñecas con la nariz arrugada—. Mierda, Camus ¡¿Dime de una jodida vez que diablos te sucede?! —El nombrado no hace amago de mirarle. Masajeando la zona roja por la brusquedad ejercida— ¿Piensas decirme o qué carajos?

Sus ojos chocan con los turqueses de su esposo, quien respira de manera acelerada, su firme y trabajado pecho subiendo y bajando. 

—No sé de qué hablas. —Hace ademán de bajarse de la cama, más una venosa mano se lo impide, sosteniendo su brazo con ahínco—. Suéltame —pide de manera pacífica, sus dedos se entrelazan, encajando las uñas en sus palmas. Arde, lo que le hace saber, se hirió.

—No, Laforêt. Te la has vivido huyendo de mi éste puto mes de casados. Mi cuerpo te necesita, clama por ti, ¿es que acaso no lo notas?

El susodicho traga pesado, relamiéndose los labios al lograr vislumbrar al heleno con los primeros botones de la piyama sueltos, rebelándole una parte de piel desnuda; blanca, perfecta, brillante de sudor, y lo mejor, sin marca alguna. Sus orbes se cristalizan al posarse en aquel bulto entre las piernas de su esposo, quien le mira cabreado, y con un grave problema que atender.

—Milo, yo...

—¡¡Estoy harto!! No puedo más con ésta inmunda situación. —De un salto, se levanta de la cama. Halando sus rubias hebras con exasperación—. Te amo, juro que te amo. Pero esto no. —Camina de un lado a otro, bajo la atenta y ensombrecida mirada de su cónyuge—. Ansío hacerte mío, de la manera más ruda y sucia —grazna, sin percibir la presencia tras suyo—. Lamer cada trozo de tu piel, besarla y marcarla. Invadir tu culo de un fuerte y desgarrador empuje, bombeando hasta caer agotados. Follarte en cada puto rincón de la maldita cas… —Un cuerpo abalanzándose, hasta hacerle caer en la esponjosa pieza matrimonial de un rebote. Mientras Camus le come la boca como lascivia.

Ambos ansiosos de sexo, duro y sin protección. Oh, joder, sí.

























22/03/2020

🍃🌷Camie🌷🍃

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora