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La desbordante felicidad circulando fulgurosamente por su torrente sanguíneo se fue extinguiendo de a poco en el organismo de Milo

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La desbordante felicidad circulando fulgurosamente por su torrente sanguíneo se fue extinguiendo de a poco en el organismo de Milo. Fue tan crédulo al siquiera asegurar que solventarían con la entrega la situación alarmante que atravesaban; hacer el amor deliciosamente, con caricias invaluables, proporcionadas con afecto y trazadas parsimoniosas en la piel ardiente del cuerpo de su amado no significó más nada. La magia se vio degradada cruelmente a una simple mancha borrosa, plasmando en sus mentes el ferviente recuerdo de un momento que no tendría por qué repetirse de nuevo, sus pieles cosquillando al más mínimo roce, trayendo a ellos aquel rito pasional vivido, marchitándose velozmente a cada segundo.

La realidad era tan cruda, que dificultaba la cognición pacifica en ambos, insensata e irascible. Camus persistió con aquella conducta hostil y lejana, que únicamente le jodía la cabeza, martillando en ella sin césar hasta causar una explosión por exceder el pensar de sus neuronas, maquilando una posible solución para todo, una que apreciaba en demasía muy lejana. Aquel niñito estúpido y mojigato con quien contrajo nupcias hasta hace poco volvía a ser nuevamente de las suyas, y él, bueno, por más protestas que le montase, el peliagua no se inmutaba en lo absoluto a causa de ellas. Su desasosiego y ofuscación traía consigo una inestable y fuerte discusión, tenía demasiadas, no deseaba una más, ya no. De ser así, se volvería malditamente loco, el psiquiátrico volviéndose su hogar por consecuente a su inestabilidad mental. Podía controlar muy bien su cuerpo, lo que menos precisaba ahora, era irse a los golpes con la persona a la que se suponía, amaba con el alma. Últimamente aquel amor que un día juró y demostró, era incapaz de sentirlo. Las cosas cambiaron, los problemas fueron la causa, pero Camus, él fue el fidedigno causante de aminorar en su corazón aquel mágico sentimiento, extinguiéndose con el pasar del tiempo.

Júbilo, deseo, y una insaciable sed de sexo mañanero le despertó al día siguiente del ritual carnal; besos efímeros y húmedos fueron depositados por si en la pálida piel de su marido, mordidas juguetonas y toqueteos en su gruesa cintura, en la que no se abstuvo a realizar caricias circulares con las yemas de los dedos. Ceñudo, y de malhumor al querer acariciar sus gruesos y carnosos labios rosáceos con los finos y delgados del galo, éste, esquivándole sin decirle un porqué de su ofuscación extraña. El adolescente se reusó a su tacto, y a sus inmemorables intentos por acostarse con él, el vehemente y molesto dolor en su parte trasera siendo el motivo bochornoso por el que no podía caer ante su pareja así de rápido, y fácil. Escudándose con estar lo suficientemente agitado después de tres rondas la misma noche, o, mejor dicho, madrugada.

Por extensos y tortuosos días se burló de su desgracia padecida, los dolores de cadera, e intensas punzadas en su interior dificultándole tanto el caminar como tomar asiento plácidamente. Consecuencias de ser el pasivo de la relación, según Andreato. Y aunque en su momento no recibió más que miradas desdeñosas y matadoras a la distancia, y a cada minuto del menor, la situación se fue alargando día con día. Los malestares desapareciendo a la semana previa a mantener relaciones sexuales. Lo que le hizo creer a Milo, ansioso y casi babeando, podría volver a adentrarse en la cama con su pareja, y poner a trabajar a su necesitada hombría. Que equivocado estaba, y que iluso era. Camus de Andreato volvió a ser el mismo adolescente con cara larga, humor de perro y cambios constantes de ánimo. Se preguntaba en la oscuridad de la noche si el más bajo era bipolar o no, pero aquello era obvio. O, al menos, así comenzaba a pensarlo. Dolores de cabeza todo el tiempo, ganas de hacer nada, y lloriqueos fastidiosos en cada arista de la casa. Tan solo podía rodar los ojos, hastiado por apreciar la misma escena al llegar a casa cada noche, tras una larga y pesada jornada de trabajo.

Tres putos meses trascurrieron, para exasperación y desgracia del heleno. La situación yendo de mal en peor a cada segundo. Fue el mismo Camus quien, un ajetreado día, hastiado por su persecución estúpida e innecesaria, con el único propósito de colarse entre sus delgadas piernas le gritó entre alteradas vociferaciones, apuntándole con su tembloroso índice no era un juguete sexual que podía usar cuando se le antojase a su pequeño y diminuto ‘amigo’. Como era de esperarse, el moreno no le reclamó nada, se tragó el vendaval de emociones que clamaba por salir y descargar todo su estrés con el pequeño mocoso que parecía estar en sus días; simplemente cogió su chamarra de cuero café rápidamente, a la par de su cartera y sus llaves, azotando fuertemente la puerta. Camus no hizo amago de ir por él y disculparse, únicamente se encerró en la soledad y reclusión de su habitación y la de su cónyuge, tirándose a la cama en un rebote, humedeciendo poco a poco la almohada con sus abundantes lágrimas salinas. El llanto desgarrador resonar ahogado, y arrebatándole las ganas de salir y despejar su mente. Era un muerto viviente, que se levantaba cada mañana como si de un robot fuese. Inexistentes fuerzas, opaca mirada y un gran hueco en su pecho. Anhelante de saber de una maldita vez que le pasaba, desconocía la respuesta, si tan solo Milo, su amado esposo, le pusiese un poco de atención; quería que le tomase de la mano delicadamente, besando amoroso sus nudillos, y se fundiesen como lava ardiente en un reconfortable abrazo, murmurándole al oído todo estaba bien, ambos saldrían del precipicio en el que su matrimonio se sumía para su lamento y miedo.

—Camus no deja siquiera acercármele, me rehúye a cada que intento tocarle con segundas intenciones ¡¡Es mi maldito esposo, carajo!! ¿Por qué me prohíbe satisfacer mis necesidades carnales con su cuerpo? Tengo todo el puto derecho, no es nadie para hacerme esto. —Milo exhala apesadumbrado, y demasiado estresado con lo que acontece en su relación marital. Su jefe, y también mejor amigo, le contempla en silencio por cortos minutos, ambos en la oficina del primero, éste escuchando cada palabra lastimera que el peliazulado suelta con burla, pero, en el fondo de su ser, el dolor le mata como cuchilla afilada en el pecho—. A veces, me pongo a pensar en toda ésta podrida mierda. Y sabes, el deseo de poder retroceder el tiempo dándome vueltas no me deja siquiera dormir en paz.

—Bichejo, no eres un jodido mago. —El par ríe ante lo evidente—. Mucho menos, algún descendiente de un dios místico, por lo tanto, aquello, además de resultar imposible, es una idea totalmente descabellada —apunta con rostro serio Kanon Schizas, sabiamente y con una copa de cristal entre sus manos, que balancea en círculos, sentado en su cómodo sillón de cuero; disfrutando en sorbos del fuerte y amargo Vodka. Su preocupada mirada verdosa, incrustada en el abatido hombre a su delante, con su escritorio de roble negro interpuesto entre los dos.

Milo Andreato no la pasa nada bien, los problemas en su matrimonio le comienzan a afectar, aunque él afirme todo lo contrario. Un claro ejemplo de ello es su piel reseca, casi marchita, lo bronceado que le caracteriza tornándose pálida, casi enfermiza, y un evidente sinónimo de aleta. Un cadáver andante en todo el sentido de la palabra. La chispa en sus ojos turqueses extinta, en su lugar, una oscuridad y vacío le suplanta. Decaído, sin el más mínimo ánimo de luchar por su relación, sacarla a flote y obligarla a renacer como un fénix de entre las cenizas. Porque aquel matrimonio ya está en los suelos, el fuego lo ha incinerado, polvo grisáceo denominado ceniza reduciéndolo. Cuando el aire le alcance, lo llevará consigo y lo esparcirá a todas direcciones, imposible resultará reunir los pedazos de un amor que nació y floreció con hermosura, pero que, desdichadamente, se apaga segundo a segunda, hasta morir. Y, si aquello ocurre, no quedara nada que hacer para levantarlo, lágrimas de sangre fluyendo de sus cuencas al verse imposibilitados de alzar algo imposible. Siente lastima por su buen amigo. Mucha.

Los penetrantes orbes azules de Milo se ensombrecen terroríficos por un instante, y teme por el brillo rojizo parpadear de entre sus iris. El mayor va a arrepentirse por lo que sea que exprese su venenosa boca. Relamiendo rudamente sus resecos labios, el peliazulado expresa con odio—: Desearía no haber cometido la jodida estupidez de atarme a un chiquillo que no sabe lo que quiere. Él solo llegó a mi vida para arruinarla, y, de paso, jodérmela a mí. Perdí la buena relación que tanto me costó con mis padres, todo para terminar rompiéndola por su jodida culpa. Un revolcón que debí darle antes de, y no ser tan idiota como para casarme con él, todo por pensar que le amo, y fantasear suciamente con joderle contra el colchón, y hundirme en un gruñido en su jugoso culo, uno que me arrebató mi preciada libertad. Todo por sus absurdas creencias de entregarse a quien sería su esposo por toda la puta vida. A éstas alturas, sinceramente, me arrepiento de haberle puesto por sobre mi propia sangre. —Guiando la frágil copa hasta sus voluptuosas labiales, bebiendo su contenido de golpe. Pedazos de vidrio hecho añicos esparcidos por la alfombra felpuda, ante el grito del menor al observar atónico la sangre empapar las grandes manos de Milo.


















19/04/2020

🍃🌷Camie🌷🍃

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora