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Una exasperante semana completa ha trascurrido desde aquel encontronazo en la cocina, donde Camus estalló por causa de sus agrietadas emociones, que, ante la apatía apuntada a su persona por parte de su esposo, la cólera fue el fidedigno resultado...

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Una exasperante semana completa ha trascurrido desde aquel encontronazo en la cocina, donde Camus estalló por causa de sus agrietadas emociones, que, ante la apatía apuntada a su persona por parte de su esposo, la cólera fue el fidedigno resultado de trasformar al adolescente sumiso, que callaba por todo, guardando en su interior la irascible tormenta que anhelaba desatar a los cuatro vientos.

Y lo hizo, su inconsciente apoyándole en el discrepar de una disyuntiva que tiraba de una floja cuerda en ambos extremos, en los que las dos partes, cansadas de continuar con el vendaval desatándose en el fondo de su cuerpo, no tuvieron otra alternativa más que disparar la negatividad guardada bajo gruesas cadenas en su alma.

La relación marital yendo en un peligroso declive que día a día se precipita a tocar fondo, un fondo que le aterra innegablemente.

La pizca de vigor dentro suyo tintinea amenazando con extinguirse y dejarle en un tramo oscurecido donde el desasosiego que acrecienta le imposibilitará de siquiera dar un par de pasos al frente. Ojos turqueses a la distancia con un amargo centellar de las pupilas ajenas examinándole por míseros segundos, apartándose de golpe con una fría expresión al ser descubierto. La distancia impuesta por la inquina que Milo destila por él le resulta pavoroso en demasía.

La tensión nadando en el asfixiante aire le incrusta un malestar espantoso en la boca del estómago, teniendo que encerrarse en el cuarto de baño temeroso a ser pillado de aquella forma, apreciándose tan vergonzosamente derrotado y sin ánimos de darle guerra al conflicto que ronda en torno a su matrimonio; siendo un ave de malagüero que reniega a expandir sus alas y volar lejos de su hogar, uno que pierde su viveza sin pausar por un lapso momentáneo para su desdicha.

Andreato se ha perdido en la bebida desde aquel fatídico día, uno que desearía borrar de la existencia, atado de manos y pies para cambiar las cosas.

Si tan solo…

No, no vale la pena el echarse más tierra y ascender el remordimiento burbujeante atascado en su garganta. Aquello estaba predestinado a suceder, él explotó como cualquier persona dócil, tolerante y educada, a la que le fue enseñada no alzarse nunca a alguien más por mucha mierda le lloviese sobre la cabeza.

Fueron situaciones en las que, como ésta, desprendió de si la buena voluntad y el constante deseo de apaciguar la irritación sacudiendo las venas de la contraparte, dispuesto a irse a los golpes por una palabra en defensa que escape de sus voluptuosos labios bermejos. La cortedad de su vida le ha impedido erguirse como el hombre de veinte años que es, uno al que su mismo cónyuge le tacha de infantil e irresponsable. Sobre todo, cuando todo resulta contradictorio al verse en disposición de abandonar su más grande sueño: ser su propio jefe de un local de repostería.

Sí, lo acepta, quizás para muchos lo que anhela aun ferviente no sea la gran cosa, pero a él nunca le llamó verdaderamente la atención asistir a la Universidad y cursar una de las muchas carreras a disposición del alumnado.

Anorgasmia © °°CaMilo°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora